miércoles, 29 de diciembre de 2021

MARIO PÉREZ ANTOLÍN. CADA VEZ QUE MUERO

Cada vez que muero
Poesía reunida
Mario Pérez Antolín
Lastura Editorial
Colección Alcalima
Madrid, 2021


TRAYECTO CONTINUO


 
  En los últimos años, el largo camino aforístico de Mario Pérez Antolín (Stutgart, 1964) constituye un legado fuerte, definido como una de los enclaves centrales del laconismo filosófico. Los fragmentos literarios del escritor, asentado en Ávila, hilvanan una perspectiva de compromiso con la realidad, nacida desde la experiencia existencial y desde esa afinidad enérgica que impulsan campos del humanismo como la sociología, el pensar ético y el ecosistema político contemporáneo. Menos conocida para el lector común, la obra poética de Mario Pérez Antolín hacía necesario un balance escritural que ahora se asienta, tras el título Cada vez que muero (Poesía reunida) en la colección Alcalima de Lastura, que coordina y dirige la poeta Isabel Miguel.
   Sirven de pórtico a la cronología creadora del poeta, tres citas referenciales que aglutinan en sus autores el peso fuerte de la tradición. Son tres magisterios indeclinables: Blas de Otero, Fernando Pessoa y César Vallejo. Actúan como umbral de un extenso compendio textual que, desde el inicio, refuerzan la idea de complicidad entre las estrategias expresivas cultivadas por el escritor. La pulpa del poema se acerca al discurso fragmentado y en su venero argumental prevalecen la introspección indagatoria, el fragmento sociológico y la salpicadura ética. No son rasgos únicos; la poesía reunida permite conocer un material muy rico de estratos, donde se entremezclan memoria y evocación, las tensas vibraciones que generan lirismo, pensamiento y filosofía al definir temas universales como el amor, el deseo o la muerte: “Nadie podrá decirme ahora / quién fui o quién no he sido, / pues nadie sabe dónde están / los límites de la vida / y, menos, su sentido “.
  Mario Pérez Antolín desdeña cualquier convencionalismo gregario; abre su poética para que las palabras mantengan su piel elástica y generen diversidad.  Las características se yuxtaponen, sin imposiciones excluyentes. En el transcurso de Cada vez que muero hay poemas de aliento clásico, inspirados en la mitología y en la tradición de Grecia y Roma, en los que se revisan claves culturales conocidas: Neptuno, Palas Atenea, Eros y Cronos son protagonistas cálidos del poema que retornan para sembrar en el ahora la voz sabia de la meditación.
  Los poemas no se ajustan a la dirección marcada por las publicaciones. Se recordará que el escritor inició senda poética con la entrega Semántica secreta (2007). Prefiere el reajuste de un nuevo orden en el decurso lírico, De este modo, la primera parte “Háblame de mí” va dejando las huellas firmes del yo interior, hasta interpretar una autobiografía con secuencias dispersas. Ese alguien con aire de familia entre el escritor y el ser biográfico, aborda en el segundo apartado “Silencio antártico” la gelidez fosilizada del ocaso; el entorno se llena de grisura, siente en los talones la vibración extraña de la muerte y el cauce de la desolación borra por dentro cualquier atisbo de esperanza. Con frecuencia, para evitar el patetismo Mario Pérez Antolín recurre al monólogo dramático o a poemas más descriptivos, que focalizan personajes históricos capaces de ajustar un adecuado epílogo al cauce existencial.
  En el trazado de Cada vez que muero conviven las fluctuaciones argumentales. El poeta busca en el tercer apartado “Nada hay donde todo está” lo paradójico, esa conciliación de contrarios que integra itinerarios antagónicos en el discurrir. Los textos muestran la geometría variable de un entorno que expande incertidumbres y despierta las inclinaciones subjetivas de un pensamiento en vela. El destino es proclive al azar y en su textura duerme la hermética caligrafía de lo que no tiene respuestas. Así nace una metafísica de la incertidumbre, que apenas encuentra sistematización y forma: “Si existir consiste en enterrar a / los que bien pude ser y ya no fui, / morir es olvidar a este que soy / y abrir las tumbas de los que serán”. De ahí nace la sensación de que todo es especulación y mentira, espejismo mental que nunca expone al sol su verdadera naturaleza. Pero el pesimismo, tan cerca en su condición de un cierto nihilismo, cobijado bajo el árbol reflexivo de Cioran, guarda en sus pliegues un brote germinal: es el amor, que tapona grietas y enciende en su cansancio una mínima luz entre la sombra.  
   Mario Pérez Antolín integra su carta auroral Semántica secreta en el cuarto apartado; de este modo sus poemas más tempranos delimitan un diálogo de conocimiento con los demás; muestran vínculos directos con la fragmentaria voz del aforismo y su empeño de comprender la realidad, siempre proclive al trampantojo. Esta línea analítica prosigue en las composiciones de “Carta de marear en tu memoria” en las que el tiempo y sus efectos, siempre erosivos en nuestra condición fugaz y transitoria, marca algunos tramos del apartado, junto a un fuerte poso cultural. El yo afronta el destino con la incertidumbre de salir a un día de límites difusos en el que es preciso buscar un equilibrio emocional en la destilación del devenir.
   Más cerca de la geografía humana del poeta está la sexta sección “El amor nada más, el poder a veces”, que compone un mínimo testamento que deja hablar a solas a conciencia y entendimiento. No es ajena a esta fe de vida que dicta la voluntad el mimetismo de los lugares de paso, o las mutaciones de la identidad que convierten al yo en un personaje.
   El paisaje se hace presencia central en “El paisajista ciego”, ámbito en el que está presente el entorno geográfico y humano de Candeleda, localidad abulense en las laderas de la sierra de Gredos que limita ya con el hermoso paisaje de la Vera cacereña. Las pupilas reflejan espacios habitables para la meditación y el paseo. Describen las angosturas y relieves percibidos por los sentidos y que hacen de la contemplación una conciencia de temporalidad y cambio de ciclos. Una actitud contemplatoria que también está presente en “La voluntad carece de motivos” donde las composiciones, como sugiere el mismo autor, recuerdan fotogramas que buscan el dibujo final.
  Los apartados finales “De nadie”, inspirados en los versos de “Libre te quiero” de Agustín García Calvo que, con tanto acierto cantara Amancio Prada, entremezclan la mirada crítica, frente a una sociedad llena de asimetrías y crudeza, y el rumor fuerte de un pensamiento crepuscular, que ha hecho suyos la piel áspera de la decepción o el frío habitual de la derrota.  El reposo invita a la quietud: “Cae la nieve / sobre las cenizas tibias / del bosque quemado”
   El poeta coloca como cierre “Tres odas” resueltas con fragmentos versiculares que acercan el poema al texto ensayístico o la cadencia musical de una larga sinfonía. La escritura adensa su carga conceptual y su hermetismo, se enrosca en sí misma, busca imágenes de calado como si quisiera dibujar el incontenible fluir del pensamiento.     
   La reflexión está en la médula del trayecto poético de Mario Pérez Antolín; sus poemas velan el intimismo sentimental de ascendencia romántica para focalizar una pulsión indagatoria en el tiempo. Los versos ascienden por la conciencia, más próximos al pensamiento que al pulso emotivo del corazón. En ellos es esencial el tratamiento del lenguaje y el empleo de una dicción exacta, plena de textura semántica que compone un mosaico en movimiento, que hace del yo pensante un cúmulo de sensaciones, una confrontación abierta con lo indefinido.
 

JOSÉ LUIS MORANTE


 

    


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