Animal doméstico Andrea Alzati Ediciones Liliputienses Cáceres, 2020 |
HÁBITOS DE LA
MATERIA
Es una premisa crítica aceptada que desde el comienzo de su trayectoria,
las ediciones que lanza al mercado el poeta, narrador, aforista y editor José María Cumbreño, desde las colecciones de Liliputienses, se caracterizan por el pormenorizado seguimiento del ahora
poético latinoamericano, activa vanguardia de nuestro idioma, y por dar
vuelo a propuestas estéticas rupturistas, tendentes a disolver epigonías y
conformismos estéticos. En ese contorno poético diferencial se inserta Animal doméstico, primer paso de Andrea
Alzati (Guanajuato, México, 1989), también autora de Algo tan oscuro que no tiene nombre y Todos mis quchillos.
En la cita prologal Roberto Calasso abre trinchera entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, con un paralelismo meditativo que asocia el primer entorno a los animales salvajes y deja en el segundo a los animales domésticos. Un motivo de reflexión aleatorio, singular, que el lector debe hallar resuelto en las tres partes del poemario, “Miel”, “Huevo” y “leche”, epígrafes nutricios asociados al discurrir casero y lo rutinario. La composición de apertura “Panal” supone una fuerte declaración formal; es un poema largo sin cadencia musical, que quiebra los versos con encabalgamientos abruptos, y llena el cauce argumental de repeticiones y sendas de similar construcción sintáctica. Una poesía que hilvana en su asimétrico desarrollo un fluir libre del pensamiento, conectado a la evocación y a un lenguaje onírico y fragmentario que busca en los elementos físicos una lectura simbólica. Desde esa idea experimental que explora en el lenguaje, no enunciados de claridad comunicativa, sino las turbulencias del sentido, el sueño se postula como una realidad alternativa que fusiona un magma sensorial y reflexivo, repleto de bifurcaciones mentales. Pero también lo sentimental aflora cercano como en esos poemas donde la madre, el recuerdo del padre, o la abuela se hacen identidades fuertes de lo habitable.
Andrea Alzati acierta al dar presencia fuerte a las imágenes; así, concibe la memoria como un animal doméstico interno que fagocita recuerdos y tiempos, que se muestra omnipresente y a deshora para que nada se extinga por dentro y que es capaz de dictar sus propias leyes, como un animal salvaje que nunca renuncia al ejercicio de su libertad. En otros poemas se despliega el mapa del recuerdo, como en “El verano”, un retorno a la infancia y a una etapa vital de descubrimiento del cuerpo y de inmersión de sensaciones difusas que encuentra en el lenguaje la posibilidad de preservar su misterio. Pero el tiempo que prevalece en los poemas es el presente, una cronología que dispone puntos de luz en el discurrir del pensamiento. La indagación del yo traslada a los territorios del otro o nos muestra los hábitos de una materia, siempre capaz de la sorpresa y el ángulo inédito.
Si el primer apartado tiene una amplia suma de poemas, la sección “huevo” está formada solo por dos composiciones. “Malabarista áurea”, un poema narrativo que incorpora a su cauce argumental el tono de la letanía y un cierto sentido lúdico; el otro texto integrado “anatomía del huevo” es un ejercicio introspectivo sobre la carga conceptual del sustantivo en su quietud y en lo que sugiere como núcleo de reflexión y confesión de la materia. También la brevedad define el apartado final de “leche”, que deja en su único poema, “movimientos de la leche” una extensa fábula de iniciación y aprendizaje. Como si fuera un cuento en el que el narrador se dispone a abrir la caja del misterio: “En aquellos días / todas las fuentes / de la ciudad / escupían leche / tan blanca…”.
