Momento F. Díaz San Miguel Prólogo de Luis Arturo Guichard Diputación de Salamanca Salamanca, 2018 |
LA VIDA DE ALGUIEN
Bajo la brújula de Luis Arturo Guichard, entro en la
poesía reunida de Fernando Díaz San Miguel, una primera entrega que agrupa las
composiciones escritas entre 1995 y 1999. Aunque el paréntesis temporal es
breve, se percibe de inmediato una insólita fertilidad. En ese tiempo, el
escritor dejó en las librerías las entregas Poemas
menores (1995-1996), Poemas mayores (1995-1999),
Poemas imperfectos (1997-1998) y Poemas finales (1998-1999). Un
voluminoso balance que Luis Arturo Guichard define como un “Moleskine”, un
cuaderno de viaje que integra fragmentos de diario, minificciones, retratos y
bocetos. La vida de alguien.
Comparto
esa sensación desde los primeros textos de Poemas
menores. Sobrevuela en esta carta de presentación el empeño por abrir
espacio a una poesía sin pretensiones, que deje los trazos de un itinerario
vivencial y enunciativo. La voz es casi prosa, como si estuviese haciendo
balance de esa arena volátil que lo cotidiano nos deja entre las manos. El
poema responde a un prontuario de sensaciones, se limita a vivir para contarlo.
Esta actitud del yo poético me lleva a algunas consideraciones previas que dan
solidez al ideario. Por ejemplo: el concepto de poesía coloquial, las
resonancias del sujeto biográfico que cimentan la alzada del figurante lírico o
el territorio de la realidad como marco poético irrenunciable.
Cada poema, por tanto, busca la comunicación directa. Convierte al
lector en asentado testigo de una supuesta confidencia personal que elude la
solemnidad de lo profundo para dar voz a un yo discreto, que no duda en emplear
el humor o la ironía porque al cabo, como escribiera Jaime Gil de Biedma, la
experiencia es un grado que requiere un trabajado aprendizaje; “que la vida iba
en serio uno lo empieza a comprender más tarde”.
El vaho de la educación sentimental deja en los espejos del poema los
trazos de la sensibilidad amorosa. Amor y erotismo dan cuerpo a las
composiciones de Poemas mayores. El
análisis de los sentimientos exige una voz omnisciente, como si la crónica
amorosa se pronunciara con el verbo objetivo del testigo. Poderoso recorre un
amplio tramo del libro el deseo, un impulso que celebra y exalta el encuentro y
hace de la desnudez un vestigio tangible. El amor trasmite el perfil de un
sueño real repleto de sensaciones en el que la intensidad es el centro, un
impulso acelerador que lleva hacia otro cuerpo. Al final del libro se rompe
la uniformidad argumental para incorporar al avance asuntos culturales,
como sucede en el poema “Brandenburgo
1926”, o en “Nadadora”, donde se hace palpable el magisterio de José María Fonollosa;
también se visualizan mutaciones formales al incorporar el poema en prosa, con
lo que la poesía se torna más reflexiva e indagatoria, rehace un ejercicio de
comprensión de un tiempo que no duda en asignar sitios aleatorios o sensaciones
subjetivas que dejan lo emotivo en la incertidumbre. La decepción amorosa crea
espacios huecos, hendiduras reflexivas que se convierten en notas a pie de
página de lo vivido. En ellas, la música se convierte en un referente catártico
para establecer paralelismos y estados de ánimo con cantantes que dan pie a una
abundante contingencia reflexiva. Confrontado consigo mismo, el yo percibe en
otros itinerarios biográficos aportes esenciales para definir su propio estado
anímico.
El sentido orgánico del poemario, con los incisos reflexivos, recuerda
–el mismo autor lo comenta- una novela en verso, similar a la escritura que
Félix Grande emplea en Las Rubaiyatas de
Horacio Martín.
En las páginas autobiográficas de Los
años sin excusa, el poeta y editor Carlos Barral establece una filosofía de
la escritura como descarada investigación de uno mismo. Este quehacer del
impudor que focaliza interiores proporciona la cita de apertura de Poemas imperfectos, conjunto escrito
entre 1997 y 1998. Desde el silencio, la labor del ser es un empeño en soltar
lastre y en protagonizar un incansable itinerario cognitivo, donde la identidad
nunca pierde ante sí misma la sensación de extrañeza.
En el último título integrado, Poemas
finales, persiste la gravitación sobre la identidad. Los versos inciden en
aliñar sensaciones, comprensión y memoria para que aflore una
percepción pasajera del estar. Está hecha de visiones fugaces y horizontes
incompletos. Pero en ellos caben los gestos de una voluntad aleatoria que se
obstina en dilatar la espera en el caminar hacia la última costa: “De pronto
te das cuenta: / la vida se repite / a
cada instante, / la vida es solo un paso / de materia / en que sentir y hacer
sentir / importan. / Importa la conciencia de esta mente, / lo que soy y
percibo, / esta fragilidad en cada acto”.
Una nota final del autor comenta la contingencia de la edición de Momento, volumen que aglutina un tramo de cinco años disperso en cuatro entregas. De este modo, los libros
con correcciones y añadidos, con la integración de poemas desechados o nuevos, adquieren aquí perfil exacto. Están los integrados límites de un tiempo y su
conciencia, ese destello que cristaliza, singular y único, con plena magnitud; como un hilo salvador que conectara existencia y poesía.
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