El libro blanco Augusto Rodríguez Prólogo de Rafael Courtoisie Chamán Ediciones, Colección Chamán ante el fuego Albacete, 2016 |
ANTOLOGÍA PERSONAL
Los rasgos literarios de Augusto Rodríguez (Guayaquil, Ecuador, 1979)
expanden un esfuerzo plural que deja itinerarios por la poesía, el cuento, la
novela, la colaboración periodística y el ensayo. En tan amplio bagaje resalta
su labor poética, con versiones a una decena de idiomas y reconocida por un
largo inventario de premios nacionales. El legado que integra El libro blanco abarca el arco temporal
entre 2003 y 2016, una amplia memoria de libros entrelazados cuya impronta se
analiza en el liminar del poeta, narrador y ensayista Rafael Courtoisie. Así
define el escritor uruguayo su experiencia lectora: “Eludir el lugar común y
buscar la carne metafísica del hueso, patentizar no el dolor sino el pensamiento, la reflexión y el juego
estético que surge del dolor en un proceso consciente de construcción son algunos
de los elementos con que Augusto Rodríguez erige su proyecto: una poesía fina y
penetrante como una aguja de acero, una poesía cuya extensión es máxima como el
concepto de ser pero cuya intensidad, paradójica, extraña, se concentra en un
punto de belleza singular insoslayable”.
Uno de los magisterios centrales de la tradición latinoamericana, Rubén
Dario, al mirarse en el espejo de su propia poesía argumentaba: “Yo no soy un
poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a
ellas”. Una de las estrategias de acercamiento a la sensibilidad del otro es
convertir el poema en experiencia interior, conseguir que los versos formen
parte de la conciencia crítica. Augusto Rodríguez abre itinerario con una
selección de Matar a la bestia, obra
editada en 2007. En ellos la identidad verbal adquiere una contundente
configuración. Quien habla desde sí mismo ofrece la poderosa imagen de un ser
que desdeña cualquier ingenuidad; en la textura del sujeto interior está la
contradicción y están las huellas de un largo periplo personal que pone en
relación con un mudable contexto afectivo.
En el volumen que aporta el título a esta antología, El libro blanco el poema en prosa se
convierte en única estrategia expresiva. Sin duda, la figura del padre
determina el signo del hilo argumental. Los poemas avanzan en una densa
renovación espiritual y expresiva que nace en la epifanía inicial del recuerdo.
La presencia paterna ocupa el espacio completo del pasado y se va desplazando
hasta la evocación en un movimiento constante donde conviven actitudes y
gestos. El recorrido hasta la muerte por una enfermedad terminal va acumulando
un extraño patrimonio que el ahora se empeña en definir desde la herrumbre y el
dolor, porque la muerte ha devorado cualquier brizna de ternura para convertir
la existencia en un páramo yermo.
En esta situación, el poema se convierte en catarsis; es la única
herramienta con capacidad de respuesta frente a la intemperie, el vacío y la desolación.
Su impulso, hecho de reflexión y sentimiento, amasado por la angustia, crea un
puente nuevo entre el despliegue cartográfico de la memoria y la claridad de
amanecida que promete el futuro.
Otro título con amplia representación es La enfermedad invisible (Generación Espontánea, Ciudad de México
DF, 2012). En su edición autónoma estaba precedida de un liminar firmado por
Jorge Boccanera. La nota del poeta argentino, titulada “Relatar el naufragio”,
enunciaba esa sensación de pesadilla que acompaña el discurso lírico de Augusto
Rodríguez al compartir en sus versos una dolorosa secuencia de visiones. Con
ecos del malditismo de CH. Baudelaire y del cauce onírico de Lezama Lima,
Augusto Rodríguez contrapone el dolor y la imposibilidad de adentrarse en su
esencia, como si constatase un dogma de partida: “Nada tiene que ver el dolor con
el dolor”. Lo indefinido se asienta ajeno al tanteo semántico de las palabras y
a su afán por esclarecer; la voluntad indagatoria no consigue su propósito. Así
lo enuncian los renglones finales de “la batalla está ardiendo”: “(…) No somos
aptos para entender ni para descifrar lo que tenemos que entender y solo
vivimos engañados con nuestro limitado río interior”
El tono explícito aleja de la gesticulación y el verbalismo. El rótulo El libro del cáncer desvela sin
concesiones la idea central que genera el discurso. El yo verbal sabe cuánto
quiere decir, recurre a la evocación para traer hasta el presente las mañanas
vitales de un tiempo habitable. La infancia permanece, forma parte de la
profundidad del ser como un eje sólido. Pero lo transitorio es condición y es
también un largo proceso cognitivo que disuelve la pupila feliz de la
inocencia. Las imágenes del dolor incrustan sus fragmentos y sus dubitaciones y
corresponde descifrar su sentido, llegar hasta la última frontera: la vida es
más allá.
Los poemas en prosa del cierre conforman el conjunto Las águilas del adiós, y tienen como
entrada una sugerente cita de Edmond Jabès que habla de la escritura como
certeza del largo itinerario hacia el vacío. El lenguaje se mira a si mismo
para exponer su ars poetica. El mapa
verbal muestra con lucidez desencantada que “la escritura es un bosque que nos
descifra las orillas de nuestra muerte”; por tanto la existencia tiene mucho de
naufragio y singladura hacia la última costa: “Naufragamos a la intemperie de nuestras
conciencias, a espaldas de la realidad de los huesos y de las razones”.
Desde Ecuador, Augusto Rodríguez nos entrega en El libro blanco un acercamiento referencial a su travesía poética.
El escritor encuentra en la carnalidad de las palabras el material exacto para
desterrar complacencias y espejismos oníricos. Los versos saben que el dolor, la
ausencia y el vacío son los vértices al paso de ese extraño triángulo que
llamamos vida.
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