jueves, 3 de febrero de 2011
UN CONTENEDOR HABITADO
Hay secuencias que exigen la destrucción inmediata de ese mundo feliz que el egoísmo encierra entre las cuatro paredes del yo. Está anocheciendo; salgo de paseo y aprovecho para llevar las bolsas de basura, separadas para el reciclaje. Los contenedores están en uno de los laterales del centro comercial. Cuando me acerco al de residuos orgánicos una caja de plástico sujeta la tapa abierta. Antes de depositar mi bolsa percibo ruidos. Perplejo, me doy cuenta que en el interior del contenedor alguien se mueve. No deja su tarea ni me mira. Rompe envolturas y vierte el contenido, mientras cubre su cara con el gorro acolchado de una parca marrón. Dejo mi bolsa fuera; no sé cómo reaccionar. La silueta rebusca verduras, frutas, y yo retorno a casa con esa imagen perturbadora que proporciona el extrañamiento.
No sé cómo se entra o se sale de un contenedor. Pocos minutos después alguien pasa a mi lado arrastrando un carrito de la compra al que le falta una rueda. Es una mujer rubia, delgada, con cejas negras y el pelo recogido en una coleta. Se abriga con la parca marrón. Bajo el brazo lleva una caja de plástico. No aparenta más de veinte años.
No dejemos que se adormezca nuestra capacidad de de perplejidad y sorpresa ante escenas como estas... Porque si este sentimiento desaparece, si nos endurecemos, no habrá esperanza.
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