viernes, 15 de junio de 2018

FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ MORÁN. TACHA

Tacha
Francisco José Martínez Morán
Renacimiento
Sevilla, 2018


BORRADOS


   A la hora de abordar la caligrafía poética de Francisco José Martínez Morán (Madrid, 1981), Doctor en Literatura Comparada, docente, e impulsor de eventos culturales, es inevitable referirme a la antología Re-generación (Valparaíso, 2016). Allí se compilaron las veinticuatro voces que, bajo mi criterio, –una sistematización es siempre subjetiva y parcial- definían la primera promoción del Siglo XXI; y allí estaba el poeta con una muestra perteneciente a los libros Variadas posiciones del amante (2006), tras la puerta tapiada (2009) y Obligación (2015). Conviene reseñar que en su escritura también encuentran lugar propio el relato, cultivado en  Peligro de vida (2010) y la ficción narrativa, presente en su primera novela Amistades comunes (2018).
  Para la construcción de su voz, el escritor maneja algunos caracteres que lo singularizan, sin declaraciones programáticas o programas estéticos: la opción por el poema breve, en algunos casos, casi lacónico y proclive al aforismo, la vigencia de un personaje poético con afinidades biográficas y la inmersión en un coloquialismo existencial que busca sentido al cauce temporal. Leemos en el cierre del poema inicial, “Botánicas tardías”: “Trabajo. Certifico mi existencia. / Empiezo a ser yo más de lo debido”.
   Dejan los versos una sensibilidad cercana y confesional, nacida de esa extrañeza contemplativa de la percepción en vela. Existir es habitar estratos de angustia e incertidumbre. La composición traspasa apariencias para moldear cierta indagación filosófica a partir de las palabras. Escribir es también devanar significados, como si en ellos habitara una amanecida diáfana. Imaginación y memoria se entrelazan para aportar respuestas, o dar claridad a un itinerario temporal que se despliega entre la evocación y el ahora. Si en el poema “Vencejos dando vueltas en el patio” se hace una lectura de la fugacidad de cada instante, un método compositivo que también aflora en “Fundado en hechos ciertos”, que acaba con un verso memorable, “Fe” abre la mirada hacia otro tiempo para acariciar la piel volátil del recuerdo.
   Cualquier poema transita por referentes culturales cercanos. En cada escritor convergen el continuo paseante de la biblioteca y el autor; esta circunstancia se percibe en “Desque vemos el engaño” cuyos versos se nutren de un conocido pensamiento lírico de Jorge Manrique; el clásico asocia la travesía biográfica a una senda acumuladora de borrados y erosiones, “como un tiempo en llaga”. De ese registro, marcado por la verdad última del ser, que tiñe las palabras de sesgo estoico y crepuscular, se contagia la clausura del primer apartado, “Los símbolos antiguos”.
   El tramo siguiente integra en su pórtico un amplio despliegue de citas. Son apuntes que inciden en un mayor registro metapoético. La escritura se convierte en centro reflexivo en el que los quehaceres del sujeto lírico lo transforman en un escribano interpuesto y en cronista de lo transitorio. Protagoniza una labor volátil, una búsqueda de lo simple que convierte el devenir en tanteo. Leemos en “Poética penúltima”: “ Testimonio del mundo hecho pedazos: / eso es ahora el verso. / No más irremediable / que antaño, sino más / preciso, más exacto en la constancia / del fragmento que nunca / formó parte de un todo comprensible “.
   La canción como composición lírica recurrente, desde su origen provenzal ha mantenido una temática amorosa; pero su evolución ha trastocado moldes y ha integrado en su contexto asuntos diversos; sus limpias estaciones de otros días incluso admiten el desatino existencial que crea incertidumbre y desarraigo. Francisco José Martínez Morán dedica a su cultivo un apartado completo. Se percibe una tendencia al decir lapidario, como si despojase bifurcaciones digresivas para centrarse en un planteamiento dubitativo: “A tus puertas cerradas me detengo, / pero no quiero abrirlas, ni que nadie / desde dentro pregunte a qué he venido”
  Tacha es un nombre propio, cuya piel de tinta evoca a José Hierro. Suena fuerte, sereno, sustantivo, como si confirmase una presencia omnisciente que unifica los pasos del libro, aunque no se muestre. Pero el lector descubre de inmediato que Tacha es tachadura, un sustantivo aglutinador de sinónimos. Recuerdo varios: mácula, tizne, defecto, oprobio. Son significados que expanden un estar pesimista, la senda umbría que anticipa el derrumbe. Indicios que confirman la pérdida y el fruto estéril de cualquier búsqueda: “Todo se llama, al cabo,  / de la misma manera: en su universo / de meses sin palabras, cada día / es una prueba fiel del desencanto “.



2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Lo es, querida Amparo, su autor define muy bien la sensación de intemperie que deja entre las manos lo diario. Un fuerte abrazo.

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