Lo que importa Antonio Rivero Taravillo Renacimiento, Sevilla, 2015 |
LO QUE IMPORTA
Hace mucho tiempo que la poesía contemporánea dejó de ser un patio de
vecinos lleno de conflictos y con la
pretensión de escribir a la contra para convertirse en un discurso sosegado y plural. En la
lírica actual conviven elementos de varias tradiciones que alientan la
intención de acercarse a la mayoría en el tratamiento del lenguaje y en los
veneros argumentales. De esta digresión previa, la senda de Antonio Rivero Taravillo
podría ser ejemplo paradigmático. El equipaje literario del melillense afincado
en Sevilla es copioso y diverso. A su faceta de traductor al castellano de
autores como W. Shakespeare, John Keats, Robert Graves o Harold Bloom suma
cuadernos de viajes, ensayos, biografías –imprescindible su trabajo sobre Luis
Cernuda-, la novela Los huesos olvidados y
un sendero poético que abarca las entregas Farewell
to Poesy, El árbol de la vida, Lejos, y
La lluvia.
Desde su inicio, la palabra poética emplea una perspectiva realista y
figurativa. El texto acoge una anécdota aparentemente menor y cotidiana y
profundiza en su indagación hasta perfilar destellos cognitivos sobre el ser y
el estar. De ese modo, el hilo conductor de cada salida concede al pensamiento
un amplio recorrido en el proceso de percepción de la realidad y sus
interpretaciones. En las composiciones de Lo
que importa nos sale al paso una reflexión que aglutina casi ochenta poemas
organizados en tres conjuntos. La observación del testigo directo especula con
la ficción autobiográfica y con las contigencias de un yo que percibe en su
acontecer diario los pliegues del asombro. Sus apreciaciones conceden al tiempo
un valor añadido y resultan brújulas eficaces en los itinerarios por completar.
La lectura, y sus efectos secundarios, constituye una actividad central
del hablante verbal. Varias composiciones abundan en el sostenido diálogo con
la biblioteca. Por esa escala asciende “Rey Lear”; el poeta será una ausencia
en las lejanas luces del quinto centenario, pero la versión al castellano de
aquel hito de W. Shakespeare hablará por él renacida en las manos de un lector.
También el poema dedicado a W. Morris, cuyo ideario se esboza en una sugerente
poética final: “El hombre es narcisista: así prefiere / un espejo a su
semejanza, un sucio / andrajo de dudoso gusto, / agua turbia en la que
reconocerse; / nunca la claridad, la transparencia / que exigen transparencia y
claridad. “
Transita por el segundo apartado la voz de Humberto Fabbro. El mismo autor
hace memoria de su encuentro con él y nos desvela unas escuetas pinceladas
biográficas que no hacen sino acrecentar la certeza de que el personaje es un alter ego que añade matices al personal
camino de Antonio Rivero Taravillo. Se acrecienta el registro coloquial para
glosar evocaciones y la dicción se desnuda para tejer secuencias de las que
emanan indicios éticos. Las idealizaciones parecen avocadas a formar la textura
de un campo de cenizas. Pero no solo cambia el sesgo reflexivo; también el
formato experimenta bifurcaciones, como sucede en el poema “Asta y cuerpo”
donde la repetición versal establece una llamativa combinatoria.
El tramo final, “Sala de espera” compila el cajón diverso de lo
cotidiano, como si fuese una fragmentaria lectura de la realidad en clave
poética. Es la cronología de un tiempo que aglutina elementos al paso –qué
atinados los poemas “Ciruelas” y “Biblioteca descarrilada”- o de lugares y
sitios que acentúan la ubicación del sujeto entre lo transitorio mientras se
desgajan inadvertidos “trozos, migajas raspaduras”. Las palabras alumbran un terco análisis de
las formas que confluyen en el entorno y son interlocutores que borran las
cesuras entre pasado y presente.
Suele mirarse con desconfianza el quehacer variado y Antonio Rivero
Taravillo está en el extremo de cualquier práctica monocorde. Ya se ha dicho
que en su quehacer conviven varios géneros que se complementan entre sí. Pero
es sobre todo un poeta. Lo que importa
destaca por su riqueza temática, por su originalidad metafórica y por el manejo
de formatos que integran el escueto esquema del haiku y el poema narrativo que
se demora en la descripción de lo percibido. Y en los dos casos, el lector
percibe la palabra necesaria, el poema que habla con tono acogedor. La espiral
de palabras que en el ruido diario preserva lo que importa.
Un libro muy recomendable. Saludos,
ResponderEliminarAsí es, Susana, la arquitectura poética de Antonio Rivero Taravillo es sólida y habitable. Para quedarse entre sus muros. Un fuerte abrazo.
EliminarOtro nuevo descubrimiento. Gracias José Luis por compartirlo. Un abrazo
ResponderEliminarAntonio Rivero Taravillo es un escritor-orquesta; toca muchos instrumentos y su polifonía es intachable; yo prefiero dos facetas suyas -aunque no discutiré méritos evidentes en las demás-, la poesía y la traducción. Así que hay un amplio territorio por explorar. Abrazos, poeta.
Eliminar