Hanni Ossott (1946-2002) Espacios para decir lo mismo (2ª Edición) Traducción al inglés y notas de Luis Miguel Isava Ediciones Letra Muerta, Caracas, Venezuela 2017 |
HABITAR EL VACÍO
En clave estética, la opción plural de Hanni Ossot (Caracas, Venezuela,
1946-2002) materializa una voluntad indagatoria incansable. Poeta, traductora,
ensayista y crítica de arte, ejerció como docente durante más de dos décadas
en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. En sus ensayos
la preocupación metaliteraria sobre el lenguaje y la expansión de sus
posibilidades expresivas constituye un hilo argumental frecuente. Ha completado
versiones al castellano de R. M. Rilke, D. H. Lawrence y Emily Dickinson, pero
la tendencia dominante del quehacer es la poesía. Su discurrir arranca en 1974 con Espacios para decir lo mismo;
abre entonces una senda lírica que prosigue con las entregas Espacios en disolución (1976), Formas en el sueño figuran infinitos,
que ve la luz el mismo año, Espacios de
ausencia y de luz (1982), Hasta que
llegue el día y huyan las sombras (1983), Plegaria y penumbras (1986), El
reino donde la noche se abre (1987), Cielo,
tu arco grande (1989), Casa de agua y
de sombras (1992) y El circo roto (1996).
Tras su fallecimiento, el legado poético se recuperó en 2008 por iniciativa del catálogo bid & co; se recuperaba el corpus completo,
integrado también por los ensayos y traducciones.
Con traslado textual al inglés y notas complementarias de Luis Miguel Isava,
Ediciones Letra Muerta impulsa el retorno de la obra epifánica Espacios para decir lo mismo. Los pasos de vuelta de esos poemas de apertura en formato bilingüe y con impresión en tapa
dura convierten al libro en un objeto de cálida belleza, en un asunto de
coleccionista. Faride Mered, directora de Ediciones Letra Muerta, revela que
el diseño formal se inspira en una biblia de finales del siglo XVIII. La obra
incluye tres tomos autónomos con el aire visual de un tríptico. Se integra el conjunto poético en un primer bloque en español, otro en inglés y un tercero formado por fotografías inéditas de Hanni
Ossott. Queda una estructura singular que además se enaltece por el cuidado tratamiento tipográfico.
La traducción de poesía habita la incertidumbre y propicia un debate
inagotable sobre cuáles deben ser las premisas que ha de cumplir el volcado ideal. Son cuestiones que aborda el prólogo “Placeres de traducir”, donde Luis
Miguel Isava resume implicaciones de su quehacer recordando que “el lenguaje hace otras cosas además de significar algo; en suma, reescribe el
conocido aserto de que la poesía es lo que queda después de traducir.
No es momento de enumerar las calas evolutivas del poema en prosa, formato
autónomo elegido por Hanni Ossott para su apertura lírica, pero si procede
establecer la nítida valoración de sus posibilidades expresivas alcanzada por
Baudelaire y Rimbaud, que constituyen los dos magisterios esenciales del canon
y los dos aportes más preclaros a los que no resulta ajena la mirada de la poeta venezolana, quien hace en esta modalidad escritural una intensa introspección.
Con ella arroja luz sobre cuestiones que
parecen emanar de un proceder teórico, como la semántica del sustantivo “espacio”, una palabra
clave de su trayecto estético.
En el marco conceptual del poema la identidad se revela como un yo
múltiple que integra actitudes y modos contradictorios. En sus asimetrías se
mueven personajes graves y excesivos,
volcados hacia el exterior. A veces hablan como figurantes innominados que
intentan clarificar el sitio propio; otras, desde el silencio definen su estar, como se define un color, una luz o la
textura matérica de los objetos cotidianos.
La biografía atemporal de esas presencias es una imagen mental. Requiere
la palabra para definirse y asentarse en las coordenadas de una nueva realidad.
Aún así, son figuras desdibujadas que apenas adquieren una configuración
central, más allá del razonamiento abstracto. Son formas sin lugar ni espacio,
como alucinaciones que contienen una vitalidad expandida. De este modo, son
capaces de moldear perspectivas o protagonizar una historia
personal, aunque aparezca desprovista de sentido ante los demás. Son voces que
crean otro ser y niegan lo previsible para encontrar estratos con sentidos inéditos.
Los poemas de Hanni Ossott hacen de sus estelas verbales un
itinerario de modulaciones. En ellas el sujeto lírico gira sobre sí mismo y se
concibe como un espacio múltiple. Exentos, casi siempre, de contingencias
argumentales y anécdotas concretas, avanzan como si la memoria solo fuese una
cartografía desplegada con signos vacíos. En esa inmovilidad no hay
designación, solo despojamiento y quietud, las huellas imprecisas de lo que
nunca puede asirse: un espacio al borde de las palabras. Elusiva y fragmentaria, la mirada estética de Hanni Ossott es un acto de amor; un empeño de codificar la caída y el fondo en la revelación
inesperada del poema.
María Antonieta Flores, siempre cercana y entrañable, me recuerda la influencia formal que José Antonio Ramos Sucre ejerce sobre los poetas venezolanos desde los años cincuenta en la utilización del poema en prosa, perceptible en creadores como Rafael Cadenas o la misma Hanni Ossot. Muy agradecido por el apunte crítico.
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