La ética del fragmento Luis Artigue Pre-Textos, Poesía Valencia, 2017 |
LA ÉTICA DEL FRAGMENTO
El taller de Luis Artigue (León, 1974) cultiva facetas convergentes
como la ficción narrativa, la poesía y la crítica. Son rasgos complementarios
que hacen recordar aquella magnífica aportación reflexiva de Octavio Paz: “La
moral del escritor no está en sus temas ni en sus propósitos, sino en su
conducta frente al lenguaje”. Lejos de un figurativismo asentado en la inercia, en el leonés queda claro desde su amanecida que en su estela literaria hay una terca voluntad de estilo, una
personalización expresiva que tiende a sondear las bifurcaciones de la palabra.
La ética del fragmento aporta
en su semántica un guiño a la Teoría de la Recepción y a los estudios
semiológicos de Mukarosky cuya idea central es que la función estética puede
depender del gusto; éste se modifica con el tiempo; por tanto, la norma
estética debe estudiarse como hecho histórico porque las jerarquías funcionales
mudan en el devenir. Pero más allá del trasfondo teórico está el poema como diálogo y su sentido práctico de lo poético.
Las citas de entrada trazan la identidad de una presencia cultural,
Safo, definida por el subjetivismo y por el tiempo
futurista de sus versos. Postula la ruptura de cualquier arquetipo de época, y
sus fragmentos literarios incorporan connotaciones versales que le conceden una
posición creadora irrepetible. Tras estas especulaciones previas, la voz
germinativa olvida el paratexto –título y préstamos literarios- para descubrirnos
el poema umbral “Ritmo atípico”, una composición transparente, musical,
proclive al juego fónico. Llenos de calidez, los versos recuerdan el ideario de Luis Alberto de Cuenca, a quien está dedicada la composición.
Todo el apartado inicial busca simetrías en torno al espacio emocional y a la
claridad diáfana del erotismo. Los versos se impregnan del legado monódico de
Safo para entrelazar pensamiento y carga sentimental sobre la ética amorosa y
su imaginario. De este modo, el erotismo se convierte en impulso y senda de
conocimiento; así lo sugieren títulos de carga aforística, que dejan en el aire
la sensación de una estética condensada: “El fragmentarismo sáfico como
instrumento para explicar hoy el yo en
este mundo en permanente descomposición”.
Como en entregas anteriores, La
ética del fragmento hace del culturalismo un recurso básico. Es sabido que
esta mirada a la tradición suele asociarse con la epigonía novísima cuya senda
actual marcaron Pere Gimferrer y Guillermo Carnero. Más allá del ejercicio de
brillantez literaria y del ennoblecimiento retórico del texto, el
neoculturalismo de Artigue convive, sin disonancias, con el intimismo
confesional y los pormenores literarios del latido biográfico.
El cuerpo central lo componen los poemas de “Música jazz-swing en el
París de los años veinte”. En ellos se hace lugar arquetípico la ciudad del
Sena en el periodo de entreguerras. Fue un tiempo en el que sus calles
alumbraron un nuevo pensamiento marcado por el optimismo y el deseo de cerrar
cicatrices, mientras el fox- trop
prestaba su ritmo a la música de Nueva Orleans. En el esquema sonoro del
jazz, París era el ombligo del mundo. El sustrato emotivo se recupera desde el
presente para que de nuevo se dibujen sus luces en la estela sentimental del
personaje poético, para reconstruir una subjetividad que se hace aleatoria y
cíclica, como si el discurrir necesitara espacios de acomodo donde reflejarse.
En ese marco urbano recobrado afloran también las huellas vivas de sus
personajes más relevantes. Retorna al poema la sorprendente vida de Colette y
su egocéntrica sensualidad entre identidades cercanas de la bohemia; y se hace
memoria la pintora polaca Tamara de Lempicka, retratista y representante
singular del art decó. Luis Artigue no recurre al habitual monólogo dramático
para crear la verosimilitud biográfica de la primera persona y la necesaria
empatía de la confesión –lo hace, sin embargo en poemas como el protagonizado
por el ilusorio ego de Hilda Dolitle-
sino que emplea la mirada omnisciente del narrador para abordar el
trayecto vital desde el pensamiento, como si fuese necesario añadir al
contingente biográfico la noción civilizadora en el destino personal. De este
modo cada biografía de mujer se convierte en el reflejo especular de una
estética y de una sensibilidad creadora.
La amplia mirada al extenso litoral femenino empeñado en poetizar el
mundo y hacer de su belleza reivindicación y resistencia, busca en el apartado
final de La ética del fragmento un
centro orbital. No cabe duda que el rol tradicional de la masculinidad ha
robustecido el arquetipo del sexo fuerte como vértice de una sociedad
patriarcal y hegemónica. Anaïs Nïn reflexionaba que el cambio de la identidad
de los sexos era una cuestión compartida que exigía un hombre fuerte y débil,
flexible, relativo, favorable a la igualdad antes que a la diferencia. Esa es
la cuestión de cierre que argumenta la mirada poética cuando dibuja la sensibilidad del hombre de cristal.
Luis Artigue, más allá de la ética del fragmento y de la esclarecida
tradición amatoria, compone un libro complejo. En él se da la mano el poso
conceptual de la identidad y sus mutaciones temporales en los esquemas básicos
de la relación de pareja. El escritor busca en la biblioteca la huella firme de
los protagonistas de ese cambio en momentos que han permitido
significativos avances en los esquemas de representación social. Un objetivo
complejo y un modo de entender la poesía como enunciación, construcción y
emoción, como sondeo de la posibilidad, que expande la nube limpia de lo
experimental, el ritmo singular del disidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.