Avivar el fuego (Poemas 1980-2017) Aurora Saura Prólogo de Dionisia García Editorial Renacimiento, Calle del Aire Sevilla, 2018 |
RESCOLDOS
Aurora Saura (Cartagena, 1949) comienza su trayecto lírico en 1986 con Las Horas, en un lapso temporal diverso en el que la etiqueta “Poesía de la experiencia”, impulsada sobre todo por un
grupo de creadores de Granada, se hacía santo y seña de la
poesía realista. Pero la escritora murciana estaba decidida a construir un sendero singular y alejado de alojamientos críticos gregarios. Ese es el material que forma
la textura de Avivar el fuego, una
amplia selección de textos que pertenece a todos los libros editados hasta la
fecha y que se completa con algunos inéditos. Están representadas más de tres
décadas de escritura que Dionisia García resume en un sereno liminar. No pasa
inadvertido para la poeta y aforista el ritmo sosegado de publicación; los
poemarios salen espaciados, como si la urgencia editorial se soslayara ante la
enriquecedora visión de la naturaleza, los retratos de interior o la
profundización en las obsesiones más íntimas, que rozan la existencia diaria.
Dionisia García defiende que la poesía es una moral, en la que las palabras
llegan hechas contenido y verdad; y desde esas coordenadas se enfoca con
humildad el quehacer de Aurora Saura.
El aserto Avivar el fuego incide en poner luz a lo diario a través de las
palabras; los versos adquieren una cristalización luminosa, capaz de desplegar
tonalidades nuevas en los grises y apaciguar las sombras. De esa necesidad de
nombrar también se nutre el poema inicial de Las horas: “Siempre necesitando las palabras./Como si no bastaran
/ los pensamientos, los gestos, / la
mirada /mis manos / el silencio”. Es una composición que hace del decir
despojado una coordenada expresiva; los poemas no describen si se aliñan con
aderezos retóricos, son leves pinceladas de las realidades y sus mutaciones,
como estados de ánimo, que también contagian al entorno próximo; el mundo
parecía bien hecho, como si fuese un sueño que no hubiese amanecido todavía.
El tiempo se hace indeclinable material del canto. Solo el transitar
hace al sujeto una geografía sentimental que da cabida a las grandes palabras
que nos pronuncian y van rompiendo en frágiles fragmentos las sombras de la
noche.
De 1991 es el poemario De qué árbol
cuya sensibilidad contagia una cercanía emotiva hacia la naturaleza. Su
abrazo aloja y llena los sentidos, es fuente de emoción y de conocimiento. Pero
la identidad responde también a otros núcleos argumentales: la amistad, el
referente cultural –ya presente en el primer libro, en la evocación a
Holderlin-, la música, la nostalgia, o esos elementos que van mudando ante los
ojos en los ciclos estacionales. El
poema tantea el declinar existencial hasta descubrir, y qué nítido se oye el
magisterio de Jaime Gil de Biedma, que la vida iba en serio. Así llegan los
trazos de Retratos de interior (1998) que entrelazan recuerdos y sentido
elegíaco. Se recupera el paso rumoroso de los días de infancia y la intrahistoria del niño amaneciendo a la grisura en un entorno de silencio y
soledad, dispersando su ilusión todavía sin mácula entre los escasos juguetes.
Los recuerdos perduran como frutos caídos en el árbol del tiempo.
En ese devenir de la materia, que alteran mutaciones y olvidos, solo el
propósito de ser una brasa encendida, unas palabras de desolado amor que
impregnan las palabras de fuerza emocional: “Arded, corazón, arded, / que yo no
os pueda valer”. Como si la conciencia embebida en el tránsito diario supiese
que todo es silencio, salvo el amor que justifica y se mantiene ileso, como una
luz que expande su belleza.
La antología deja en su avance una sensación de continuidad, de camino
pautado en el que los argumentos salen al paso como si desplegaran los
previsibles centros de interés, las ventanas de una casa poética intimista y
cercana, cuyos vanos comparten el paisaje abierto de la confidencia. En los
primeros poemas de Tocamos tierra la
voz se hace más reflexiva, como si buscase sentido al vuelo de las palabras. En
los títulos se percibe la carga conceptual: destino, la eternidad, presagio…
como si el estar fuese solo la ausencia de los gestos de quien camina por
dentro, con los trazados pasos del pensamiento.
Con voz de mujer, la palabra reviste una reivindicación de ese papel
femenino en el devenir. Su grito suena fuerte en “Entre mujeres” para que el
largo itinerario, asumido en la historia, necesitase consolidar un deseo de
voluntad, fuerza y espera. En los versos, el afán de ser libre, superando la
desolación del fracaso.
La leve brisa del haiku y su capacidad para acoger matices temporales
conforma el apartado Mediterráneo en
versos orientales, una entrega fechada en 2014. El marco geográfico es
sobre todo un entorno cultural cuyo aliento ha permanecido indeclinable sobre
la destrucción y el afán transitorio. La estrofa es mano tendida al sosiego
natural y a sus elementos armónicos, que abren las manos a una percepción
sinestética.
La voz de Aurora Saura mantiene un tono activo que permite oír el paso
de nuevas entregas, de las que se anticipan algunos textos en Poemas últimos. En ellos la
determinación de seguir continúa con una mirada cercana, que hace del poema
espacio dialogal y epitelio emotivo. Quien escribe pone en el tiempo un gesto de tender la mano al frío. Aviva el fuego para que suenen leves en la atardecida unas pocas palabras
verdaderas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.