Barro líquido Óskar Rodrigáñez Flores Editorial El Búho Búcaro Poesía San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2020 (2ª edición) |
MOLDES DEL YO
A veces la lectura de una trayectoria poética se ralentiza porque su
perfil biográfico se asocia a un determinado campo laboral que casi monopoliza
los rasgos; así me sucede con Óskar Rodrígáñez Flores, Diplomado en Osteopatía,
Técnico en Comercio Internacional e impulsor y coeditor de la editorial Búho
Búcaro de Poesía. El madrileño ha mostrado su fertilidad creadora en un corto
espacio de tiempo firmando los poemarios Memento
mori (2016), Loco Lúcido (2017),
y Evoluzione
dell’Amore (2018), junto a la entrega Dos
poetas en el espejo, escrito con Pilar S. Tarduchi, y Poesía transoceánica, en colaboración
con Guillermo Lopetegui. Precisamente es este último poeta quien abre las
páginas de la plaquette Barro Líquido,
reeditada por segunda vez en marzo de 2020.
El título Barro Líquido emplea
la apertura semántica del oxímoron para acentuar la naturaleza anfibia del
elemento, su mestizaje contradictorio entre la claridad transparente del agua y
la opaca solidez moldeable del limo. Sobre este aporte conceptual se escribe el
prólogo “Amor de barro” de Guillermo Lopetegui. El poeta resalta la capacidad
simbólica de la expresión, su disposición a fusionar la voluntad del artesano
con el quehacer matérico para dar forma y expresión. Así la palabra y el verso,
así el poema y su mapa dispuesto para aglutinar el sustrato informe y
darle voz de tango, cadencia inaugural para el dolor, el desencanto, la soledad
o la espera. Son sensaciones del desasosiego que definen el conjunto de poemas
de Óskar Rodrigáñez Flores. La poesía alienta una indagación en los laberintos
interiores de la identidad y una inmersión en la conciencia para descifrar los
propios enigmas.
El prefacio del poeta y crítico Manuel Quiroga Clérigo parte del
quehacer editorial conjunto con Pilar S. Tarduchy para adentrase en las raíces
de los progenitores literarios que dan fuerza y volumen a la travesía personal;
al cabo, el mismo Óskar Rodrigáñez Flores abre su libro con una conocida cita
de Borges que enaltece la condición lectora sobre cualquier otra seña de
identidad del escritor. Desde ese territorio germinal la poesía del madrileño sondea
espacios de sensaciones que dan senda libre a la experiencia vital y a sus
claroscuros; los efectos erosivos de la decepción y el tiempo conviven con la
pulsión emotiva y las razones del corazón.
Los poemas iniciales presentan una epidermis reflexiva; quien comparte
las líneas de escritura de la intimidad vive en la incertidumbre, se siente a
sí mismo como un muñeco de arena moldeado por manos ajenas que deja atrás un
existir compartido para habitar ahora un presente de ausencias, un estar en el
que cobra fuerza la evocación de otros días. La búsqueda tenaz del sujeto solo
encuentra entre sus manos desolación y amargura, como si el amor fuese un
espectro, un espejismo del tiempo que se ha ido borrando poco a poco.
Todo es recuerdo, melancolía, el humo manso que asciende desde un despertar de
soledad que ha perdido la inocencia de los pasos comunes.
Pero el clima nocturnal de muchas composiciones no anula la claridad
posible del amanecer; el amor perdura, tantea la azarosa distancia del regreso,
vivifica en la sorpresa nocturna de la caricia, se hace deseo y reencuentro o
se contrae hecho dolor, como atestigua la composición “Dolor sombrío”. Entre el
creer y el no creer deambulan las palabras; desde esa duda llegan los recuerdos
de un tiempo compartido y llega también el cansancio que sugiere la rendición y
el abandono.
Sorprenderá el poema “Síndrome tóxico”, que se aleja de la temática
amorosa general del poemario para recordar una dolorosa contingencia sanitaria
que afectó a muchas familias en nuestro territorio nacional. El año 1981 fue
testigo de la muerte de miles de víctimas por el envenenamiento masivo del
aceite de colza. De tanto sufrimiento y dolor nacen los versos que hablan de
muertes inocentes, personas discapacitadas e inocencias perdidas.
Es solo un intervalo temático en un hilo argumental marcado por las variaciones anímicas del amor; o del desamor porque los últimos poemas “Tu levedad”, “Soledad perenne” y “Ültimo olvido” la cicatriz se va cerrando para dar paso a un vacío, a la levedad de una estela que se hace nube invisible. El estar desapacible perdura; en el último olvido el presente abre sus manos para hacerse evocación y el resplandor callado del recuerdo. Lo vivido no es más que barro líquido, un molde extraño que se ajusta a las ásperas manos del tiempo.
Es solo un intervalo temático en un hilo argumental marcado por las variaciones anímicas del amor; o del desamor porque los últimos poemas “Tu levedad”, “Soledad perenne” y “Ültimo olvido” la cicatriz se va cerrando para dar paso a un vacío, a la levedad de una estela que se hace nube invisible. El estar desapacible perdura; en el último olvido el presente abre sus manos para hacerse evocación y el resplandor callado del recuerdo. Lo vivido no es más que barro líquido, un molde extraño que se ajusta a las ásperas manos del tiempo.
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