Con Animal doméstico, publicado por primera vez en México en 2017 y ahora reeditado por ediciones Liliputienses, Andrea Alzati abre una voz paradójica, que construye desde el lenguaje otra forma de realidad, un contenido de conocimiento en el que la materia dialoga aportando sus elementos vitales. La poesía se hace apelación fragmentaria al recuerdo y puente para fundirse con el entorno exterior. Las palabras postulan un nítido intento de unificación que asume sensaciones e incertidumbres, dudas que llegan para seguir latiendo en la intemperie. Al cabo la poesía es siempre un espacio en construcción; no busca, solo encuentra.
En la cita prologal Roberto Calasso abre trinchera entre el mundo de los dioses y el mundo de los hombres, con un paralelismo meditativo que asocia el primer entorno a los animales salvajes y deja en el segundo a los animales domésticos. Un motivo de reflexión aleatorio, singular, que el lector debe hallar resuelto en las tres partes del poemario, “Miel”, “Huevo” y “leche”, epígrafes nutricios asociados al discurrir casero y lo rutinario. La composición de apertura “Panal” supone una fuerte declaración formal; es un poema largo sin cadencia musical, que quiebra los versos con encabalgamientos abruptos, y llena el cauce argumental de repeticiones y sendas de similar construcción sintáctica. Una poesía que hilvana en su asimétrico desarrollo un fluir libre del pensamiento, conectado a la evocación y a un lenguaje onírico y fragmentario que busca en los elementos físicos una lectura simbólica. Desde esa idea experimental que explora en el lenguaje, no enunciados de claridad comunicativa, sino las turbulencias del sentido, el sueño se postula como una realidad alternativa que fusiona un magma sensorial y reflexivo, repleto de bifurcaciones mentales. Pero también lo sentimental aflora cercano como en esos poemas donde la madre, el recuerdo del padre, o la abuela se hacen identidades fuertes de lo habitable.
Andrea Alzati acierta al dar presencia fuerte a las imágenes; así, concibe la memoria como un animal doméstico interno que fagocita recuerdos y tiempos, que se muestra omnipresente y a deshora para que nada se extinga por dentro y que es capaz de dictar sus propias leyes, como un animal salvaje que nunca renuncia al ejercicio de su libertad. En otros poemas se despliega el mapa del recuerdo, como en “El verano”, un retorno a la infancia y a una etapa vital de descubrimiento del cuerpo y de inmersión de sensaciones difusas que encuentra en el lenguaje la posibilidad de preservar su misterio. Pero el tiempo que prevalece en los poemas es el presente, una cronología que dispone puntos de luz en el discurrir del pensamiento. La indagación del yo traslada a los territorios del otro o nos muestra los hábitos de una materia, siempre capaz de la sorpresa y el ángulo inédito.
Si el primer apartado tiene una amplia suma de poemas, la sección “huevo” está formada solo por dos composiciones. “Malabarista áurea”, un poema narrativo que incorpora a su cauce argumental el tono de la letanía y un cierto sentido lúdico; el otro texto integrado “anatomía del huevo” es un ejercicio introspectivo sobre la carga conceptual del sustantivo en su quietud y en lo que sugiere como núcleo de reflexión y confesión de la materia. También la brevedad define el apartado final de “leche”, que deja en su único poema, “movimientos de la leche” una extensa fábula de iniciación y aprendizaje. Como si fuera un cuento en el que el narrador se dispone a abrir la caja del misterio: “En aquellos días / todas las fuentes / de la ciudad / escupían leche / tan blanca…”.
Con Animal doméstico, publicado por primera vez en México en 2017 y ahora reeditado por ediciones Liliputienses, Andrea Alzati abre una voz paradójica, que construye desde el lenguaje otra forma de realidad, un contenido de conocimiento en el que la materia dialoga aportando sus elementos vitales. La poesía se hace apelación fragmentaria al recuerdo y puente para fundirse con el entorno exterior. Las palabras postulan un nítido intento de unificación que asume sensaciones e incertidumbres, dudas que llegan para seguir latiendo en la intemperie. Al cabo la poesía es siempre un espacio en construcción; no busca, solo encuentra.
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