Luis Felipe Comendador |
POESÍA EN BÉJAR. REGRESOS
Esta tarde regreso a Béjar para participar en una lectura poética, organizada por la Concejalía de Cultura del ayuntamiento. Me acompañan amigos y maestros: Antonio del Camino, Elías Moro y Antonio Gutiérrez Turrión, quien hizo hace casi treinta años uno de los primeros análisis críticos de mis libros. En Béjar he leído otras veces y tengo el mapa de la memoría repleto de recuerdos y nombres propios como Ángel González, la voz más entrañable y cercana de la generación del 50. Este regreso a las vetas más emotivas de mi trayecto poético no sería posible sin Luis Felipe Comendador, quien es y ha sido siempre mi mejor amigo, también cuando no hablamos o cuando monopolizan su amistad otras identidades que tienen los mismos claroscuros que tengo yo, pero menos ternura. Treinta años de vida son muchos, y casi nunca se sale ileso de los estragos del tiempo. Los míos se multiplican y para curarlos recurro a los últimos poemas del poeta bejarano. Se agrupan en el libro Las afueras. Advertí al escritor que el epígrafe suena a jaime Gil de Biedma con la misma intensidad que los molinos suenan a Cervantes, o los laberintos a Borges. Pero Luis Felipe Comendador tiene criterios propios y suele seguir siempre la brújula interior.
Las composiciones de las afueras cobijan una intensa
preocupación social. Lo hacen desde la pupila abierta de un cronista implicado
que se desdobla como protagonista y testigo. No hay distancia con los
desajustes del marco accional, un poblado marginal peruano, en Trujillo. Es una
geografía áspera, violenta, marcada por la miseria, pero nunca exenta de una
ternura desnuda, una catarsis emocional que sirve de redención y fachada en la
indeclinable derrota. La realidad se impone vinculada con la carencia y con un
sentido trágico de lo existencial que no permite disidencias. Los que nacen en
aquel entorno están marcados, no se pueden transformar las coordenadas de
espacio y tiempo; solo disfrazar la realidad con algunos hilos de esperanza.
Solo la mirada infantil espera el milagro o hace de la pérdida de la inocencia
una demora.
Dura, ajustada, empática con el
drama, la voz poética de Luis Felipe Comendador crea una densa contaminación
emocional. Sin concesiones, enfoca el yermo territorio del cerro, la periferia
de un entorno carente de aura, donde no hay nada, solo la inmediatez de seguir
viviendo.
Esta tarde la hermosa arquitectura del pueblo salmantino se llenará de poesía y amistad. De versos que buscan ese diálogo que no necesita palabras sino hendiduras interiores para cobijarse. Y yo seré feliz. Aunque nadie lo sepa.
¡Qué gran invitación! a leerle. A su amigo Luis Felipe y a Usted. Me he quedado, como viendo, aquel resquicio descrito, una luz que en sus palabras entrañan cobijo.
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