Historia de este instante Pascual Izquierdo Editorial Ars Poética Colección Carpe Diem Oviedo, 2019 |
LA MIRADA DEL
TIEMPO
Nacido en el municipio burgalés de Sotillo de la Ribera, en 1951, Pascual Izquierdo entiende la escritura como una exploración continua del lenguaje y sus posibilidades. Su periplo creador es prolijo: ha cultivado la poesía, la crítica literaria, el apunte viajero dedicado a la observación directa de entornos y lugares y la literatura infantil y juvenil.
Historia de un instante
consolida una vocación poética que comienza en 1974 con La exactitud de las catedrales. La obra amanece en un momento
definido por el aporte culturalista, pero Pascual Izquierdo emprende un
trayecto singular, a trasmano de modas eventuales y alejado de eventos promocionales colectivos. Por tanto, los ingredientes de sus entregas buscan
desde aquel primer paso un tono singular que halla cobijo en las salidas Retrospección y apocalipsis en la tierra
castellana (1980), Cisne y telaraña (1985),
Versos de luna y polen (1992), Pasillo para aguas, aves y vientos (1993),
Del otoño tardío (2005), Alba y ocaso de la luz y los pétalos (2014)
y Figuras de retablo (2015), un
extenso recorrido que ahora ensancha el poemario Historia de este instante. Un
mínimo preludio da fe de vida de esta escritura al paso: “Historia de este instante trata de reflejar cómo se contemplan los
grandes temas de siempre (el amor, la belleza y el paso del tiempo) desde un punto concreto de la trayectoria vital del escritor”. Además, conviene recordar
algunas constantes del taller poético: la meditada estructura de cada entrega y
los abundantes elementos autobiográficos que se integran en el dispositivo
argumental.
La sección inicial
“Alrededor de mí” focaliza la presencia del yo como entidad abierta a la
confidencia. Los poemas se enuncian en primera persona, con el lenguaje “llano
y contundente” de quien es testigo de la experiencia y cuenta su pliego de
confesiones, no desde la exaltación nostálgica del sentimentalismo, y sin el efectismo de sus argumentos. Ese paisaje, no exento de una zona umbría de
desencanto, adquiere una caracterización muy emotiva en el apartado “Prosa de la experiencia”. En el
deambular por el sendero de la identidad alumbra un diario íntimo, capaz de
cobijar lo doméstico como un ajustado mecanismo de hábitos. Marca los días una
ajustada jornada laboral, cuajada de abrumadora circularidad, donde se van
agostando las ansias de belleza y la erosión se contempla en primer plano. Pero
también ahí, en las aceras de lo diario se produce, casi inadvertido, el íntimo
milagro de la luz, el renacer esperanzado que transforma la desaliñada prosa laborable en
plenitud y poesía.
El registro perceptivo del protagonista lírico no elude su condición
temporal. Se siente inmerso en un entorno efímero. Del mismo da cuenta la
sección “Aquí, ahora mismo, ahora” en cuyos poemas se define el conflicto entre
ser y estar, la derrota de la resignación o la claridad del amanecer para
despertar la voluntad y el ánimo, como ese caracol hacendoso que deja su rastro
en el pavimento, o la oculta pavesa que entre la ceniza alumbra el fuego.
Queda la voluntad de la escritura, su fuerza para sembrar indicios y lluvias
que concedan un nuevo tiempo a la esperanza.
Los textos de “Presente de indicativo” despliegan el ruido y la furia de
un presente en el que se muestra una arquitectura convivencial en derrumbe. La
estridencia de los titulares de prensa y los grumos indigestos del telediario
gritan sus disonancias ante la fragilidad del tallo humano, de ese junto
pensante siempre crecido en el desamparo y la intemperie: “En este momento de la
historia / sólo triunfa / el silencio de la inteligencia / y el crepitar de la
barbarie”. Así nace la necesidad de huir, esa presencia coral del dolor, el
pánico y la angustia.
De esas pinceladas líricas que, como destellos, dispersan lo real están
hechos los poemas de “La savia en los frutales”. La cronología vital encuentra
en la contemplación sosegada sazón y plenitud; un tiempo que permite
reconstruir lo vivido con la brújula de la memoria o con la captación de formas
de elementos dispersos que hablan de la caligrafía plural de la belleza. Pero
es el amor, como espacio básico de la emoción y el pensamiento un incansable
venero argumental. El final del libro integra en “Del amor y sus sintagmas” el
ciclo amoroso completo, desde la torrentera del comienzo hasta el estiaje de la
soledad final, cuando la nada nubla los ojos: “Todo dura un instante. Luego /
los labios se llenan de ceniza, de sílabas gastadas, / de hojas ya marchitas, /
y un día, vencidos / por el gélido frío del invierno, / enmudecen los cuerpos”.
A modo de balance final, el poema
“Confesión general” clausura el tránsito. Las palabras propician la
rememoración, ese nerudiano ejercicio de confesar lo vivido, de dibujar la
historia de ese instante que define su vuelo en el tiempo. Detrás de cada
identidad resisten los contornos, esa mancha fugaz de los rastrojos, el temblor apagado de lo que fue
algún día.
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