Tacha Francisco José Martínez Morán Renacimiento Sevilla, 2018 |
BORRADOS
A la hora de abordar la caligrafía poética de Francisco José Martínez
Morán (Madrid, 1981), Doctor en Literatura Comparada, docente, e impulsor de eventos
culturales, es inevitable referirme a la antología Re-generación (Valparaíso, 2016). Allí se compilaron las veinticuatro
voces que, bajo mi criterio, –una sistematización es siempre subjetiva y parcial-
definían la primera promoción del Siglo XXI; y allí estaba el poeta con una
muestra perteneciente a los libros Variadas
posiciones del amante (2006), tras la
puerta tapiada (2009) y Obligación (2015).
Conviene reseñar que en su escritura también encuentran lugar propio el relato, cultivado en Peligro de vida (2010) y la ficción
narrativa, presente en su primera novela Amistades
comunes (2018).
Para la construcción de su voz, el escritor maneja algunos caracteres que
lo singularizan, sin declaraciones programáticas o programas estéticos: la
opción por el poema breve, en algunos casos, casi lacónico y proclive al
aforismo, la vigencia de un personaje poético con afinidades biográficas y la
inmersión en un coloquialismo existencial que busca sentido al cauce temporal.
Leemos en el cierre del poema inicial, “Botánicas tardías”: “Trabajo. Certifico
mi existencia. / Empiezo a ser yo más de lo debido”.
Dejan los versos una sensibilidad
cercana y confesional, nacida de esa extrañeza contemplativa de la
percepción en vela. Existir es habitar estratos de angustia e
incertidumbre. La composición traspasa apariencias para moldear cierta
indagación filosófica a partir de las palabras. Escribir es también devanar significados, como si en ellos habitara una amanecida diáfana. Imaginación y
memoria se entrelazan para aportar respuestas, o dar claridad a un itinerario temporal que se
despliega entre la evocación y el ahora. Si en el poema “Vencejos dando vueltas
en el patio” se hace una lectura de la fugacidad de cada instante, un
método compositivo que también aflora en “Fundado en hechos ciertos”, que acaba con un verso memorable, “Fe” abre la mirada hacia otro tiempo para acariciar la piel volátil del recuerdo.
Cualquier poema transita por referentes culturales cercanos. En cada
escritor convergen el continuo paseante de la biblioteca y el autor; esta
circunstancia se percibe en “Desque vemos el engaño” cuyos versos se nutren de
un conocido pensamiento lírico de Jorge Manrique; el clásico asocia la travesía
biográfica a una senda acumuladora de borrados y erosiones, “como un
tiempo en llaga”. De ese registro, marcado por la verdad última del ser, que tiñe
las palabras de sesgo estoico y crepuscular, se contagia la clausura del primer apartado, “Los símbolos antiguos”.
El
tramo siguiente integra en su pórtico un amplio despliegue de citas. Son
apuntes que inciden en un mayor registro metapoético. La escritura se convierte
en centro reflexivo en el que los quehaceres del sujeto lírico lo transforman
en un escribano interpuesto y en cronista de lo transitorio. Protagoniza una
labor volátil, una búsqueda de lo simple que convierte el devenir en tanteo. Leemos
en “Poética penúltima”: “ Testimonio del mundo hecho pedazos: / eso es ahora el
verso. / No más irremediable / que antaño, sino más / preciso, más exacto en la
constancia / del fragmento que nunca / formó parte de un todo comprensible “.
La canción como composición lírica recurrente, desde su origen provenzal
ha mantenido una temática amorosa; pero su evolución ha trastocado moldes y ha integrado en su contexto asuntos diversos; sus limpias
estaciones de otros días incluso admiten el desatino existencial que crea
incertidumbre y desarraigo. Francisco José Martínez Morán dedica a su cultivo
un apartado completo. Se percibe una tendencia al decir lapidario, como si
despojase bifurcaciones digresivas para centrarse en un
planteamiento dubitativo: “A tus puertas cerradas me detengo, / pero no quiero
abrirlas, ni que nadie / desde dentro pregunte a qué he venido”
Tacha es un nombre propio,
cuya piel de tinta evoca a José Hierro. Suena fuerte, sereno, sustantivo, como
si confirmase una presencia omnisciente que unifica los pasos del libro, aunque
no se muestre. Pero el lector descubre de inmediato
que Tacha es tachadura, un sustantivo aglutinador de sinónimos. Recuerdo varios: mácula, tizne, defecto, oprobio. Son significados que expanden
un estar pesimista, la senda umbría que anticipa el derrumbe. Indicios que
confirman la pérdida y el fruto estéril de cualquier búsqueda: “Todo se llama,
al cabo, / de la misma manera: en su
universo / de meses sin palabras, cada día / es una prueba fiel del desencanto
“.
¡Es un libro excelente!
ResponderEliminarLo es, querida Amparo, su autor define muy bien la sensación de intemperie que deja entre las manos lo diario. Un fuerte abrazo.
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