Marparaíso José Antonio Santano Ilustración de cubierta: Miguel Arias Primer Premio del XXIV Certamen de Poesía Rosalía de Castro Casa de Galicia en Córdoba Diputación de Córdoba, 2019 |
UN
LARGO VIAJE
La ilustración de portada de Marparaíso
reproduce un retrato de Vicente Aleixandre y un poema autógrafo del artista
Miguel Elías, elaborado en técnica mixta. Evidencia, como el neologismo del mismo
título, la sensibilidad que rezuma esta nueva entrega de José Antonio Santano
(Baena, Córdoba, 1957) incansable caminante de un largo itinerario poético de
casi veinte libros, con reconocimientos continuos, cuya fertilidad prosigue
intacta como aseveran las recientes salidas, Cielo y chanca y Tierra madre.
La voz del tiempo ha silenciado un tanto el magisterio del maestro del
27 y su legado poético que obtuvo en 1977 el Premio Nobel de Literatura. La
mutación de referentes culturales en el fin de siglo y en las nuevas décadas
digitales ha puesto púlpito a otras presencias canónicas y ha dejado en
silencio itinerarios que un día fueron columna vertebral como el de Vicente
Aleixandre. Nacido en Sevilla en 1898, pero intensamente ligado a Málaga desde
los dos años, por un traslado laboral paterno, Aleixandre preservará siempre en
su ideario poético aquella ciudad del paraíso, abierta a un mar azul y en
continuo vaivén, hecho felicidad y belleza. Sería en el pueblo abulense de Las
Navas del Marqués, ya en los años juveniles, donde arrancaría su vocación
poética de la mano de Dámaso Alonso, compañero generacional con quien iniciaría
una larga aventura personal nunca finalizada en el tiempo. La frágil salud condicionaría
su participación en eventos comunes en los que definen los miembros integrantes
del grupo del 27, como el Homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla, pero
Velintonia, 3, su casa familiar, tras los estragos de la guerra incivil, será
siempre diálogo hospitalario y lugar de encuentro por donde pasaron las voces
emergentes de la poesía de posguerra y amigos y maestros que buscaron en
Aleixandre comprensión, apoyo editorial y amistad. Estas son las claves
biográficas esenciales sobre las que amanecen los cálidos poemas de Marparaíso.
El material paratextual del poemario recurre a la memoria de algunos escritores
que conocieron a Aleixandre e intimaron con su complicidad afectiva: Leopoldo
de Luis, Blas de Otero, Pablo Neruda y Antonio Hernández, una selección
aleatoria porque fueron mucho los visitantes de aquella casa en el parque
metropolitano madrileño, junto a la ciudad universitaria. Todos coinciden en
cumplir con una verdad diáfana que habla de la acogida del poeta y de su mano
permanentemente tendida a la amistad y a la poesía.
También José Antonio Santano resalta en su emotiva dedicatoria el
humanismo del poeta y su acendrado magisterio intergeneracional y hace del mar
de Malaga un símbolo de plenitud renacida, abierto al goce sensorial y a la
profundidad del pensamiento en la callada umbría de la tarde. Con una luminosa
construcción formal, el poeta va reconstruyendo secuencias de la memoria en una
evocación que recobra las voces del pasado. Amanece de nuevo aquella inocencia
intacta del niño que se asoma a un sueño tangible y abrasadoramente vivo, que
convulsiona la contemplación, como si fuese un deslumbrante paraíso. Aquel
refugio edénico queda, con sus juegos de luces y su horizonte desplegado, en
los primeros pasos de la infancia, cuando perdura intacta la inocencia y la intrahistoria
del yo es solo un fulgor auroral, sin mácula ni sombras.
Ya se ha comentado el papel esencial en la biografía del poeta que juega el recordado domicilio del poeta en Velintonia 3, hoy casi abandonado inmueble por la
desidia municipal y por la falta de recursos privados para convertir el
simbólico edificio en casa de la poesía. El lugar da nombre al segundo apartado
del poemario. La elegía recupera el lento deambular de tardes y otoños donde se
fue gestando la vida sentimental del poema, ese entrecruzado de amores y
decepciones, de apariencias y sobreentendidos que protagonizó una sensibilidad
que conoció con frecuencia la soledad y el silencio. También los encuentros se
fueron acallando en el tiempo para convertirse en patrimonio efímero, sombras
calladas en una noche oscura que solo deja leve caligrafía en la memoria.
De
esa tenaz lucha contra el tiempo se nutren los poemas finales, compilados en
“Nacimiento último”, cuando el amor se convierte en epifanía del deseo. Es la
llamada de los cuerpos la que rompe el silencio y hace de la grisura mediodía.
En esa caminata interior se diluye la senda colectiva de un país que no sabe
borrar de su epidermis colectiva los estragos de la guerra incivil, ni el
reguero de muertos anónimos que busca todavía la paz brumosa de los
cementerios. El poema final “Duele este silencio” hace de la muerte ese magma
de silencio y olvido en el que se diluyen las palabras, como si el tiempo
hubiese fondeado en una inmensa grieta.
Emotivo y germinal en su discurso narrativo, con lenguaje claro y
transparente y un componente argumental que muestra su fidelidad al perfil
diluído de Vicente Aleixandre en las hechuras del tiempo, Marparaíso hace de la evocación un homenaje de amplio espectro. En
sus poemas caben la idealización de la infancia y los avatares históricos, el
amor, la amistad y ese rumor callado de la muerte, largo viaje de un trayecto
vivido en el que se pronuncian el cero y el vacío.
José
Luis Morante
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