Gabriela Rosas |
GABRIELA ROSAS: LA PIEL DEL TIEMPO
La
poesía solo aspira a establecer un diálogo entre voces que se contemplan en las
variaciones tipográficas del libro. Desde hace un tiempo yo suelo conversar con
las palabras de Gabriela Rosas, poeta y narradora venezolana que llegó a mi
casa desde el rumoroso vacío de internet y que ya forma parte de mi biblioteca
personal de afectos. Cada identidad ejercita la atención y se manifiesta a
través de unos cuantos datos biográficos que acotan el paréntesis existencial.
Gabriela Rosas se formó en la Universidad
Pedagógica Experimental Libertador donde concluyó estudios de educación
integral. Desde muy joven busca lugar en la escritura; su quehacer literario
consigue un temprano reconocimiento al ganar en 1995 el Primer Premio
Nacional de Poesía para Jóvenes Liceístas, otorgado por la Casa de la Poesía
Juan Antonio Pérez Bonalde.
Era un
oportuno refrendo que impulsaba el discurrir lírico formado hasta la fecha por La mudanza (Eclepsidra, 1999), Agosto interminable (Eclepsidra, 2008), Blandos (Taller Editorial El Pez Soluble,
2013) y Quebrantos (Ediciones del
Movimiento, 2015). Son libros que se suceden sin cambios bruscos en el ideario
estético. Para Gabriela Rosas “La poesía es mi lugar sin lobos.
Es mi plegaria. La sintaxis de la poesía me exige la memoria de lo preciso, de
lo cierto. Le hace justicia a mis lecturas y a todo lo que siento, también
escribo prosa, cuentos y llevo un diario. Es difícil de explicar, la poesía me
tomó por asalto un día, me mostró un paisaje del que me es imposible volver. No
fui por ella, insisto en ella, sí, en su misterio y embrujo, como el amante en
el cuerpo amado”.
Su carta de presentación, La mudanza es un poemario cuya textura verbal acoge una palabra
libre y viva, que busca en la evocación un registro activo de lo transitorio a
través de poemas breves, con sintaxis comunicativa en la que resalta la
tonalidad emotiva. Esta ruta expresiva perdura en su segundo paso Agosto interminable, que incorpora
nuevos registros temáticos como lo metaliterario y un entorno más descriptivo;
pero la veta central de la voz poética de Gabriela Rosas es el amor y su onda
expansiva, un halo consistente que celebra el cuerpo y pone tacto al deseo; que
es capaz de transformar el carácter sombrío y adusto de lo cotidiano y dar a la palabra ese clima que
adormece al invierno. Blandos enaltece
el afán meditativo; los poemas contemplan el deambular de un protagonista
verbal que hace de la introspección un largo viaje interior y una constante
exigencia de sinceridad.
El quehacer versal de Gabriela Rosas se
reanuda en Quebrantos. En el libro
las composiciones despliegan una realidad existencial donde los sentimientos se
empeñan en persistir incluso en el desamor y en el derrumbe y adquieren una
realidad corporal. Al cabo, en el amor nunca hay quietud porque la poesía
aspira a recorrer con azarosa brújula un territorio de pieles y cuerpos. El
poema hace de la boca que besa un entorno habitable donde cabe el tiempo
remansado, una amanecida en la que suena la lluvia del deseo con la reiteración
del viaje circular.
Más allá de la línea de campo que traza la
poesía, en la que siempre afloran como tempranos brotes vitales la sensualidad
y el erotismo, Gabriela Rosas, la poeta que tiene “ojos de avellana, larga
cabellera y voz dulce” ha realizado
talleres de poesía y narrativa con Santos López, Carmen Verde y Fedosy Santaella, entre otros. Poemas suyos figuran en
las antologías Las voces de la
hidra (Miguel Marcotrigiano,
Mucuglifo, Mérida, 2002) y El
coro de las voces solitarias (Rafael
Arráiz Lucca, Eclepsidra, 2003), y en reconocidos medios de Venezuela y otros
países, y han sido traducidos al catalán y al italiano. Participó en varias
ediciones de la Semana Internacional de la Poesía de Venezuela, en el III Salón
Pirelli de Jóvenes Artistas y en la Feria Internacional del Libro de Lima
(2011). Son espacios que certifican la contextura poética de Gabriela Rosas y
su propuesta de una voz amiga que busca la sedentaria madurez del pensamiento.
Sus
versos hacen brotar un empeño diario contra el encierro del yo para saberse
humano, para hacer del lenguaje una semilla que en el surco del tiempo
fertiliza.
Estos puentes de papel serían mucho más frágiles sin la techumbre cordial de Gabriela Rosas; ella se ha convertido en una fuente de reflexión de mi poesía.
ResponderEliminarEn sus poemas encuentro la prolongación natural de su belleza, un recorrido por los sentimientos que absorbe mis pasos y me lleva a seguir buscando un poco de luz entre sus libros.
Querido, José Luis:
ResponderEliminarPoeta, admirado, leído, releído, respetado. Esta honda mirada por mi obra me ha tomado por sorpresa (una linda y grata sorpresa). Me ha dejado sin palabras, ¿cómo no? si le dedicaste tanta generosidad, tanta hondura y atención a mi obra poética.
El comentario que antecede al mío es la guinda. Encontrarme aquí es conmovedor y tan emocionante; lograr eso, en ti, lograrlo, mover eso en ti, me emociona (y no importa que tan reiterativa sea), humildememte me emociona. Mi agradecimiento por tu tiempo y lectura, no hay manera alguna de saldarlo. Pero están mi amistad y nuestras letras para encontrarnos siempre. Esta el profundo abrazo de las palabras que nos cobijan.
Es tan hermoso lo que escribiste, que no puedo honrarlo aquí, ahora.
Gracias de nuevo, respeto y admiro tanto tu trabajo, me he encontrado en tus letras ya tantas veces, que celebro este día y todos tus días.
Gracias por leerme y muchas gracias por compartirlo.
El abrazo es largo y está lleno de poesía.
Estos puentes son sólidos, son un hermoso paisaje, respiro más hondo cuando los visito.
Agradezco la ventana inmensa de tu palabra.
Siempre agradecida,
G
Querida Gabriela, solo cabe darte las gracias por tu poesía y por tu amistad. Y espero tener la oportunidad en algún momento de que mi visión sobre tu poesía perciba el itinerario completo, sin rincones por descubrir, un paisaje diáfano en el que tu escritura sea sol de mediodía. Besos.
EliminarAgradecida yo.
EliminarAbrazo desde el otro lado del puente.
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