En mitad de un equinoccio Panorama de la poesía ecuatoriana contemporánea Siomara España y Verónica Aranda (eds.) Editorial Polibea, Colección Toda la noche se oyeron... Madrid, 2017 |
POLIFONÍA ECUATORIANA
Convergen en este momento cultural varias propuestas editoriales
empeñadas en dar visibilidad y cristalización a la lírica emergente
latinoamericana, desde Argentina al Caribe. Sellos asentados como Visor,
Pre-Textos o Valparaíso han integrado en sus catálogos las afirmaciones más
originales, y alzadas más recientes como Ediciones
Liliputienses, y la madrileña Polibea han creado colecciones específicas, solo
pobladas en su recorrido por presencias creadoras de Latinoamérica.
Las poetas Siomara España y Verónica Aranda recorren la originalidad estilística de Ecuador en el volumen En mitad de un equinoccio, cuyas páginas
muestran los contornos de la geografía poética del país. Se parte de una
contingencia; salvo contadas excepciones, las voces ecuatorianas propagan un
rumor casi inaudible; son mapas secretos. Desde ese vértice traza su vertical
indagatoria Siomara España. Su preámbulo trata de mostrar –valga el oxímoron-
la unidad creadora de un paisaje diverso. Toda antología es un lugar de
encuentro. Y En mitad de un equinoccio refleja
una costa minuciosa y extensa compuesta en la selección por veinticinco
nombres nacidos en los últimos sesenta años.
Los registros estéticos se bifurcan. Dan vida a etiquetas diferenciadas
en las que conviven el clasicismo de la tradición y la experimentación
lingüística, el sesgo introspectivo y la exploración de la otredad. Al cabo,
cada voz textualiza y busca la singularización de su entidad verbal. De este
modo, el lenguaje se hace construcción y ruptura, deja impulsos decantados hacia una búsqueda cognitiva que no se agota nunca en sí misma, que se
convierte en proceso y pulsión permanente.
Verónica Aranda aborda los propósitos de la colección “Toda la noche
se oyeron…”. Describe su experiencia individual en eventos poéticos en los que
ha constatado la innegable salud poética que añade singularidades emergentes; una coral de voces que rompe cualquier trayecto lineal.
Las antólogas han obviado la habitual nota biográfica y las líneas esenciales
de cada ideario estético, como si
únicamente confiaran en la eficacia comunicativa del poema, lejos de cavidades
digresivas y desbordamientos críticos.
El marco cronológico representado
se abre con Maritza Cino Alvear (Guayaquil, 1957). Con más de treinta años de
producción, su escritura se compiló en 2013 en el volumen Poesía reunida. En él se percibe un tono discursiva que verbaliza
escenas existenciales, trechos de la memoria que regresan cuajados de imágenes
y materiales simbólicos. Es el punto de partida de una nómina que
profundiza en relevantes estelas: Edgar Allan García (Guayaquil, 1958), cuya
abrumadora labor se despliega en todos los géneros, vertebra una lírica existencial, hecha de imaginación y memoria; Roy Sigüenza (Portovelo, 1958), con trazos
próximos a un neorrealismo coloquial y narrativo, nacido de una observación
pormenorizada de las cosas y sus
aspectos esenciales. También se recoge el verbo intimista, que sobrevive sin
épica entre lo cotidiano, de Raúl Vallejo (Manta, 1959); la selección textual de
Edwin Madrid (Quito, 1961) emplea el poema en prosa para sus postales urbanas y
sus crónicas de lo diario, en las que toma asiento la ironía. En el decurso
poético de María Aveiga (Latacunga, 1964) aflora una poesía sensorial que
enlaza corazón y pensamiento, y muestra algunas afinidades en sus temas con
los poemas elegidos de Cristóbal Zapata (Cuenca, 1968), donde el amor y el
deseo son núcleos sustanciales.
El
vigor de los años setenta está representado por la poesía de Luis Carlos Mussó,
Pedro Gil Flores, María Luz Albuja Bayas, Ana Cecilia Blum, Gabriel Cisneros
Abedrabbo y Xavier Oquendo Troncoso. Este último fue el único poeta ecuatoriano
incluido en El canon abierto, la
antología consultada impulsada por la profesora y ensayista Remedios Sánchez,
que daba voz a la última poesía en español.
Abierta al fluir del magma lingüístico, la antología concede relieve al
quichua ecuatoriano, la lengua más hablada en la cordillera de los Andes, desde
la palabra de Lucila Lema (Otavalo, 1974), cuya obra convive con otros autores
que se dan a conocer en la amanecida del nuevo milenio. Es el caso de un poeta
excelente, César Eduardo (Quito, 1976), cuya poesía adquiere en ocasiones el
formato de un soliloquio interrogativo, un discurso cuestionador frente al
lenguaje, que mantiene su efecto literario con estrategias iterativas como la
repetición o el uso de versos sálmicos.
Es conocida la inmersión de
Siomara España (Malabi, 1976), poeta, ensayista y crítica de arte, en el ámbito
cultural hispano. En 2016, la editorial Polibea impulsaba su poemario Construcción de los sombreros encarnados /
música para una muerte inversa. Su
poética aglutina legado cultural e intimismo, explora los recorridos de la
conciencia o se adentra en la observación de lo colectivo, donde se entrelazan
texturas sentimentales, sensaciones y experiencia vital, como refleja el poema
inédito “Plegaria”.
Completan la nómina algunos nombres propios
de la generación digital como Ernesto Carrión (Guayaquil, 1977), Juan José
Rodinás (Ambato, 1979) y Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), otro nombre
esencial de esta nómina. Periodista, docente en ejercicio y editor, impulsa un
trayecto cimentado con abundantes premios. En nuestro ámbito es bien conocido
por iniciativas sobre su obra como la antología El libro blanco (Chamán Ediciones, 2016), con introducción de
Rafael Courtoisie quien define la estética de A. Rodríguez como “un instrumento
de introspección y conocimiento, una herramienta hecha de palabras pero cuyo
efecto trasciende las palabras”. También se integran algunos nacidos en los
años ochenta: Alexis Cuzme (Manta,
1980), María Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980), María de los Ángeles
Martínez (Cuenca, 1980) y Dina Bellrham, nacida en 1984 y fallecida en
Guayaquil en 2011, cuyos poemas sirven de coda a esta cartografía. Su muerte
prematura cierra un itinerario compuesto por cuatro entregas en las que se
percibe la mutación desde un ideario neorromántico hasta la formación de una
voz atormentada y tenebrista, que explora los rincones umbríos de la identidad
con imágenes de impacto y con débitos literarios de Alejandra Pizarnik.
En mitad del equinoccio ofrece al lector
el poblado escenario temporal de la poesía ecuatoriana contemporánea. Siomara
España y Verónica Aranda disparan un selfie
lírico de urgencia que debe completarse con un sondeo personal más intenso,
que aporte la verdadera significación de los antologados. El trabajo común forja
las conexiones entrelazadas por una poesía activa cuyos puntos cardinales se
hacen testimonios de amistad literaria y cercanía, de itinerarios que invitan a
un largo recorrido.
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