Los héroes son mentira Rosa Huertas Edelvives, Madrid, 2013 |
RECUERDOS
DE IFNI
Detrás
de la escritura de muchos libros alienta un impulso intelectual, la búsqueda
incansable de la palabra exacta. Otros, en cambio, tienen su germen en una
necesidad afectiva. La novela de Rosa Huertas (Madrid, 1960) Los héroes son mentira pertenece a estos últimos; así se entiende
mejor y así se justifican las fotos familiares de cubierta y la denominación
real de los personajes,sin velar nombres ni parentescos.
Es una constante de la autora la dispersión
en el cauce argumental de sus ficciones de elementos autobiográficos; están,
por ejemplo, en La caja de los tesoros,
donde se recrea un recuerdo de sus veraneos infantiles, y en El blog de Cyrano donde la sensibilidad
juvenil rememora el tiempo de su amanecida en las aulas universitarias. Pero los
recuerdos aparecen diluidos, como si las pautas imaginarias tuviesen un peso
específico mayor.
En los capítulos de Los héroes son mentira es el núcleo familiar de la escritora quien
sale a escena y es la voz del padre la que suena con la fuerza de lo necesario.
La enfermedad paterna y el internamiento hospitalario dejan el clima afectivo
en un tiempo de espera; el tumor exige la recapitulación, galvaniza la
memoria como si hubiese una necesidad palpable de recuperar el recuerdo más
duro de la existencia. Se agota el plazo concedido para el deambular por los
días y es preciso dejar constancia de los pasos. Esa es la función primordial
de la escritura: ser testimonio firme.
Ese punto cero del itinerario biográfico del
padre es la Guerra de Ifni, una experiencia extrema que convulsiona la
existencia posterior y se mantiene replegada en la memoria como una dolorosa
espina que exige aflorar.
Es un episodio histórico que apenas se
vislumbra en los manuales de Historia Contemporánea, como si fuese un error que
mereciese olvido. Los efectos colaterales casi no se percibieron en la memoria
colectiva, pero los sucesos existieron y lastraron la conciencia de los
protagonistas con dos o tres certezas no por obvias menos dolorosas: las
guerras no son buenas, todas son malas, los héroes no existen y la historia
oficial es una versión interesada de los acontecimientos.
El padre, viejo veterano de aquel desastre
que provocó más de trescientas bajas y un considerable número de heridos, llegó
como oficial, con el Batallón de Armas Pesadas Ceuta 54, una denominación
grandilocuente para un puñado de morteros, ametralladoras anticuadas y
vehículos de transporte destinados a la defensa de un pedegral desértico, con
escasos matorrales y un discutible valor estratégico por su proximidad a
Canarias.
La autora busca resaltar en todo momento el
testimonio directo, el verbo oral del figurante central para que lleguen los
acontecimientos con la verosimilitud más firme; se describen meses de angustia
y privaciones, de soledad y desesperanza entre la piedra y el polvo.
Los
héroes son mentira recupera la versión personal de una historia triste,
casi borrada por los manuales, que sigue viva en unos pocos supervivientes; son
las confidencias de un viajero que en su itinerario vital se aproxima a la
última estación y necesita dejar memoria. Sólo lo que se escribe permanece.
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