Lo sguardo effimero (La mirada efímera) Herme G. Donis Edición bilingüe de Emilio Coco Levante editori, Bari |
VOCES AMIGAS
Uno de los aciertos más reconocidos del haiku es la combinatoria
natural que propicia entre poesía y pensamiento. La estrofa, despojada de
cualquier exotismo geográfico, ha conseguido
aclimatarse al devenir literario del nuevo siglo y son muchos los poetas
contemporáneos que utilizan las diecisiete sílabas de su esquema versal. Es el
caso de Herme G. Donis (Villalón de Campos, Valladolid, 1951) que nos deja
entre las manos Lo sguardo effimero (La
mirada efímera), una hermosa colección, en italiano y español, al cuidado
del hispanista Emilio Coco.
Los concisos textos “nacen de la naturaleza constante de las
cosas efímeras” y buscan la repetida transparencia que impone el trayecto de la
luz abierta. En la disposición
argumental encontramos tres secciones. En la primera, “El agua
repetida”, predomina el haiku perceptivo, aquel que busca las huellas de una
impresión sensorial en la que el agua actúa como semilla germinativa. El
elemento genera imágenes que emiten
componentes plásticos; pero además el agua está enriquecido por una simbología
añadida. Es difícil olvidar que el legado de tópicos literarios ha convertido
la vida en río que halla su desembocadura en la muerte; esa idea manriqueña
encuentra una nueva formulación: “Eterna el agua/ conduciendo la vida/ hacia la
muerte”. Voces de agua son sinónimos de despertar de la memoria, de itinerario
de regreso hacia una arcadia infantil: “Llega la nieve/ un invierno de niños/ se mece en ella”; asimismo
resulta sugerente como la autora entrelaza el eco de la lluvia y el deseo.
El siguiente grupo se denomina “Jaikús
occidentales” y está fechado en la localidad asturiana de Pola de Somiedo en el
verano de 2006. El aserto empleado parece argumentar la peculiaridad autóctona
de la forma y por tanto dirimir también que existe un único molde en Oriente.
El amplio recorrido de uso ha modificado la esencia original y se han multiplicado
singularidades y escuelas. Podría entenderse también que la autora agrupa aquí
a textos con características formales homogéneas. No es el caso; se respeta el
discurrir continuo y hay una cadencia natural que reporta el mismo clima emotivo.
No se abandona el tono introspectivo y la mirada de una imaginación realista:
“Luna aterida,/ acompaña mis sueños/ tu aliento helado”.
El apartado final, “La vida en vilo” alude a
ese punto de azar que galvaniza la cotidiana suma de instantes existenciales.
El trecho temporal que vamos agostando nos encamina hacia la última estación.
Es el tiempo de la meditación; la mirada se vuelve crepuscular y reviste las
formas con los desvaídos colores del otoño. Cada vez es más fuerte la sensación
de conciencia finita y transitoria; en el horizonte se recorta la alargada
sombra del olvido y se acrecienta la melancolía. Se percibe el vacío como punto
de destino.
Lo
sguardo effimero se integra en una
línea de poesía existencial y meditativa que sondea los sustratos más profundos
del ser para descubrir un yo precario, marcado por la temporalidad. La scritura adquiera entonces su sentido más pleno: es un ejercicio de
resistencia que tiene la virtud tranquilizadora de dar fe de vida; erso a verso se construye el andén que cobija
y ampara, que permite transformar lo efímero en perdurable.
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