Metal Joaquín Fabrellas Editorial Maoli, Colección en Babia Jaén, 2017 |
EXPLORACIÓN
Precediendo la didáctica introducción de José Antonio Molina Damiani, se
recuerdan los trazos biográficos esenciales del autor de Metal. Nacido en Jaén en 1975, licenciado en Filología Hispánica
por la Universidad de Granada y docente en ejercicio, como profesor de
Enseñanza Secundaria y bachillerato, Joaquín Fabrellas comienza quehacer
literario en 2003 con Estertor en las
piedras; poco tiempo después aparecía su segunda carta Oficio de silencio y completa trayecto con los títulos Animal de humo, No hay nada que huya, República
del aire y Clara incertidumbre,
un fecundo viaje por la poesía, bifurcado con sondeos críticos y
traducciones. Molina Damiani define el quehacer como “una escritura
expresionista y simultánea, en permanente estado de excepción emocional, lúcida
y oscura, confesión de su yo adánico, el que escruta su identidad fracturada
dando testimonio de las impurezas de su pensar analítico, nunca proscrito por
la palabra de Fabrellas, analógica y sincrética, simultánea, en su exploración
poética de la verdad”.
Tan complejo horizonte reflexivo
añade un paratexto de citas también abierto a la especulación porque no se
clarifican magisterios poéticos sino vértices de la filosofía: Silesius,
Cioran, Nietzsche o Lichtenberg.
De inmediato se percibe que la imagen es la atmósfera natural del poema.
Lo constata la sección de apertura “El desierto comestible”, un conjunto poemático
muy breve que amanece con una poética: “Mira cómo tiembla la palabra al borde
de la nada. / La niebla es un paisaje. / El hombre no sabe nada. / El animal es
sabio: creo la violencia. / La música nació para organizar el vacío. / La
poesía es el primer idioma”. El mínimo texto fortalece la autonomía versal como
si cada enunciado fuese una tesela definida que aportara su leve semántica al
discurso metaliterario.
Joaquín Fabrellas borra los renglones autobiográficos, como meros
ejercicios de un solipsista que convierte sus pasos en visitas al yo y
convierte al poema en indagación y búsqueda; sabe que palabra y vacío nunca
están disociados. En la organización conceptual del poema se expande un
pensamiento que no arraiga en lo concreto. La palabra es una simiente que busca
fertilidad en un páramo dispuesta a dotar a la realidad de sentido a partir de
sus mecanismos interpretativos. El escritor mira el enigmático cielo del
lenguaje para describir un agitado transitar de nubes: el rol diluido de la voz verbal y la capacidad de
las palabras para cauterizar los fundamentos de la realidad más allá de los
contornos formales, sin el lastre de las teorías. De ese quehacer emergen los
sustratos de Metal para concluir que
la escritura no resuelve la sensación de vacío y tiempo detenido, ni desvela lo
incógnito. Estar en el poema no es entender, sino tantear la sombra.
El filósofo Martin Heidegger formuló un enunciado casi lapidario que
suele recuperarse con frecuencia: “La poesía es la fundación del ser por la palabra”.
En parámetros afines se mueven los poemas de Metal. En ellos Joaquín Fabrellas moldea su visión del discurso
poético y las coordenadas situacionales de la emoción estética. En la
profundidad semántica del lenguaje no hay claves secretas sino regresos y
circunvoluciones, una tautología de la incertidumbre, el peso de un poema y su
silencio, una puerta sin llave.
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