IMÁGENES DE BURGOS
Mi retina es un archivo de imágenes dormidas, así que cuando llego a Burgos, casi en la amanecida, no busco encuadres inéditos de la ciudad castellana sino el rescate de fotografías de otros viajes.
El catálogo recuperado arranca en el Paseo del Espolón, esa senda peatonal otoñecida que duerme junto a la ribera del Arlanzón. La estatua de la castañera habla de frío continental, de cucuruchos de castañas asadas y dedos infantiles ateridos.
Entro en el casco monumental por el Arco de Santa María, ese gran arco de medio punto que precede a la contemplación del mejor monumento de la ciudad: la catedral. Como siempre, la estampa emociona desde cualquier enfoque, aunque elijo el Mirador de Fernán González para fotografiar rosetones, barandillas, arbotantes, pináculos y toda la utillería del románico tardío y del primer gótico.
El entorno cercano tiene un trazado hospitalario que imvita a la parada en cualquier bar de la calle Laín Calvo, San Lorenzo, o en el recinto porticado de la plaza mayor, junto a la estatua de Carlos III, aquel rey albañil que fue el mejor alcalde de Madrid.
Desde allí, camino hacia el Teatro Principal. El reloj me recuerda el motivo del viaje: fallamos el Premio de Poesía Ciudad de Burgos. Abrazo a un amigo entrañable y a un poeta que admiro, Joan Margarit y esperamos juntos a Luis García Montero, cordial y lleno de afecto como simpre. Me emociona saludar a dos poetas tan ligados a mi trabajo crítico. Nos acompañan también el editor que más sabe de poesía española, Chus Visor, y el ganador del premio en la convocatorio anterior, Jesús Jiménez Domínguez. Coordina la reunión Juan Carlos Pérez Manrque, siempre eficiente y afectivo.
Nos reunimos en la tercera planta. El nivel del premio es muy alto y seguro que el debate será largo. Pero esa es otra historia que merece una parada con calma.
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