Los olvidados del orfa
Alfonso Gutiérrez Villacañas
ZoomArt Diseños, Madrid, 2011
En los inicios de la década del sesenta, en el pasado siglo, la existencia diaria era difícil, casi un ejercicio de supervivencia. El consolidado régimen de Franco celebraba sus veinte años de paz aislado de la comunidad internacional y una España rural proclive al luto, en la que aparentemente nada ocurría, soportaba jornadas laborales extenuantes y modos de vida decimonónicos. Mientras, un nuevo invento, la televisión, con interferencias e imágenes en blanco y negro abría una pequeña ventana rectangular al escaso ocio festivo.
Ese es el trasfondo histórico de Los olvidados del orfa, un conjunto de minirrelatos escrito por Alfonso Gutiérrez Villacañas (Madrid, 1954), huérfano de padre desde los cinco años, internado en un orfanato durante tres lustros, y con una larga experiencia como profesor en Rivas-Vaciamadrid.
El avance argumental es fragmentario; acumula historias muy breves, a veces narradas en primera persona, como estampas autobiográficas, y otras con la voz distanciada del narrador omnisciente. Son secuencias que describen el trasiego diario del Orfanato nacional de Carabanchel, cuyas instalaciones hoy reconvertidas en edificios institucionales grabaron el aprendizaje sentimental de varias generaciones empeñadas en seguir adelante a pesar de esa angustia que consume a quien desea huir pero no sabe dónde. Era un lugar lleno de limitaciones y ángulos ciegos, pero también un ámbito encerrado entre muros que fomentaba la emoción y el sentimentalismo, que permitía esos momentos de comprensión que ayudan a entender las contradicciones del otro y los resquicios y huecos de la propia personalidad. La niñez no es ese paréntesis diáfano sino una nube con las señas diferenciadoras de la sociedad adulta: la tangible violencia a cada paso, el hambre y la falta de recursos, el ejercicio del poder, representado por los internos mayores, o por los auxiliares con un constante afán corrector que vigilaba ocio y estudio, o arbitraba la convivencia.
Las distintas historias toman el pulso a un magma de relaciones hecho de elementos dispares en el que se marcan huellas de fortaleza o debilidad, de comprensión y estímulos que van moldeando el decurso existencial.
El autor elige un vocabulario comunicativo y directo, que manifiesta una vocación de diálogo y selecciona anécdotas que no quiere perder para que cautericen heridas; para escribir la crónica de unos días que son el germen del ahora.
Este retrato en grupo de la infancia está hecho con soledad, aislamiento, solidaridad y ternura. Define un pasado de bordes amarillos, inseguro y mudable, pero que no ha perdido la esperanza de que algún día sople un viento favorable.
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