(Fotografía de César Cabañero)
Zona de no fumadores
Tenía una belleza subyugante,
uno de esos perfiles cincelados
que indulta la memoria largo tiempo
para que nuestro insomnio rememore
difusas citas con su perfección.
Con un timbre sutil, tentacular,
relató expectativas laborales
de un novio paranoico -pero fiel-
y suspiró elogiando en la parada
la grata y comprensiva compañía.
Después la glosolalia del silencio.
Oprimido por una tos antigua,
seguí con ojos tristes su misterio.
Fui el contable que en horas de servicio
resuelve los balances calculando
la soledad que cabe en un vagón.
(Mapa de ruta, pág. 90)
miércoles, 29 de junio de 2011
domingo, 26 de junio de 2011
ANTONIO RIVERO TARAVILLO. MAR TRANQUILO
Lejos
Antonio Rivero Taravillo
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011
Los legados anglosajón e irlandés cuentan con una amplia cartografía de títulos preceptivos; han gestado una tradición dual, vigilante y renovada que incluye a figuras capitales como Shakespeare, W.B. Yeats y John Keats. Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) siente el inglés como una lengua propia por su quehacer como traductor, con versiones al castellano de la lírica completa del citado W. Shakespeare y de la poesía reunida de Yeats. Por su traslación de Keats recibió el Premio Andaluz de Traducción.
Las facetas de traductor y poeta se refuerzan mutuamente. El conocimiento en versión original de las estrategias expresivas impregna de forma natural el pulso creador y dota a sus versos de un tono clásico, de un decir sosegado, conciso y erudito, con abundantes destellos culturales y con tramas argumentales escritas “al modo de”, casi siempre centradas en la realidad cotidiana.
Un tema predominante de los poemas iniciales de Lejos es la meditación sentimental sobre la textura afectiva de un yo biográfico, sensible a las contingencias del presente. El amor fue especulación onírica, un espacio vivencial íntimo que modeló los itinerarios del sujeto; pero el devenir gestó claroscuros, líneas de separación, borrascas y desencuentros que, con distante ironía, se resumen en el poema “Lo común”: “¡Teníamos tantas cosas en común! / Cómo velábamos nuestros secretos: / que fuiste hetaira de Roma en otra vida, / que me pasaron por las armas cuando huía / la tarde que cayó mi monasterio.” Se impone la actitud evocativa, el regreso al pasado para desanudar lo que fuimos: “ Huyen los años, mudan los afectos / y todo se concilia con la muerte, / pero ella queda, luz de permanencia, / olvidada jamás, nunca tan viva “.
Este semblante del yo vivido se completa con las certidumbres que concede la escritura. Acerca de la entidad del ser literario el poema “La única realidad” suscribe: “Esa felicidad que piensas tuya / añade ingenuidad a tus encantos. / Estás en estos versos que te nombran: / no existe más alcoba que esta página.” También refiere el estatuto personal del autor como peculiar máscara que propaga sentimientos escénicos; un cúmulo de signos, letras y tinta que oculta más literatura que materia vivencial.
En la organización de la segunda parte encontramos una mayor variedad de motivos y una frecuente toma de referentes culturales como detonantes poemáticos. Sobresale entre sus composiciones una magnífica variación del gigante egoísta, ahora convertido en terco solitario: “Aun entre su estrépito importuno, / alcanzo a comprender que su alegría / es parte de este ruido, de mi insomnio, / de mi gesto de turbio desagrado. / Nunca conocerán que entre sus risas / acecha mi sombría vigilancia. / No les reprendo. Dejo que se impongan / su edad, el corazón, la vida, el alma. “
Hace unos años, el nobel irlandés Seamus Heaney seleccionó y prologó una extensa antología de W. B. Yeats y perfiló el camino estético de su compatriota con dos sustantivos: dominio y orden. Son términos cuya semántica podría aplicarse con fortuna, excluidas las circunstancias del contexto personal, al ideario de Antonio Rivero Taravillo. Lejos es una compilación de poemas breves con fugaces escenas que invitan a compartir la tendida emoción de un mar tranquilo.
viernes, 24 de junio de 2011
FUNCIONARIO POETA
( José Luis Morante en la buhardilla.
