Pintura de interiores José Manuel Suárez Libros del Aire Madrid, 2015 |
CUARTETO
El subtítulo “Cuarteto” de Pintura de
interiores clarifica de inmediato la extensa selección de composiciones integradas en esta salida de José Manuel Suárez (Piedras Negras, Laviana,
Asturias, 1949). El volumen, editado en la colección Jardín Cerrado, aglutina un
ciclo de escritura que abarca cuatro sendas líricas, “Inquieta levadura”, “Azul sin fingimiento”, “De piedra encendida y yerta” y, por último, “Donde las manos
ven”. Los apartados apuestan por convivir con formatos heterogéneos, aun cuando
compartan una línea argumental que expande similares preocupaciones temáticas. Así lo refrenda la nota prologal
que el autor ha denominado “Dedicatoria”, un aserto que transmite una clara
implicación emocional: “Todo tiene su adentro al que llegar horadando el
camino, un interior donde las manos ven, un cierto hogar que espera y nos abre
la puerta y nos invita a entrar, habitando la casa en que ya estamos. Y así
estar será, en su sentido fuerte, marco de lo que somos y veremos. Un lugar nos
empuja muy lejos, nos amasa y nos hace crecer, y en su dificultad viene a
buscarnos”.
Este dibujo hecho de sentimientos
también deja sus trazos en el amanecer del poemario. “Inquieta levadura” postula una reflexión sobre la identidad
lírica empeñada en recomponer espacios vivenciales, un entorno germinativo y
auroral que el discurrir del tiempo va gastando, aunque las sensaciones
perduran: ”(Con una medida humana, la tierra es perdurable. / No se deja
arrebatar. Distintos dueños / pero las mismas manos. Anunciación sin ciencia: /
a la altura del hombre la tierra no ha cambiado; / van cambiando los ojos, alma
viva atrapada entre fuegos, / cenizas ya y deseo de cuanto ardió deprisa )”.
El
apartado “Azul sin fingimiento” fomenta una poesía más discursiva, como si el
exterior se oteara con el verbo omnisciente de la contemplación. La voz
hace inventario de elementos al paso, y en ellos las humilded urracas adquieren el
protagonismo del primer plano. Son capaces de convocar
didácticas analogías. Su luto prodiga una ternura juanramoniana y representa, ante la
animada pupila del espectador, un variado registro de actitudes que hacen más
habitable el espacio urbano de la costumbre. “Los días más hermosos: de luz en el invierno;
aire más transparente y que se amansa; más humano. Centellea el sol de
diciembre en las acacias y plátanos junto a la boca del metro. Las chimeneas de
leña difunden el leve incienso y bálsamo de días ya lejanos ".
“De piedra encendida y yerta”, tercer
fragmento, aloja textos breves de tono elegíaco. La pupila verbal refleja lo
transitorio; el azaroso discurrir de la existencia es un trazado que hace del
recuerdo una manera de perdurar. La memoria se convierte en ancla de sujeción.
En ella sigue intacta la casa del pretérito cuyos muros contienen lugar y
fuego: “Fue mi lugar verdadero / por eso nunca me fui “. Esa tenaz errancia en
el tiempo solo adquiere sentido en el regreso.
El cierre, “Donde las manos ven”, está formado por poemas
meditativos. El verbo asocia vivir y razonar, como el logos se
convirtiese en una brújula de la existencia en tránsito; el ámbito del ser está marcado por actitudes de búsqueda y
descubrimiento. La poesía se hace puente hacia el interior de la conciencia
para esclarecer el tejido relacional entre el hablante verbal y la realidad
como casa de la materia.
Ya se ha comentado la idea de ciclo que José Manuel Suárez argumenta
para unificar la fértil cosecha lírica de Pintura
de interiores. El libro, plural en su desarrollo, traza un itinerario a
partir del eje de coordenadas que postulan el lugar y la temporalidad, dos
esquejes básicos de la tradición reflexiva,
aquella que da voz al estar transitorio del hombre. Somos huellas precarias, tercos pasos marcados en la
senda del tiempo.
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