Razón de más (Diarios 2011-2012) José Luis García Martín Edición de Carlos Moreno Guerrero Renacimiento, Biblioteca de la Memoria Sevilla, 2017 |
SORBOS DE REALIDAD
Una de las coordenadas esenciales de la autobiografía es la búsqueda de
asiento perdurable a lo contingente. Lo sabía bien Alejandro Rossi, quien firmó
en 1978 las páginas de Manual del
distraído; cuarenta años, su lectura sigue resultando amena y
contemporánea. De aquellas páginas procede la cita de apertura de Razón de más, nuevo paseo por la memoria con notas
escritas entre 2011 y 2012. Recuerda el editor Carlos Moreno Guerrero que en la personalidad de José Luis García Martín confluyen facetas creadoras expansivas: es poeta, profesor
universitario, crítico especializado en poesía contemporánea, antólogo,
traductor, diarista, articulista, bloguero, fotógrafo y director de la revista literaria Clarín. Una intensa vida con olor a
tinta que deja huellas en las heterogéneas secuencias del autorretrato iniciado con Días de 1989, y formado hasta
la fecha por diecisiete entregas.
En el norte de lo cotidiano germinan asuntos que dibujan la
sensibilidad del escritor. Son “esas
pequeñas digresiones sobre la vida y los libros”. Así se clarifica un
trayecto; es “testimonio y crónica vital y literaria, y en él se deslizan
las naturales indiscreciones personales propias del género, en ocasiones con
gotas de mala intención, sobre algunos de sus colegas literarios”.
Con sesgo aforístico, José Luis García Martín escribe: “La rutina es mi
manera de luchar contra el tiempo”. En esa reiteración de hábitos se mueven
los apuntes al paso. El diario siempre mira el
entorno por cuyas aceras deambula el nosotros. La política como marco de
convivencia exige un posicionamiento diáfano que hace del ciudadano un testigo
implicado. El sujeto enfoca con mirada crítica el mapa del presente. García
Martín muestra afinidad ideológica militante con el pensar socialista; razona, por ejemplo, sobre
la exigencia de servicios públicos gratuitos y los cauces de financiación, o
reivindica el legado de Zapatero, tan contrapuesto a las veleidades localistas
de Álvarez Cascos y al indeterminismo del gobierno central. Su voz adquiere sensata formulación en el tono claro del pragmatismo, cuando la situación lo requiere: “Yo creo
que debe primar el principio de realidad sobre las lucubraciones ideológicas”.
El ser cívico convive con el afán laboral; la docencia es un oficio
antiguo en el poeta y es también la forma natural de completar los días con una
actividad compartida con estudiantes, docentes y los nubarrones de la burocracia académica. En ese registro, cataloga como basura curricular las publicaciones realizadas para cumplir un trámite académico. Resulta obvio recordar que ser profesor no es situarse en
un arrecife insular sino integrarse en un enfoque educativo nítido y programado
que evite consecuencias nefastas, como la manipulación ideológica (tan
perceptible en estos tiempos en la juvenil algarada independentista) o los
contenidos desfasados y aleatorios de cualquier práctica docente que pone velas al ego
individualista.
Con una intensa estela literaria, iniciada en 1971 con Marineros perdidos en los puertos, el
mundo afectivo del escritor está poblado de encuentros y desencuentros
literarios. Las anotaciones nunca practican el habitual velado de nombres; las secuelas relacionales llegan al lector con sus protagonistas y
secundarios, no importa que caigan bien o mal a Francisco Brines, Luis Antonio
de Villena, Andrés Trapiello, Abelardo Linares o los jóvenes componentes de la
renovada tertulia Oliver. Asoma el polemista con ese entusiasmo de quien
percibe en el comentario disidente una invitación a la trinchera.
También en el paréntesis de lo diario pasean la imaginación y el asombro, esos
sumideros que ponen en contacto realidad y ficción: una casona cuyo dueño es un
viejo amigo que retorna desde el pasado, un anillo que vuelve invisible a quien
lo lleva en sus dedos, un desconocido que se acerca para ofrecernos algún
instante de conversación o los paisajes fantasmales de una Venecia alejada del
turista, hecha de laberintos y calles solitarias.
Razón de más es el libro de horas de un personaje solitario.
De ese desconocido en el espejo que se reencuentra con dudas e
incertidumbres, confundido y perplejo, lejos de la imagen altanera del mosquetero
invencible, dispuesto a matizar y atizar. Son los aplicados trabajos de quien
construye la máscara que nunca vela el rostro verdadero.
Una razón de más para leer el libro. Excelente lectura, querido José Luis, con un espectacular párrafo final.
ResponderEliminarGracias Hilario, como sabes muy bien, son muchos años de amistad con José Luis y son muchas las horas de trabajo en su fecundo itinerario creador. Me alegra saber que mi lectura no te decepciona. Te encantará el libro, sin duda.
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ResponderEliminarLos poetas se leen entre sí. Los poetas se elogian entre sí. Los poetas mayores se deja querer por los poetas menores. Ay, los poetas…
Querida Marian, esa resignada hilazón de causas y efectos casi nunca se cumple; aquí la simetría está bajo sospecha, pero tu reflexión (que agradezco de veras) aquí tiene poco sentido: solo leemos algunos poetas, otros apenas leen (solo escriben); soy un poeta mayor y jubilado, canoso y miope, apenas seis años menos que José Luis, así que por edad pertenecemos a la misma generación, y por último el tejido afectivo de la reseña lo crea la calidad del libro "Razón de más" y no mi amistad con José Luis García Martín, que es pública y notoria... Y un placer este diálogo que me deja exponer (disculpa la longitud) algunos argumentos. Un abrazo fuerte. Gracias por cruzar estos puentes de papel.
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