Fotografía de Delia Vaquero)
Funcionario poeta
Nadie sabe lo de su doble vida,
ni el mismo Superman, con quien comparte,
en salidas de urgencia,
síntomas de un catarro, el relente nocturno
y atrevidos escorzos de mujeres soñando.
Ningún salario habrá que gratifique,
languideciendo el mes, tanto desvelo
por meter en cintura una sinécdoque,
domar un adjetivo,
subrayar el acento de una esdrújula.
Resignado al filo amenazante de un reloj,
acero de oficina, de ocho en punto,
él se siente elegido, predispuesto
al martirio feliz de otro poema.
Fotografía de Delia Vaquero)
Funcionario poeta
Nadie sabe lo de su doble vida,
ni el mismo Superman, con quien comparte,
en salidas de urgencia,
síntomas de un catarro, el relente nocturno
y atrevidos escorzos de mujeres soñando.
Ningún salario habrá que gratifique,
languideciendo el mes, tanto desvelo
por meter en cintura una sinécdoque,
domar un adjetivo,
subrayar el acento de una esdrújula.
Resignado al filo amenazante de un reloj,
acero de oficina, de ocho en punto,
él se siente elegido, predispuesto
al martirio feliz de otro poema.
miércoles, 22 de junio de 2011
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO. POESÍA LABORATORIO
Cuando un poeta y crítico “ortodoxo”, como quien suscribe, hace una inmersión en profundidad en el magma teórico de Agustín Fernández Mallo, recogido en el ensayo Postpoesía (Barcelona, Anagrama, 2009), debe observar las siguientes actitudes:
. Leer el libro hasta la última línea, derrotando a la tentación reincidente de no sobrepasar la primera veintena de páginas por manifiestas disonancias físicas, químicas y estéticas. Es un largo monólogo que hace un diagnóstico catastrofista; la historiografía lírica contemporánea se concibe como un negro ataúd, cerrado, hostil, en proceso de descomposición.
. Recordar el acopio ensayístico leído hasta la fecha, donde no fallan las afinidades, y hacer un proceso de fotosíntesis del mismo. La duda es menos duda si halla respuestas.
. Globalizar cultura interactiva, escuchando los grupos musicales de las diferentes fases de mi decurso vital, y acordarme de las letras y del contexto sociológico que describían. Rogar a mis hermanos menores la devolución de los comics sustraídos (o pedirlos en préstamo a Luis Alberto de Cuenca), informarme con las primeras novias de qué películas vimos mientras colisionaban hormonas en la oscuridad de las últimas filas. Sondear la colección completa de Cuadernos para el diálogo, para ver si el futuro ya estaba previsto con tan mala cara.
. Acordarme de que los códigos realistas y experienciales, aunque no tengan carne de píxel, ni están agotados ni son spam depositados en la bandeja de entrada de las antologías y suplementos literarios.
. Aceptar que Postpoesía es un compendio de argumentos. Las hipótesis nacen, se reproducen y mueren; no son criterios de validez universal. Los poetas laboratorios manejan las palabras con pinzas desinfectadas, pero eso no prueba que el experimentalismo dé frutos superiores a la poesía convencional.
. A cierta edad (los próximos son 55) no sienta bien al colesterol de la rutina el nomadismo estético y hay que conformarse con ser un belicoso propagandista de la normalidad.
. Volver mañana mismo a la lectura compulsiva de poetas ortodoxos. Sobre mi mesa esperan turno libros de Paco Díaz de Castro, Antonio Rivero Taravillo, José María Álvarez, las últimas ediciones en Letras Hispánicas de Luis Rosales y Manuel Padorno y el complemento vitamínico de la buena prosa (Javier Marías y J. M. Coetzee) que abordaré con el gusto de siempre, aunque no sean poetas y narradores postpoéticos. Aunque sean sólo poetas, o sólo narradores.
domingo, 19 de junio de 2011
JUAN DE YEPES
Juan de Yepes
Las purgas arbitrarias del Calzado
me sumergen aquí, cárcel extraña,
áspero techo bajo de zaguán,
cisterna que sepulta mi alegría,
asedio de tapiales toledanos.
Vierte la madrugada su misterio
y abruma una vigilia de ojos grises.
