IV.- Viaje a Gran Bahama
Mi cerebro somnoliento confunde las ciudades visitadas por las salidas de la Interestatal desde Lake Worth: Lantana, Fort Lauderdale, Boynton Beach…Parecen más porque los enclaves urbanos reiteran un similar trazado: una periferia de urbanizaciones de casas de una sola planta y cuidados jardines y una arteria principal en la que se concentran bares, alojamientos y ofertas comerciales. Nada que ver con el variado espectro hispano de ciudades romanas, medievales, industriales y postindustriales.
Escribo estas notas desde la terminal de FT Lauderdale, desde donde parte el vuelo hacia Las Bahamas. Allí estaremos los últimos días para librarnos un poco de esa sensación de movimiento continuo.
El vuelo a Freeport apenas sobrepasa los treinta minutos. El día claro permite vislumbrar el disperso archipiélago de Las Bahamas formado por más de setecientas islas e islotes. Sólo veremos Gran Bahama. Esta vez toca practicar el sedentarismo y el pensamiento calmo bajo una palmera frente al mar. Tiempo Caribe.
La costa imita un decorado de comedia romántica. Sin mutaciones formales. Copioso palmeral de peinetas desplegadas, algunas rocas pulidas por el agua, arenas blancas con restos de algas y una alternancia de verdes, blancos y azules en el reflujo del oleaje. Una secuencia de cine convertida ahora en geografía sensorial.
En las piscinas un hecho empírico: la hispánica siesta ya es patrimonio universal. Por la tarde recorremos la isla para salir del complejo hotelero y hacernos una composición de lugar menos turística. En 2004 un huracán arrasó numerosas casas y edificios públicos, por lo que la mayor parte de las edificaciones son nuevas. La densidad poblacional, además, permite la separación de edificios y suprime el espacio común del poblamiento. Las olas rompen con fuerza y dejan un estado de ánimo exultante hasta que la multitud mudable del hotel moldea los exactos límites del regreso. Las islas trazarán sus particulares laberintos para que el olvido no las borre.
V.- The end
Es domingo de resurrección. Calma festiva y último recorrido por la 95. Compras de última hora, fotos y de nuevo Miami con un abrumador cruce de maletas, viajeros y vuelos en pantalla. No es un vuelo directo; tenemos una escala en Boston, una ciudad que visitamos hace más de una década y que esta vez se queda fuera de campo porque la parada sólo dura una hora. Después el océano, un libro entre las manos y otra vez la reescritura en la memoria de lo vivido. Dice Manuel Vicent que la felicidad es un concepto abstracto que únicamente necesita una excusa para concretarse. Nuestra excusa fue el viaje y no sería justo usar en el regreso la lastimera lírica de la despedida. Sé que la duración del día es siempre limitada.
Veo que has aplicado la máxima del viajero: hay que regresar a casa para poder contar lo vivido...
ResponderEliminarMe has llevado de viaje, tan real y sutil, a través de tus palabras: "Una secuencia de cine convertida ahora en geografía sensorial".
ResponderEliminarQuerido José, literatura y viaje comparten ese poder mágico quer amolda la realidad a la mirada. A mí me sucede con tus libros, así que me encanta que estos apuntes al paso te dejen una impresión tan grata. Abrazos.
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