José Ángel Valente (Orense, 1929- Ginebra, 2000) |
LECTURA DE JOSÉ ÁNGEL VALENTE
El quehacer literario de José Ángel Valente (1929-2000), fallecido en
Ginebra a los 71 años, preserva su
vigencia. Se ha convertido en línea medular de buena parte de la nómina poética
española del cierre de siglo acogida bajo el epígrafe “poética del silencio”,
un aserto esquemático y ambiguo. El escritor sedimenta una estética de la
transcendencia que incide en la sumisión de la palabra al pensamiento; el verso
se convierte en territorio de búsqueda e incertidumbre, en un descenso hacia la
soledad en el que se hace tema substancial la exploración del lenguaje como
medio de conocimiento. Su obra diversificada en lírica, páginas autobiográficas,
aforismos y ensayos aglutina desnudez, despojamiento e indagación en el sentido
último de la finitud a través de elementos simbólicos recurrentes como la luz,
la noche, el desierto y la ceniza.
Valente fue un poeta escindido por
voluntad propia de la rama generacional del medio siglo, aunque participara en la
puesta en escena que se convirtió en la imagen más nítida de la promoción: la
visita a Colliure el 22 de febrero de 1959 y el homenaje a Antonio Machado. Sobre
el encaje colectivo de aquellas voces, que tanto debe a Carlos Barral y a las
maniobras promocionales de la Escuela de Barcelona, Ángel González ironizó:
“Podría decirse de nosotros que teníamos una forma parecida de vivir y de
beber, cosas ambas que unen mucho”. Reacio a cualquier retrato de grupo, José
Ángel Valente hizo de la independencia un parapeto, disolvió afinidades y
analogías de contexto, tachó estereotipos y desoyó compromisos sociales para
vivir al margen los últimos quince años de su existencia. Tras una breve
estancia en Málaga, buscó casa en Almería, un lugar de la periferia, a trasmano
del mercadeo editorial, que lo acogió con hospitalidad. Al cumplirse el décimo
aniversario de su muerte, la ciudad mediterránea fue sede de un encuentro de
estudiosos y especialistas para abordar la singularidad creadora y el legado
intelectual.
El conjunto de enfoques se compila en El guardián del fin de los desiertos, una aproximación diversa coordinada
por José Andújar Almansa y Antonio Lafarque, con disposición de tríptico. El
apartado inicial, “La memoria”, explora el anclaje biográfico a través de testimonios
que integraron el círculo más íntimo. El introvertido carácter del poeta se
disipa pronto, con los bocetos afectivos de Fernando Lara, Ramón de Torres y
José Guirao, quien subraya la pasión por la plástica y el profundo calado de los
ensayos sobre arte. Son textos que rehumanizan la figura existencial, muchas
veces proclive a la aspereza y al juicio espinoso. Para los creadores de
asimetrías entre vida y obra, la conclusión general de “La memoria” incide en
la idea de que son conceptos complementarios. En esta cronología vivencial figura
Antonio Gamoneda con una reflexión que une el pensamiento poético con los hitos
biográficos esenciales: vida y muerte, y cierra este núcleo temático el
análisis de Andrés Sánchez Robayna sobre el diario inédito. La miscelánea,
custodiada tras la muerte del poeta por la compañera sentimental, Coral
Gutiérrez, arranca en los años cincuenta y se mantiene hasta sus últimos días. Conviene
descartar de inmediato la autoconfesión analítica; la discontinua redacción
aglutina apuntes biográficos, esbozos críticos sobre lecturas, citas,
disquisiciones aforísticas y bocetos en verso o en prosa. Como es sabido, en
septiembre de 2011 el Diario anónimo
fue publicado por Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, en edición de Andrés
Sánchez Robayna.
Cuatro aportaciones forman la segunda
sección, “Los signos”, centrada en el recorrido creativo. El apartado desvela
la segregación natural: poesía, traducción y ensayo. En él sondean José Andújar
Almansa, Lorenzo Oliván, Miguel Gallego Roca y Jordi Doce. Exploran la
diversidad genérica y su común
aspiración a la unidad a través del carácter cognitivo del lenguaje. La palabra
poética trasciende la realidad, multiplica símbolos y oculta a la razón el
significado común porque las referencias se disuelven; la escritura no se deja
llevar por la inercia de lo establecido. El aporte de José Andújar incide en la
visión lírica de Valente, defiende que la poesía nace de la crisis de identidad
del sujeto poético y de la necesidad de recobrar el sentido originario de las
palabras de la tribu. Lo subjetivo debe disolverse, hacerse barro magmático en
el que se cobije la existencia y sus fragmentos. Lorenzo Oliván establece una cata de las conexiones
existentes entre la prosa de creación y el discurso lírico. Toma como punto de
partida el aforismo, un género de confluencia que enlaza discurso reflexivo y
poesía. Gallego Roca analiza el concepto de traducción del escritor, cuya labor
se compiló en 2002 en su Cuaderno de versiones, prologado por
Claudio Rodríguez Fer. El rastreo de obras de otra lengua permite profundizar
en legados foráneos y, al mismo tiempo, ayuda a clarificar el sentido de su
propia tradición.
El pensamiento crítico de Valente promueve el ensayo de Jordi Doce; el
poeta y traductor perfila un contexto personal a partir de la precaria
situación ensayística de los noventa en nuestro país y recupera el supuesto
enfrentamiento teórico entre dos magisterios de ese tiempo en los que no
percibe suturas: Jaime Gil de Biedma y José Ángel Valente. Jordi Doce emplea
como punto de arranque de su aportación los escritos de naturaleza política, o
sociohistórica, nacidos en el devenir de la Transición; en ellos, los conceptos
de poder y libertad son sustratos reflexivos de primer orden. El análisis del
ensayo crítico de Valente resalta la congruencia del mismo con la vertiente
lírica.
El muestrario de cierre acumula enfoques abiertos. Abre la sección María
Payeras, investigadora que ha firmado valiosas aproximaciones a la promoción
del 50 y a la colección Colliure; de ahí que se detenga en el tramo inicial del
discurso lírico, cuando Valente se aproxima a una estética compartida, su
discurso teórico se inserta en una realidad simbólica y se proyecta la imagen
del autor en la obra. En el primer tramo escritural no pueden difuminarse los
enlaces con los fugaces compañeros de viaje. Es una etapa en la que el contexto
resulta integrador; la expeditiva presencia de la dictadura reafirma una
poética declarativa y testimonial, de fuerte entramado anecdótico, realista y
crítica.
Sobre la convergencia entre
estética y filosofía profundiza Carlos Peinado Elliot sobre Tres lecciones de tinieblas, tal vez la
entrega más hermética. Conviene recordar que, ya en 1973, Valente emplea la
prosa poética en su libro El fin de la
edad de plata. En él se extrema la decantación y concisión de la palabra,
su misteriosa opacidad para emitir un sentido alegórico, que conecta con la
creencia de la poesía como forma de visión.
La presencia literaria de José Ángel Valente no ha hecho sino
acrecentarse. El valor y la actualidad de su testimonio intelectual fomentan
aproximaciones y contribuyen a profundizar en un intenso proceso de escritura
que ya puede analizarse con perspectiva histórica; una estética de rigor y
despojamiento que lleva al lenguaje hasta el punto cero, “en el que el signo
vuelve a hacerse pura expectativa”, ámbito de quietud y sosiego donde se
manifiesta lo que ha estado oculto.
JOSÉ
LUIS MORANTE
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