domingo, 29 de junio de 2014

LUIS FELIPE VIVANCO. UNA RECUPERACIÓN.

Unas pocas palabras necesarias
Poética y poesía de Luis Felipe Vivanco
Andrés Romarís Pais
Visor Libros, Madrid, 2014
EL POETA CALLADO

   La literatura española de la primera mitad del siglo XX soportó tras el trienio de la Guerra Civil una escisión insondable. La lucha fratricida condicionó las biografías literarias de la época con numerosos efectos colaterales derivados de la toma de partido. Pero fue la Generación de 1936 –Miguel Hernández, Rosales, Panero, Ridruejo… - la que acabaría padeciendo con más rigor aquel trasfondo infame. A ella pertenece Luis Felipe Vivanco, autor con Luis Rosales de la antología Poesía heroica del Imperio (1940) una panorámica parcial de la poesía del momento, complementada por otras muestras elocuentes del bando vencedor, como Antología de la poesía sacra de Ángel Balbuena Prat, y Poesía en armas de Dionisio Ridruejo.
  Al itinerario de Luis Felipe Vivanco y a su evolución en el tiempo, el profesor Andrés Romarís Pais, Licenciado en Filología Románica y con acercamientos de interés a Rafael Morales, José Luis Hidalgo, Carlos Sahagún y José Ángel Valente, dedica el ensayo Unas pocas palabras necesarias, subtitulado Poética y poesía de Luis Felipe Vivanco. Es la labor investigadora de casi una década que recurre al criterio cronológico para analizar cada tramos escritural. 
   El poeta había nacido en San Lorenzo del Escorial en 1907 y fallece en 1975, cuando alumbran los madrugadores destellos históricos de la transición, donde la monarquía sustituye al oscuro régimen franquista. Ya en la adolescencia, Vivanco descubre su amanecer poético; aquellos tanteos juveniles comprenden un periodo que dura desde 1924 a 1932; la fase aglutina probaturas y tanteos y será sometida a una laboriosa reescritura posterior, así que estos pasos tiene más interés sociológico que literario y acusan reminiscencias y magisterios asentados como Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, cuyas sombras dejan sitio también a libros tempranos de las voces del 27.
   Entre 1933 y 1937 Luis Felipe Vivanco escribe sus dos primeras entregas publicadas, Cantos de primavera y Tiempo de dolor. Son obras en las que ya se define un pensamiento estético que Lucía Cerutti encuadra en la etiqueta “ Poesía del ser”; son entregas con fuerte entramado simbólico y afinidades manifiestas con el cauce de pensamiento que llena las páginas de la revista Cruz y Raya. En las composiciones de ambos libros se entrelazan naturaleza, sentimiento religioso y emotividad amorosa. Estos rasgos perduran en los textos de postguerra, como si el vínculo al ideario de los vencedores hubiese anquilosado su evolución creadora.
  En 1945, tras la boda del poeta con María Luisa Gefaell, se percibe una mutación en la escritura. El punto de inflexión es el poemario Los caminos, obertura de un ciclo de madurez que integra cuatro obras, hasta 1974. Sigue manteniendo lazos generacionales con Rosales, Panero y Vivanco, pero su palabra poética se mantiene al margen de los movimientos estéticos de posguerra, tanto de la poesía desarraigada como del verbo social de Celaya y Otero, en busca de una poesía del misterio y del conocimiento, definido como "realismo intimista trascendente".
  Prosas propicias cierra la obra; es un epílogo inacabado en el que se recupera la indagación formal y el poema en prosa, acaso por la influencia de Juan Larrea, a quien el poeta analiza y traduce. En lo personal, esta última década es un paréntesis complejo en el que sitúa en las antípodas del régimen, al que considera una larga e inacabable mentira.
  En la introducción, el profesor Romarís precisa con acierto el objetivo principal de este ensayo: mantener viva la aportación poética de Luis Felipe Vivanco, porque “un escritor no muere cuando su corazón deja de latir sino cuando su palabra deja de ser leída”. Unas pocas palabras  necesarias constituye un acceso directo; enmarca la tarea escritural en un contexto histórico y contribuye a diluir algunos tópicos sobre el inicial alineamiento ideológico para centrarse en su legado literario y en su concepción estética de que la poesía no es un sueño, un esqueje imaginario de la realidad sino un intenso diálogo constitutivo y esencial del hombre con su ser temporal.

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