A tientas me visitan los recuerdos;
tornan desperdigadas, vulnerables,
imágenes de infancia y juventud:
la planicie otoñal de Fontiveros
en el sofoco de las rastrojeras;
el cardo, mancillando los majuelos;
el silbo del pastor en la vaguada...
Cobertizos de adobes y bardales
forman los arrabales de Medina;
en su insignificancia sobreviven.
Hubo lluvias y panes de cebada,
amanecidas de tenaz ayuno
y polvaredas sobre el pedregal.
No olvidaré tampoco a los maestros;
enseñanzas a la luz del candil
de Cicerón, Virgilio y Tito Livio
bajo la docta voz de Bonifacio.
Vagué escindido en la ciudad del hombre,
al margen de confictos y disputas.
Acíbar en las aulas salmantinas,
ternura en Sebastián y Garcilaso
y en el magno Cantar de los Cantares.
Otra vez en Medina. Grato encuentro,
Teresa de Cepeda, mujer libre,
rapto de fortaleza, compromiso
de fe, curtido temple reformista
que desplegó las alas del Carmelo.
Teresa de Jesús, ¡vasta memoria!
¡Qué plenitud de dones inborrables!
Morosa nieve matutina
abrazando los yermos de Duruelo,
austera reclusión originaria
que generó los frutos de Mancera...
Porque bajo el techado más sombrío
el pensamiento se conforma libre,
siento el mínimo roce de unos versos.
cada noche se afirman sin desmayo,
como si los forjara la impaciencia.
En su maduración hallo consuelo:
Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
Aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
Qué bien sé yo do tiene su manida,
Aunque es de noche...
La soledad multiplica mis rostros,
las indelebles huellas del pasado.
Pongo término a más ensoñaciones
que sugieren gravosa vanidad.
Se congrega el azul es la aspillera.
El nuevo día me dará quietud.
Si no encuentra sosiego mi cansancio
que desoiga mi voz la llamada del limo,
que la oración me ciña transparencia
y tome posesión de los sentidos.
(Mapa de ruta, pág. 86-88)
jueves, 16 de junio de 2011
ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN
Clandestinidad
Antonio Jiménez Millán
Visor, Madrid, 2010
XIII Premio de poesía Generación del 27
El panorama cultural de Granada en el tardofranquismo sirve de trasfondo a los inicios de Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954). Su sendero creador está ligado a un realismo comunicativo y experiencial que amalgama intimidad y reflejos colectivos. Así se percibe en La mirada infiel, en cuyo prólogo Francisco Javier Díaz de Castro señala: “ Se configuran, así, en los primeros libros, los ámbitos básicos de toda la obra posterior de Jiménez Millán: la sobria reflexión sobre la escritura que va modulando la vigilancia del poeta sobre su retórica (…), la ciudad como ámbito conflictivo del deseo y del tedio; las calles crepusculares, en las que la soledad se enfrenta a viejas presencias sentimentales…”
El sustantivo clandestinidad tiene una manifiesta connotación histórica. Fue una voz clave en los años setenta, cuando la ausencia de un régimen de libertades y la persistente dictadura fomentaron una meritoria participación juvenil en la sombra, en los ángulos muertos del discurrir cotidiano. Publicaciones, encuentros, convocatorias, panfletos y octavillas salían de la nada para romper el cerco. De este territorio semántico emana una palabra en la que el autor profundiza para reflexionar sus lazos con la conciencia.
La memoria guarda el eco de aquella encrucijada; el sujeto lírico tenía identidad de “clandestino”, un oficio incómodo, enlazado con ocupaciones invisibles y confrontadas con un destino impuesto: “A veces se pregunta/ si de verdad deciden otros, / si todo se limita a luchas callejeras sin sentido, / reuniones clandestinas y discursos / al margen de la realidad, / si han ardido los sueños / como las hojas secas que alguien quema / junto a los muros de una casería, / si es el miedo que impone sus redes inasibles…”
El contexto temporal no se ha borrado; los años de juventud preservan un acervo sensorial que habita en imágenes y objetos, que retorna en libros epocales como Demian, el bildungsroman de Herman Hesse, cuya trama fue modelo de aprendizaje que bipolarizaba el bien y el mal, lo diáfano y lo tenebroso, la incertidumbre frente a la elección; o en las intensas lecturas posteriores de Henry Miller, una bocanada de erotismo anarcoide.
