La alegría del aire Juan Antonio Mora Ruano Prólogo de Alberto García-Teresa Amargord Ediciones Madrid, 2019 |
LA REALIDAD DESNUDA
Los desajustes de la realidad, como sucediera en la España de
postguerra, carcelaria y sombría, exigen una conciencia vigilante que haga del
compromiso ético una razón de vida. Así creció, con la fortaleza de lo necesario, la obra de los poetas sociales, cuyo legado perdura en otras etiquetas del
presente como “Poesía de la conciencia”. Son caligrafías directas, puñetazos verbales, que buscan, más allá
del mero juego lingüístico, el filo abierto de la denuncia, que hacen de la
palabra una herramienta capaz de movilizar conciencias y de establecer
parámetros solidarios.
A ese grupo de creadores que muestran en la calle la subversión y la contundencia del grito pertenece Juan Antonio Mora Ruano
(Andújar, 1950) quien ha publicado hasta la fecha casi una decena de poemarios,
desde aquel lejano El poeta no duerme (1985) hasta Paseo
por el amor y la muerte (2017). Todos ellos, más cuatro poemas inéditos que
sirven como cierre, están representados en la antología La alegría del aire, una compilación precedida por la inteligencia crítica de Alberto García-Teresa, cuya indagación aporta esta atinada
síntesis del trayecto: “Entiende Juan Antonio Mora al poeta como sublimación de
lo sensitivo y de la conciencia. Desde esta concepción, que es vital y esencial
para él y que vertebra toda su obra, lanza en sus textos una continua reflexión
crítica sobre lo que es la poesía, sobre quién la usurpa y quién la emplea para
lo acomodaticio. Pero no se trata de un ejercicio metapoético, autocomplaciente
ni gremial, sino que se trata de erigir y mantener una actitud ante y desde la
vida y con los demás”.
Es difícil acercarse a la poética de Juan Antonio Mora Ruano sin sentir
la pulsión del sujeto verbal como reflejo del yo biográfico. Lo contingente
existencial es la principal fuente de la escritura. De su cauce de experiencias
se nutren los poemas para vincular, con naturalidad y constancia, la brusca irrupción
de la realidad desnuda en cada verso. Vida y literatura se abrazan, conviven, se
fortalecen para dar noticias del yo en la calle. Pero no es un yo solitario y
ensimismado sino un sujeto cívico que hace suyas las reivindicaciones de la
dignidad y la ética.
Se ha
hablado con frecuencia de la prístina pureza del lenguaje que no encarna otro
objetivo que la búsqueda de la belleza y la verdad sin ninguna rémora
ideológica. Juan Antonio Mora Ruano contradice este axioma para dejar entre las
manos, al hilo de Blas de Otero, Bertolt Brecht o Ernesto Cardenal, una palabra
inmersa en un tiempo histórico, que opta por hacer del mensaje el núcleo
dialogal del poema. Por ello emplea las palabras del hombre de la calle, se
desdobla en otro para conocer mejor las razones de su angustia y de su dolor
humano, asciende las escalinatas de los poderosos para mirar de cerca el
retoricismo laberíntico de sus intereses y sale al sol para compartir el
gregarismo de los que nada tienen salvo coherencia y abrazo solidario.
Una hermosa poética define la escritura ante el espejo, sin falsos oropeles,
sin la hojarasca de los espejismos; se expone en el poema “Escribo: “Escribo
con el corazón, / no con el diccionario. / Esto quiero dejarlo /
definitivamente / claro”.
El tono y los efectos de la voz social añaden otras rutas de necesario
recorrido en la poesía de Juan Antonio Mora Ruano que me atrevo a resumir en
dos núcleos argumentales básicos: el amor y el tiempo. El amor queda patente
desde la dedicatoria inicial: “A Charo, siempre, la alegría –la luz de mi vida
y a mi querido hijo Juanfra que desea morir en el parque”. El amor es el campo
granado que permite salvar la vida y la alegría, es el paso que borra
distancias entre dos soledades y que acepta también la erosión del tránsito,
esa pérdida del azul de lo ingenuo para salir al día con la ropa manchada por
la decepción, porque “contigo, todo”, la fuerza del sueño y la mágica belleza
de la rosa, el afán y el fracaso, la amanecida de quien buscó en la noche el
hilo de los sueños.
Y el tiempo es el otro punto de conexión entre emociones y pensamientos.
da pie en su discurrir a una poesía reflexiva en la que el protagonista verbal
formula sus preguntas más íntimas, como se advierte en el poema “Lo confieso”:
“Lo confieso con franqueza: / Mi vida está llena de sueños, dudas y tedio. / (Pájaros
traviesos anidan en mi corazón oscuro). / Mi vida es una vida sencilla: /
trabajo, / leo, / amo / y escribo”.
La alegría del aire deja al
sol los pasos capitales de un poeta cuya imaginación creadora comparte la
intrahistoria personal y el discurrir vitalista y compartido de lo colectivo.
Un hombre que escribe para sentir no para hacer sintaxis, que deja en cada
verso el ritmo vivo del corazón.
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