La concesión del Premio Cervantes, el 16 de noviembre de 2020, a Francisco Brines (Valencia, 1932) ha generado una intensa corriente de complicidad literaria. La euforia es colectiva y unánime. Lo sé. Pero el yo personal quiere que recree aquí algunas instantáneas vitales compartidas con el poeta de Oliva. La memoria y las fotografías de la evocación dejan en la retina esa luz sutilísima de lo atemporal. Conocí al poeta en Madrid, en los meses finales de un año de plenitud literaria. El 23 de noviembre de 1999 conseguía el Premio Nacional de las Letras y la repercusión mediática llenó su agenda de eventos. En la tertulia posterior de una lectura saludé al poeta, me firmó mis manoseados libros y acordamos fecha para preparar una larga entrevista en la revista Prima Littera, que yo coordinaba por entonces. Comimos juntos el 20 de enero de 2000, tomamos café y me invitó a su piso madrileño en Moncloa. Allí me regaló su poesía completa, publicada por Tusquets en 1997 y una maravillosa tarde de tertulia incansable sobre la generación del cincuenta. Ese mismo año organicé una lectura del poeta en la biblioteca del instituto público donde trabajaba, una comida con profesores en Chinchón y la presentación de la revista nº 6 de Prima Littera, con mi entrevista en páginas centrales. Nos vimos después para que yo conociera a uno de sus mejores estudiosos, José Olivio Jiménez y para disfrutar de algunos paseos por la calle Serrano, visitando tiendas de antigüedades. Aquella acogida del poeta solo se repitió dos o tres veces más, pero jamás he olvidado su palabra cordial y su sensibilidad cercana y celebratoria. Así que el retorno a sus poemas ha sido un hábito mantenido en el tiempo.
Un sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es el protagonista de La última costa. El epígrafe sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones. Se divisa la geografía litoral cuando el mar nos ofrece su distancia, como si no fuera posible el retorno. El viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la definieron.
La antología consultada Entre dos nadas incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su apertura “Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo argumento deja el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la nada. Solo la escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de permanencia en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
En Selección propia, una edición del autor, publicada en 1995 por Letras Hispánicas, hay un estudio introductorio fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”. El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A pesar del recelo al analizar la propia poesía, sugiere que la poética nace de la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus indagaciones se orientan hacia el proceso de creación. Cuando el devenir nos destierra del paraíso de la infancia la palabra se convierte en fortaleza que salvaguarda la dimensión individual del hombre. Los versos son refugio que permiten construir una realidad que emana de nosotros mismos porque es interior y se nos otorga como revelación. Así va apareciendo el mundo del poeta, sus concretas experiencias vitales expresadas con un lenguaje donde la intuición dirige la evolución de una obra que ha hecho de la precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio Machado o Luis Cernuda, Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es recuento del existir desde una conciencia ética, dejar en el poema las huellas desgajadas que empiezan a borrase en un tacto de arena.
Gran poeta Francisco Brines y recuerdo muy bien, el encuentro con él, en la presentación del nº6 de la Revista Prima Líttera. Esa tarde, pude contarle cómo leí esperando en la frontera entre Checoslovaquia y Austria su libro "Ensayo de una despedida". Guardo su especial dedicatoria.
ResponderEliminarMe gusta que lo compares con Machado y Cernuda porque, efectivamente, Francisco Brines es un poeta del tiempo.
Muy merecidos todos sus premios y siempre pensé que llegaría al Cervantes.
Besos
Qué emoción, querida Ele Bergon que recuerdes aquella jornada en Rivas, llena de amistad y poesía. Un enorme abrazo y una sensación muy grata releer ahora sus libros dedicados. Feliz día.
EliminarLe he hecho una pequeña entrada en mi blog. www.enunacordeazul.blogspot.com
ResponderEliminarleo tu perspectiva de inmediato, querida amiga, y me alegra sentir siempre tu palabra cómplice y tu abrazo.
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