miércoles, 22 de febrero de 2017

JUAN IGNACIO GONZÁLEZ. LOS NOMBRES DE LA HERIDA

Los nombres de la herida
Juan Ignacio González
Playa de Ákaba, nº 17
Getafe, Madrid 2016

LOS NOMBRES DE LA HERIDA

   Profesor y editor, Juan Ignacio González (Mieres, Asturias, 1960)  ha desarrollado una dilatada labor poética que inició en 1985 con la entrega Otros labios acaso. En aquellos versos dejaba sitio a un espacio de confluencia entre el sujeto biográfico y la conciencia social, como si fuese ineludible en su escritura frecuentar los desajustes de una cronología histórica e instalada en el presente que nunca calla el rumor desapacible de las erosiones.
  Así lo recuerda el prólogo “Los poetas, la poesía y las heridas del tiempo” de Noemí Trujillo, al que pertenece esta reflexión: “Este libro es pues una reflexión sobre el ejercicio de la escritura de la poesía y quienes lo ejercen, los poetas, nosotros los que deseamos llegar con nuestros versos por encima de las nubes y aún más allá, para sobrevivir al paso del tiempo. El poemario es, a su vez, un ejercicio de memoria poética, un ceremonial de adioses, un personalísimo manual de sombras y un homenaje a la danza, la música, la pintura y otras artes.”  
  Los nombres de la herida  sugiere que la existencia no es un sueño feliz sino un itinerario de pérdidas y cicatrices que se van acumulando en la piel de los días como una certeza de que, desde la amanecida hasta el ocaso: Corresponde habitar un tiempo de preguntas: “En ti se quedarán la sal y el astrolabio, / y contar los sonidos de la palabra / será el oficio entonces de todos tus desvelos “. Queda claro en los versos la razón de ser de la escritura: la palabra retiene la conciencia tenaz del aire respirado y ese discurrir aleatorio se expone en el poema como un intento de objetivar la experiencia y traducir las sensaciones que encontraron cauce en su cumplimiento.
 Juan Ignacio González emplea en sus poemas un léxico conciso que huye de la sobrecarga de imágenes y que asimila en su expresión el intimismo de la confidencia. Los poemas son pliegos sueltos de una conversación con el lector, una memoria de datos de quien fue anotando los apuntes dictados por el dolor y la ausencia. Existir postula marcar pasos en los linderos de la decepción, pero el poeta no convierte su lírica en un ejercicio de queja y lamentación, en una certidumbre de derrotas, sino que reescribe la esperanza, busca el cumplimiento de los sueños y hace de la palabra un destello de luz que deje en los relojes un poco de tibieza y claridad: “Y sé que  hay que incendiar de nuevo el mundo / como el abecedario incendia la escritura, / que amar urgentemente es necesario, que hay que prender las garras sobre el lomo / que anuncia la insondable cordura de los locos, / y agitarse, / como se agita el corazón cuando no hay esperanza “
  El poema enunciativo sirve para dar voz a otras identidades. De esas bifurcaciones del yo que asume el sujeto se nutren composiciones como “Memorias de un campesino polaco “, que sirve para recrear la barbarie de Treblinka en 1942, cuando las botas nazis asolaban la llanura europea y dispersaban las cenizas del odio en las páginas más tristes del siglo XX. De esa conciencia que reparte migas de esperanza se hace también el poema “Madres de mayo”, atado a la memoria de los desaparecidos argentinos en la dictadura y a los pañuelos blancos que reclamaron su regreso.
  La soledad y el dolor parecen viajeros que acaban de concluir un largo itinerario por lugares extraños. Por eso en sus rostros reflejan todavía el cansancio insomne de quien tuvo muchas horas los ojos abiertos para retener en sus sentidos los nombres de la herida. De esa sensación de pérdida y reconstrucción se hacen los poemas de Juan Ignacio González. La poesía se vuelve entonces un piso de alquiler, una casa ocupada donde dejar los sueños a resguardo.








   

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