El yo fragmentario Fotografía de Internet |
RARO
El hombre ama la compañía,
aunque sea la de una vela encendida
G. C. LICHTENBERG
Cuando niño, mis días solían agarrarme a las
ramas del ensimismamiento. Era un ser silencioso y ausente, como quien levita en el espejo. El
maestro insistía en llamar mi atención con aspavientos teatrales, hasta que
reconocía lo inútil de su empeño y proclamaba en voz alta su decepción: yo era un raro,
una extraña cabeza pensante, empeñada en plantar rosales árticos.
Indeciso y sin brújulas, siempre con la perenne compañía de mi escueta sombra, yo regresaba a casa. Solo mi madre mostraba desacuerdos con el juicio afanoso del maestro.
Me abrazaba fuerte y alborotaba alegre mi flequillo. Después se perdía en el
mediodía incierto de lo diario o pasaba las horas en el patio buscando pétalos, esos trozos callados de mi yo fragmentario que buscaban una identidad.
(De Cuentos diminutos)
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