miércoles, 8 de junio de 2011

UNA DEDICATORIA DE JOSÉ HIERRO

  
                                UNA DEDICATORIA PERSONAL EN AGENDA

   La niebla de los años no ha borrado un encuadre visual ambientado en la madrileña feria del libro, a principios de los años noventa. Por los alrededores de las casetas espejea la circular grisura de algún charco. Después de la lluvia, el cielo viste un impecable traje azul y una corbata de claridad. El animado ir y venir de los transeúntes se multiplica ante los mostradores abrumados de libros, repletos de portadas coloristas. Es por la tarde, pero quedan todavía dos o tres horas para el ocaso. Conocidos autores firman ejemplares de reediciones y novedades. En una de las casetas está José Hierro. Frente a él, una fila de animados lectores aguarda con paciencia una dedicatoria personal. La espera es gozo que enaltece el inminente diálogo con el escritor. Una intuición vislumbra que aquel hecho anecdótico es una reducida semilla para el recuerdo. Las dedicatorias de José Hierro no son apresuradas ni circunstanciales; la receptiva sensibilidad del poeta se afana en hacer de cada firma un asunto doméstico, cuajado de complicidad. Compro Agenda. Es una publicación cuidada, aparecida en Ediciones Prensa de la Ciudad, de portada celeste y pasta dura, según diseño de Fernando de Miguel. Pilota la colección José Antonio Gabriel y Galán. Cuando me llega el turno, hablamos unos minutos; los suficientes para aseverar que la poesía no existe de espaldas al lector y que el verso adquiere su pleno significado si se integra en el mundo intelectivo y sentimental de quien lo lee. Vuelvo al libro. Sobre la tercera página la mano del poeta se esmera en concluir una minúscula marina con aguados trazos y mínimos elementos: una cercana línea de horizonte, un mar de olas sosegadas, la oronda inmovilidad de un gran sol amarillo de bordes difuminados y tres esqueletos de barcazas, con mástiles enhiestos. Me despide el poeta con gesto afectuoso. Un instante después ya no existo para su concentración, vuelvo a la multitud; a distancia contemplo como una y otra vez José Hierro  repite actitud legando a cada uno de aquellos militantes del entusiasmo el peculiar tesoro de un trabajo plástico.
   Mientras paseo entre las casetas atestadas de libros, regresa a mi memoria José Hierro y aquella imagen de una dedicatoria personal, marcada ahora por la intemperie del tiempo. 










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