Huir era adentrarse en la palabra; la evasión permitía ser invisible, instalarse en otra dimensión, emprender un tránsito hacia posibles utopías. El lenguaje pierde su carácter neutral para convertirse en una herramienta crítica y transformadora, una de las premisas derivadas de la poesía social
Clandestinidad incorpora poemas narrativos, ceñidos a lo contingente que recuerdan los atentados del 11 de mayo de 2004 en Madrid, alguna estampa de la ciudad sitiada en plena guerra civil o el bombardeo de la Casa de la Moneda en Chile; episodios de una historia amarga, visiones encontradas de vencedores y vencidos.
De aquel tiempo de cantautores y trencas, de curas obreros y facherío universitario persiste una mitología de nombres propios y rostros en la sombra. El vocabulario convoca arrugas y contradicciones, muestra una piel ajada que vuelve a revivir en todo su esplendor en los poemas de Jiménez Millán. Sobre otras consideraciones, Clandestinidad es la retrospectiva de un tiempo de esperanza, en el ocaso final de Franco y en el arranque de la Transición. Los poemas recuerdan que el pasado convive a nuestro lado y que es tarea común preservarlo, para que no se vacíe de sentido, para que nunca sea un camino de soledad y silencio.
martes, 14 de junio de 2011
LOS QUE NO ESTÁN
(fotografía de Javier Cabañero)
Los que no están...
Los que no están, se quitan la camisa blanca de las obligaciones y la tienden sobre la rama seca de cualquier excusa.
Los que no están, vacían sus bolsillos con gesto desolado para sacar la lista abrumadora de lo que necesitan.
Los que no están, convierten en patrimonios envidiables las más escasas pertenencias ajenas.
Los que no están, elogian en privado lo que callan en público, porque su quehacer es el cinismo y la negación de la coherencia.
Los que no están, escriben sus palabras de aliento y desaliento con la caligrafía del iceberg.
Los que no están, nos miran desde lejos para que nuestra estatura disminuya.
Los que no están, dejan en mi memoria –gotas de sangre seca- el daño que causaron, para que nunca olvide que tengo que borrar la senda de regreso.
domingo, 12 de junio de 2011
MARCOS TRAMÓN Y EL TEDIO VITAL
Desgana
Marcos Tramón
Deva, Gijón, 2011
Desde sus inicios literarios, a mediados de los noventa, Marcos Tramón (Oviedo, 1971) ha publicado Escombros y Los días que te explican, y ha sido incluido en varias antologías.
Todo poeta es deudor de un puñado de influencias; la veneración por la genealogía queda reflejada en el texto-prólogo de Desgana, el soneto “Lo que no es tradición es plagio”, una propuesta versal de títulos referenciales. Esa historia de amor con la memoria literaria encierra además un meditado sentir sobre las posibilidades del lenguaje como instrumento revelador de una realidad; allí se mueve una conciencia meditativa cuyas vetas son esencialmente el devenir y las paradojas de la identidad.
En el apartado “Islas de luz”, la anécdota abre cauce al carácter narrativo. La voz rememora, hace recuento de pérdidas, establece las coordenadas del presente, bajo un sol débil y ensombrecido. De ahí, esa desgana al afrontar la amanecida, ese tedio vital que no encuentra sentido en las contingencias que salen al paso.
Los rasgos del ser poemático se enuncian en el siguiente conjunto, “Las flores de la piedra”; un yo desdoblado espía gestos, busca pistas para seguir trayecto, se apoya en una realidad inconsistente y se acerca al otro para encontrar lazos y conexiones, deudas y homenajes. La figura del maestro – paradigma que marca rumbo a los versos sueltos de cada día- se enaltece: “La lucidez, la exacta precisión / -igual que si se distanciara temporalmente de las cosas / y sobre ellas volviera, cargado de razón y de sentido; / la generosidad ilimitada, como si poseyera / un extraño dominio / del tiempo; / el desdén por el trabajo inútil, / su esfuerzo denodado / por apartar de sí los mecanismos ajenos / de la estupidez.”
