Dreno Matías Miguel Clemente La bella Varsovia, Poesía Córdoba, 2015 |
RESPIRADEROS
Los buenos títulos someten de
inmediato a un movimiento de traslación hacia la semántica de sus contenidos.
También los elementos paratextuales, como las citas y las dedicatorias, sirven
de balizas orientadoras. Dreno, el escueto enunciado de esta
tercera entrega poética de Matías Miguel Clemente (Albacete, 1978) apunta firme
hacia una necesaria acción terapéutica; el drenaje supone una eliminación del
agua contenida en el suelo para sanear los estratos; o la salida al exterior de
líquidos contaminados que permiten después la limpieza de una zona infectada e
impide la degradación. Queda por analizar el entresijo simbólico del verbo
drenar en el espacio poético y descubrir
esas claves secretas que concede el poema.
Dreno une anotaciones
líricas que abordan intereses dispersos, y emplea el poema en prosa como
estrategia comunicativa. Cada título funciona como síntesis de un sedimento
argumental; la idea dibuja una realidad diseminada en la que se respira
incertidumbre; la voz reflexiva del protagonista verbal airea la savia nutricia
de su pensamiento, descubre un espacio interior en que se localizan asimetrías
y claroscuros, esa “piel descuartizada que esconde la marca del oasis”. Lo
explícito se apacigua para que también encuentre cauce lo eludido, aquello que
existe de modo imperceptible como si fuese el umbral de un espacio por
descubrir, y toma la palabra un onirismo que deforma las formas de lo real con
sus propias imágenes. Pienso, por ejemplo, en el poema “Ciego” y en párrafos
como este: “Tenía un amigo que sabía hacerse el ciego. A veces le pedía sus
manos de invidente en pago de mi compañía, y él se las quitaba para dármelas.
Férreas me calmaban, pero ahora está lejos, y por eso cuando veo demasiado,
cuando caigo en una voz de mareo, me pongo las mías en los ojos, y me vuelvo
lado, pared, barranco.”
El pensamiento observa y escarba.
No se entrega a la mera contemplación sino que busca los efectos que se
proyectan sobre el entorno, percibe cómo se asienta la erosión y clarifica sus
mutaciones: “Hubo una vez una casa que dejó de ser hogar, estanque o páramo,
para convertirse en una dirección a la que mandar y en la que acumular cartas,
en un barrio que dejó de tener presencias, para ofrecer aire con ojos
incrustados y vuelos de discurso”.
Los poemas se empeñan en abrir un
nivel cognitivo en el que las sensaciones son punto de partida que complican la
percepción de un tiempo que no se justifica en si mismo. Es necesario diseñar
líneas para que lo real no atrapa en el sinsentido de sus círculos
concéntricos. Así discurre el poema “Dreno”: “Tengo que poner un poco de orden en poco esto un todo de
orden”; una composición que, en su contenida brevedad aforística” da pie a una
interpretación plural. El yo poemático se ubica en la razón y en el discurso
rutinario de lo previsible con un propósito claro: “tengo que poner un poco de
orden”, pero la versión final de lo que sucede no depende de su empeño sino de
las variantes y arritmias de lo imprevisible: “en poco esto un todo de orden”.
La conclusión es clara; el poeta vive en la ceguera y la intuición; su canto no
es un tratado de simetría sino un tanteo en lo oscuro, una operación de
drenaje, una grieta, un bombeo que salta hacia el vacío.
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