Las horas sin dueño Francisco Jiménez Carretero Premio Alcap Internacional de Poesía Colección Alcap de Poesía Castellón, 2016 |
TALLOS DE LUZ
El trayecto lírico de Francisco Jiménez Carretero (Barrax, Albacete,
1948) elude los tanteos iniciales del apresuramiento editorial para salir a las
estanterías con una voz formada. Así se percibe en las entregas Con la tierra de por medio, veinte canciones de Amor y una canción de
Esperanza, y Aún se forjan navajas.
En ellas salen a superficie los estratos temáticos esenciales de su recorrido:
el horizonte expandido del paisaje, el legado sentimental y una mirada
introspectiva que conexiona enlaces entre la percepción subjetiva y el entorno.
Así ha ido creciendo un quehacer que ha conseguido abundantes reconocimientos,
como el que da pie a esta lectura: el Premio Alcap internacional de poesía al
poemario Las horas sin dueño.
El umbral crítico, que firma Antonio Gutiérrez González de Mendoza,
comenta el orden orgánico de esta colección de poemas y la prevalencia en su
primer apartado “La fugacidad de la luz” de un elemento referencial que muestra
los contornos y trazos de las formas que rescata la percepción. Mientras que en
la segunda parte el intimismo y el olor a espliego confidencial cede sitio a
otros núcleos de interés como el viaje como fuente de vivencias y reflexiones,
la naturaleza como asiento permanente de belleza y los hilos pensativos del
afán escritural.
Se hace evidente en el aserto compilatorio del libro la importancia del
devenir. El título “Las horas sin dueño” evidencia la semántica del fluir y el
carácter testimonial que personifica en su contemplación y en la asunción de mutaciones la propia identidad: estar es percibir.
Esta función básica del sujeto lírico, como afirma el poema “Exordio”,
el generoso don de la existencia. Cada instante deja su estela de claridad y
transparencia, la cuajada cosecha que se arracima en la apertura sensorial. La
luz proclama el alba, ese sol necesario que degusta el esplendor callado de lo
transitorio como una senda abierta. Y es el sujeto, presencia que hace suyo el
instante, quien toma posesión de las cosas en el pensamiento. Allí la luz
desborda y toma pulso a lo fugaz; lo sucedido es pretérito y solo retorna como
callado rumor de la nostalgia o en los labios mudos de la evocación: “En qué
lugar del mundo / encuentro yo una patria / donde lo transitorio / aún me
acerque a lo eterno / donde todo lo que pase permanezca”.
Se abre así en los repliegues del pensamiento un espacio interior donde
se cobijan los tallos de luz, las siluetas veladas de aquello que fue. Allí se
asientan las sombras y ausencias cuyas huellas perduran como íntimos acordes
para ahuyentar la soledad. Poemas como “nostalgia”, “Ella” o “Se ha dormido en
el sueño” ponen lumbre y tristeza a la memoria como adherencias firmes de un
claro manantial interior.
Si el comienzo de Las horas sin
dueño propicia una poesía meditativa que entrelaza sensaciones y voz
confidencial, donde la luz conforma un símbolo capaz de albergar los matices de
lo transitorio, en la segunda sección, “Sobre qué alas de pájaros” los
contornos y matices entornales se definen como un sólido legado en medio de la
luz. Se oye una nítida proclama celebratoria en la que toma cuerpo el esplendor
de la realidad como respuesta al hecho de vivir. Lo cercano es refugio y
acogida y en su seno es posible estar con actitud horaciana. Se describe esta
sensación en el cierre del poema “El musgo”: “Alienta este paisaje tan humilde
/ a proyectar las cosas desde abajo, / desde la roca madre y, como el musgo,
auparse en los cimientos de la vida / para ver tras el límpido horizonte / los
destellos del sol cuando amanece”.
En Las horas sin dueño la
palabra sirve de envoltura a las teselas humildes de lo cotidiano. Con cuidado
rigor formal y con cercana dicción se expresa la cadencia de un discurrir que
entrega a quien lo percibe un hábitat múltiple, que reconcilia ayer y ahora, que
nunca deshabita la esperanza.
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