Hay composiciones que adquieren el formato de un monólogo dramático, al modo de Cernuda. Entre ellas destaca “la casa de los Puyrredón”, escrita al hilo del diario de W. Gombrowicz. El sujeto poético se convierte en un extraño en medio de un paisaje; el transcurso lento de los días anula cualquier relación de pertenencia, reduce el pasado a un leve tacto de ceniza. Otra forma de apagamiento, la muerte, también sobrevuela en versos que sondean oscuros sinsentidos: no es sólo la puerta final de la vejez, es también la ineludible cita que siega la belleza.
Una variable formal, el conciso haiku sirve de molde para suspender el instante que nos hace sentir vivos o para capturar una impresión sensorial. Otras composiciones optan por una amplia polimetría para dibujar la posición del yo frente a sí mismo.
Los poemas de Desgana conectan desolación e intimidad. Alzan la voz de un sujeto verbal que contempla su sombra contra el suelo, como si fuera ese único testigo en un entorno abierto a la intemperie.
viernes, 10 de junio de 2011
FIRMA EN LA FERIA DEL LIBRO
(José Luis Morante. Foto de José Javier González)
Soy un escritor poco experimentado en acudir a firmas en las ferias del libro. En veinte años de quehacer literario he firmado tres veces: una, invitado por Cátedra por la edición de Arquitecturas de la memoria; la segunda de la mano de Amargord, por el cuaderno de aforismos Sueltos y la tercera, mañana sábado de 19 a 21 h., con la edición de Ropa de calle, de nuevo invitado por Anaya-Cátedra. Por eso, vivo la cita como un acontecimiento especial que me permite departir con familiares y amigos y poner rostro y nombre propio al lector.
Me gusta pensar con cuidado cada dedicatoria. Frases declarativas y breves que sirvan de apertura al posterior diálogo silencioso.
En tiempos de presagios catastrofistas, anima percibir las largas colas que se forman ante los personajes mediáticos. Sé que la popularidad asegura una larga estancia en los escaparates, un hecho que sólo tiene relevancia a efectos comerciales y que, con frecuencia, nada tiene que ver con el talento.
El encuentro con los otros genera un instante de complicidad, una relación que comienza a escribirse sola. Mañana sábado, firmo en la FERIA DEL LIBRO DE MADRID en las casetas 169-173. Sería un placer conocerte.
miércoles, 8 de junio de 2011
UNA DEDICATORIA DE JOSÉ HIERRO
UNA DEDICATORIA PERSONAL EN AGENDA
La niebla de los años no ha borrado un encuadre visual ambientado en la madrileña feria del libro, a principios de los años noventa. Por los alrededores de las casetas espejea la circular grisura de algún charco. Después de la lluvia, el cielo viste un impecable traje azul y una corbata de claridad. El animado ir y venir de los transeúntes se multiplica ante los mostradores abrumados de libros, repletos de portadas coloristas. Es por la tarde, pero quedan todavía dos o tres horas para el ocaso. Conocidos autores firman ejemplares de reediciones y novedades. En una de las casetas está José Hierro. Frente a él, una fila de animados lectores aguarda con paciencia una dedicatoria personal. La espera es gozo que enaltece el inminente diálogo con el escritor. Una intuición vislumbra que aquel hecho anecdótico es una reducida semilla para el recuerdo. Las dedicatorias de José Hierro no son apresuradas ni circunstanciales; la receptiva sensibilidad del poeta se afana en hacer de cada firma un asunto doméstico, cuajado de complicidad. Compro Agenda. Es una publicación cuidada, aparecida en Ediciones Prensa de la Ciudad, de portada celeste y pasta dura, según diseño de Fernando de Miguel. Pilota la colección José Antonio Gabriel y Galán. Cuando me llega el turno, hablamos unos minutos; los suficientes para aseverar que la poesía no existe de espaldas al lector y que el verso adquiere su pleno significado si se integra en el mundo intelectivo y sentimental de quien lo lee. Vuelvo al libro. Sobre la tercera página la mano del poeta se esmera en concluir una minúscula marina con aguados trazos y mínimos elementos: una cercana línea de horizonte, un mar de olas sosegadas, la oronda inmovilidad de un gran sol amarillo de bordes difuminados y tres esqueletos de barcazas, con mástiles enhiestos. Me despide el poeta con gesto afectuoso. Un instante después ya no existo para su concentración, vuelvo a la multitud; a distancia contemplo como una y otra vez José Hierro repite actitud legando a cada uno de aquellos militantes del entusiasmo el peculiar tesoro de un trabajo plástico.
