lunes, 30 de mayo de 2016

ALFRED CORN. ROCINANTE

Rocinante
Alfred Corn
Traducción, selección y prólogo
de
Guillermo Arreola
Chamán Ediciones, Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2016

INTUICIONES DE LO REAL
  
 Aunque se versiona por primera vez al castellano, el estadounidense Alfred Corn (Bainbridge, Geogia, 1943) personifica un transcurso creador que aglutina libros de poemas, novelas y ensayos críticos. Sin embargo, su labor no ha trascendido hasta ahora que encuentra acogida en el jovencísimo catálogo de Chamán Ediciones.  La versión al castellano es labor de Guillermo Arreola, escritor mexicano y artista plástico, quien firma una introducción intuitiva; las mínimas pautas abarcan el contexto habitual de un autor integrado en la jerarquía docente universitaria y con amplia presencia curricular en el sistema literario a través de premios, reconocimientos y actividades firmadas en las cabeceras periodísticas nacionales.
 Queda al alcance adentrase en un espacio estético en el que “la forma es legión” y la poesía es el nexo que aglutina el enunciado:” Y, no obstante, la vida quiere ser / su nombre: / árbol, caballo, sueño, amanecer / y el hombre”. Un ideario que sirve de respuesta a un escueto poema de Rubén Darío que recuerdo aquí: “Y, no obstante, la vida es bella / por poseer / la perla, la rosa, la estrella / y la mujer “. De ese hilo suelto de la tradición, asimilada y germinal, se nutre la voz acogida en Rocinante.
  El ciclo abarca desde 1976 hasta 2013; y amanece con los versos de “Diario de Oregon”. En ese tramo encuentra registro principal la evocación; la postura del sujeto lírico está marcada por el empeño por recuperar secuencias emotivas del pasado convertidas en paradigmas de ser. El título es muy explícito y sirve como coordenada de localización espacial donde el entorno se hace mirada sensorial y transcurso. En el acontecer, la memoria conserva indicios que dan forma a fotografías desvanecidas. Son imágenes calladas, situadas al margen del tiempo, que la escritura reconstruye para que caminen autónomas por las pobladas calles del ahora.
  El credo estético inicial asume una propuesta interpretativa en la que se implica la sensibilidad. Amanece en el fluir remansado del poema, magnificada por el tiempo. El paisaje está ahí, momentáneo, repleto de colores y formas transitorias, presente en los espejos de la voz, amasado con elementos vivos y diversos que van adentrándose en el interior, al alcance de los cambiantes estados de ánimo.
   En casi todos los poemas, las facciones de la naturaleza ocupan un lugar central y se focalizan con minuciosa demarcación del detalle. Este ideario objetivista también persiste en la mirada de “Porcelanas chinas en el Metropolitan”. En él retornan las prominencias formales, ese permanecer del yo en la quietud para dar pie al diálogo entre percepción y pensamiento.
   Los recorridos textuales prosiguen en círculos concéntricos sobre una realidad diversa que acoge en su espacio márgenes del sueño. La conciencia se expande para insuflar vida a un cauce argumental nómada, donde las palabras  se aplican en una expresión verbal diseminada. El poeta se convierte en “un espigador de epifanías” (Pág. 77) en el que solo el yo verbal es un elemento transparente y ubicuo, una presencia que queda puertas adentro, convocando apariencias y sueños.
   En este legado de Alfred Corn el contorno tenaz de la memoria dibuja un fértil álbum. En él, los recuerdos conforman un tapiz donde la elegía se convierte con frecuencia en principio fundacional. El corpus muestra trazos de una realidad polisémica y ampliada en su espacio representativo.
   Solo queda indagar la talla de un poeta, relacionado con una tradición fuerte, y enaltecido por críticos tan fiables como Harold Bloom, quien tanto ha perfilado el mejor canon de la lírica contemporánea. Es hora de acotar, gracias a la generosa propuesta de la colección Chamán ante el fuego, la pertinencia de sus valoraciones y juicios, ese equilibrio a pie de página que guarda la lectura individual, entre posibilidades y límites.


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