Antología poética Ángel González Prólogo de Luis Izquierdo Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo Madrid, 2016 (tercera edición actualizada) |
LEGADO BÁSICO
Cada intervalo temporal acoge la
convivencia de voces fuertes que muestran su plena amanecida y proporcionan un legado básico a las nuevas hornadas. De
la última mitad del siglo XX perdura como referente central la generación del
50. A ella pertenece Ángel González, de quien Alianza Editorial reedita por
tercera vez Antología poética.
Es un mural lírico elegido en su
día por el autor que agrupa una significa aportación de cada una de
sus entregas. Ahora se completa la edición princeps con cuatro poemas
pertenecientes a Nada grave, libro
póstumo que Visor publica en 2008, con la producción inédita del asturiano.
Como ocurre con sus compañeros de
viaje, la poesía de Ángel González se aleja del hermetismo ensimismado para
convertirse en testimonio de una realidad colectiva. Con el grupo
de Barcelona comparte posiciones ideológicas, actitudes de compromiso, e
intervenciones significativas como el homenaje en Colliure a Antonio Machado, al
cumplirse el vigésimo aniversario de su muerte.
La palabra del poeta se fue
desgranando en libros espaciados en el tiempo que trazan una línea firme de
coherencia, aunque con mutaciones en sus enfoques. De su análisis se encarga el
umbral reflexivo de Luis Izquierdo y puede confirmarse, desde la propia lectura, a partir del encuentro con su obra Palabra sobre palabra, que ha ido creciendo con similares claves de
escritura.
Áspero mundo es su carta más temprana y sus poemas se vinculan con
el rechazo de una realidad forzada; un río existencial que arrastra las
consecuencias de la guerra civil y el clima de opresión de la posguerra, que
tanto condiciona la educación sentimental del poeta, por las creencias
republicanas de su familia. La palabra se hace resistencia frente al estar
precario; los versos suenan con marcado acento crítico. Pero aflora también en
el tramo de cierre otra línea temática, la voz sentimental, una cadencia que
convierte al amor en elemento estático que sobrevuela y pone luz a lo
cotidiano.
Desde Sin esperanza, con convencimiento emprende nuevas
estrategias comunicativas que se decantan por una mayor objetividad crítica.
Las composiciones vislumbran el marco de convivencia social “como una espuma
sucia”, que aflora a tierra desde la marea; y velan el intimismo confesional
que, de este modo, deja sitio a una mayor conciencia crítica. Desde la derrota y el despojamiento, el yo inicia trayecto hacia un
porvenir que se vislumbra lejana evanescencia. Son obras que participan de un
bagaje generacional manifiesto y en ellas es fácil encontrar enlaces con
las entregas de Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma. También se acentúa en
este momento el empleo de la ironía cuyos efectos señaló, en el monográfico de Litoral, Susana Rivera: “le sirve para
distanciarse de sí mismo, para expresar
la condición equívoca de la realidad, para poner en tela de juicio ciertas
creencias y actitudes sociales y para crear un lenguaje a primera vista
sencillo y natural que tampoco es lo que parece”. El acierto de estas premisas
puede comprobarse en “Discurso a los jóvenes”. El inicio postula
una arenga impulsiva que llama a la acción y es en los versos finales con su
inesperado quiebro cuando se rompe el significado previsible. El didactismo de
la palabra poética, como transmisora de valores continuistas y apegados al
presente, es una estrategia de crítica y cuestionamiento. Resalta en
títulos como Grado elemental y Tratado de urbanismo, donde entender el
entorno requiere un disuasorio aprendizaje, donde
lo sentimental discurre con énfasis dramático. Cuando aparece Tratado de urbanismo en 1967 la avanzada novísima ha colonizado el
paisaje poético con un formalismo escapista que está muy lejos de la
trayectoria de Ángel González, cuyas
claves perduran: intimismo, mirada escéptica y desengaño en los enunciados existenciales por asumir como irrealizable cualquier esperanza, sin
ceder en las propias convicciones.
El despliegue de recursos prosigue en sus obras de madurez donde
captamos un mayor son elegíaco y un claro escepticismo ante la conciencia de lo
transitorio. El poeta sabe que el tiempo es “tenaz y lento como un buitre” y
vuelve los ojos hacia la rememoración de un pasado lleno de
sinestesias.
Como el epílogo tardío de quien
hace verdad inapelable el destino cumplido, los poemas de Nada grave desdeñan la queja inútil o la lamentación que
transparenta esa materia frágil que moldea ilusiones. En las palabras queda
reflejado el rictus amargo de la muerte.
Esta mirada a la biografía poética de Ángel González asegura la plena
vigencia de una voz de profundo impacto, que ha sembrado muchas afinidades en
la lírica más joven, que ha trazado una ruta natural hasta el ahora para que
cada verso siga reflejando la verdad, la belleza y el compromiso del hombre frente al tiempo.
Qué poeta y qué entraña este inolvidable y no sé hasta qué punto superado este Ángel González.
ResponderEliminarAsí es, querido Fakel, es uno de los magisterios tenaces que luchan contra el tiempo y que ha ido dejando, perdurable, una estela en el agua que todos nos aplicamos en seguir. Muy agradecido por tu comentario. Un abrazo.
EliminarUn clásico del siglo XX, Ángel González. Gracias por recordarlo. Feliz semana José Luis.
ResponderEliminarHola Jesús, comparto la definición: un clásico, de los que perduran, de los que ponen luz entre la sombra. Tuve la fortuna de compartir con Ángel González vivencias y encuentros y eso queda en el corazón como un tesoro impagable que me dejó el tiempo entre las manos. Un fuerte abrazo.
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