Mientras paseo entre las casetas atestadas de libros, regresa a mi memoria José Hierro y aquella imagen de una dedicatoria personal, marcada ahora por la intemperie del tiempo.
lunes, 6 de junio de 2011
ALMUDENA GRANDES
Inés y la alegría
Almudena Grandes
Tusquets, Barcelona, 2010
Inés y la alegría es el primer paso de un ciclo narrativo centrado en la posguerra española del que Almudena Grandes ha adelantado su estructura general: una serie de seis entregas. El subtítulo común, Episodios de una guerra interminable, remite a Benito Pérez Galdós. Sus Episodios nacionales, máxima expresión del realismo decimonónico hispano, fijan una estética con una larga lista discipular: quien relata nunca es neutral; se muestra como un testigo compasivo e implicado en el carácter y en las actuaciones de los personajes reales o imaginarios. Sin embargo hay una diferencia palpable: Galdós prefiere los hitos de la historia oficial, en cambio Almudena Grandes opta por el acontecimiento casi desconocido que acaba sepultado bajo la arena.
Almudena Grandes denomina al enfrentamiento cainita de 1936-1939 guerra interminable por la onda expansiva que provocan sus efectos colaterales: dictadura franquista, sangría del exilio, represión y resistencia; son cauces argumentales en los que irá aflorando un gran friso de personajes que definen un paréntesis histórico y la existencia de varias generaciones.
Esta apertura, Inés y la alegría, arranca en Toulouse. Son los días de 1939 y una muchacha de veintitrés años, Carmen de Pedro, morena, culibaja y añorando un paisaje sureño y mediterráneo se encuentra con otro exiliado, Jesús Monzón, un oscuro secundario del partido comunista. Ese aparente azar da pie a una convivencia posterior en la que la historia personal deja sitio a otras presencias, algunas carismáticas como Dolores Ibárruri, que tiñen años trágicos con un sesgo sentimental y emotivo. El cauce de la historia se va forjando paso a paso, a través de destinos individuales y voluntades aparentemente frágiles.
Por sus cualidades, Jesús Monzón habrá de convertirse en el verdadero organizador del partido comunista en Francia y en el instigador de su iniciativa más utópica, la reconstrucción de Unión Nacional Española, una plataforma para encuadrar la resistencia dispuesta a invadir la España de Franco.
El impulsor de aquella “Operación Reconquista” Jesús Monzón Reparaz es una biografía real que la novelista fija con notable verosimilitud. Se trata de reconquistar el sur de los Pirineos con un ejército fogueado en la lucha contra los nazis que suma casi veinte mil combatientes. En pequeños grupos irán cruzando la frontera para invadir el valle de Arán, bien comunicado con Francia y con defensas naturales para resistir la contraofensiva fascista.
En esta excelente apertura para un proyecto narrativo de alcance, una identidad sobresale sobre las demás: Inés. Representa el mantenimiento de la tradición heroica que ante la realidad adversa busca estrategias de supervivencia con acciones concretas. Cree que la historia se construye en primera persona sin encerrase en las especulaciones de lo privado. Nunca renuncia a los grandes ideales porque los percibe vinculados a una verdad colectiva. Su fidelidad extrema a la propia conciencia quedará en la memoria de todos.
sábado, 4 de junio de 2011
AUTOBIOGRAFÍA
(José Luis Morante.
Fotografía realizada por José Javier González,
La Central, Madrid, 26 de mayo, 2011)
Autobiografía
También soy yo
por la fidelidad a mis contradicciones,
por permitir gozoso,
cuando las plazoletas solitarias
reivindican el silencio y la sombra,
que un recuerdo me asalte en el espejo
como un rastro de luz, leve, intangible,
e inicie una liturgia
con frecuencia de rito
de nombres, fechas, gestos
y túmulos de sueños
nadando alborozados en el mar
de una cronología sospechosa.
Tanta dulce mentira esconde a otro.
(Mapa de ruta, pág. 51)
Fotografía realizada por José Javier González,
La Central, Madrid, 26 de mayo, 2011)
Autobiografía
También soy yo
por la fidelidad a mis contradicciones,
por permitir gozoso,
cuando las plazoletas solitarias
reivindican el silencio y la sombra,
que un recuerdo me asalte en el espejo
como un rastro de luz, leve, intangible,
e inicie una liturgia
con frecuencia de rito
de nombres, fechas, gestos
y túmulos de sueños
nadando alborozados en el mar
de una cronología sospechosa.
Tanta dulce mentira esconde a otro.
(Mapa de ruta, pág. 51)
jueves, 2 de junio de 2011
WILLIAM SHAKESPEARE: SONETOS
Sonetos
William Shakespeare
Traducción e introducción de Pedro Pérez Prieto
Edición bilingüe, Madrid, Nivola, 2008
Nacido en Stratford-upon-Avon en 1564, William Shakespeare es por acuerdo unánime el escritor más importante de la literatura anglosajona. Así lo ha manifestado también en su famoso canon occidental Harold Bloom aduciendo que es un creador de caracteres emblemáticos y supera a los demás en “agudeza literaria, energía lingüística y poder de invención”. En su obra ocupa un destacado espacio la poesía. Shakespeare escribió dos poemas largos, Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, y una notable colección de sonetos que aquí traduce Pedro Pérez Prieto en una edición bilingüe que permite cotejar la aceptable equivalencia entre los dos idiomas. El liminar se adentra en la cartografía biográfica y en el contexto epocal y analiza el peculiar lirismo de un autor siempre proclive a la respuesta multidireccional, a la propuesta lúdica y al doble sentido.
El prologuista expone los principios vertebradores de su versión. Un enfoque sencillo, claro y exigente que se atiene al respeto escrupuloso de elementos formales como la rima consonante, además comenta algunas estrategias concretas para seleccionar el sentido más literal.
Recoge la muestra ciento cincuenta y cuatro sonetos que se publicaron por primera vez en 1609, aunque dos se habían anticipado en un florilegio colectivo, sin polemizar sobre autoría dudosa o sobre los inspiradores concretos de algunos textos; es sabido que la ingente bibliografía sobre el inglés sigue sin clarificar abundantes cuestiones biográficas. Los secretos vitales propician de cuando en cuando un largo repertorio de especulaciones en los suplementos literarios. En esos años perdidos caben los efectos expansivos de cuestiones que forjaran el posterior destino literario; lo que verdaderamente cuenta es el talento que se despliega en sus creaciones líricas o dramáticas.
Desde el principio se percibe la confluencia de tramas argumentales en torno a un motivo prioritario: el amor. Es un amor que monopoliza el pensamiento y no conoce calma, pero el destinatario se oculta y queda en una zona de sombra, como sucede también con la dedicatoria. En realidad se puede hablar de varios destinatarios; las composiciones iniciales exhortan a un joven al matrimonio para poder compartir y perpetuar su belleza; son los conocidos sonetos de la procreación. A partir del decimoséptimo, el tono dialogal varía y el propósito exhortativo se sustituye por formulaciones reflexivas sobre el sentimiento amoroso, con variantes tópicas como el mal de ausencia, la celebración del deseo o la imagen idealizada del otro. Desde el soneto 127 hasta el final se escribe para una identidad que goza de los favores del amado y se incorporan asuntos como la infidelidad o el control del deseo.
El amor se manifiesta por sus cualidades, una de ellas es la belleza, que se celebra con un enfoque hiperbólico: es un ideal que inspira versos que la liberan de cualquier condición mudable. En el extremo del existir está el solitario, incapaz de tender puentes hacia el otro.
La característica formal más relevante del soneto de Shakespeare es que, frente al esquema clásico –dos cuartetos y dos tercetos- usa el esquema elisabetiano compuesto por tres cuartetos y un pareado que culmina la disposición argumental.
Los sonetos de Shakespeare apuntalan aún más la pertinencia de su lugar en el catálogo más aristocrático, superan las convenciones del amor cortés tradicional y la retórica amorosa renacentista y anticipan la lírica meditativa posterior. Pocas veces, en su escueto reducto y en su ambigua semántica, los versos no causan una conmoción emotiva, no imprimen las huellas de una escritura vigorosa y verdadera, inalterable a la erosión del tiempo.