La teoría del ímpetu Luis Liquete Talento Caligrama, Penguin Random House, 2020 |
LA
VOZ DEL TIEMPO
Hace mucho tiempo que el cuento breve superó
su condición de género secundario para convertirse en una estrategia expresiva
con cultivadores que ya forman parte del canon literario. Así se constata en la
ejemplar antología Cuento español actual (1992-2012),
con prólogo y edición de Ángeles Encinar, donde se vislumbra el paisaje
finisecular y la variedad de estilos, procedimientos y tendencias. A este cauce
fuerte se suma Luis Liquete (Villasarracino, Palencia, 1952), Licenciado en
Ciencias Químicas e Historia Medieval por la Universidad de Valladolid, cuya
travesía literaria comienza en los volúmenes colectivos editados por los
talleres de escritura creativa de Fuentetaja y deja su primer fruto en
solitario en el volumen de semblanzas Mis
personajes singulares (2019).
Luis Liquete prosigue escritura con La teoría del ímpetu, una compilación de treinta y dos relatos, precedida por las sugerentes citas de Miguel de Cervantes, Roland Barthes y Jorge Luis Borges, nombres que atestiguan la condición insular del lenguaje y el sentido genésico de las palabras como esencia que fusiona cotidianidad e imaginación. Por derecho, memoria y evocación son claves vertebradoras del cuento, y así se define en el primer relato “Don Lucio”. En él, la peripecia vital de un viejo profesor en el devenir histórico del final del franquismo adquiere el aire conjetural de lo autobiográfico, como si el semillero argumental formara parte de un rescate fragmentario de sensaciones, ubicado en el mapa de la memoria.
La voz narrativa de los cuentos iniciales mantiene un enfoque figurativo. Se asienta en la creación de escenas costumbristas protagonizadas por identidades cercanas que trasmiten complicidad y emoción. Son voces que están ahí, dispuestas a compartir esas mínimas experiencias que dan sentido a lo diario, cuando la rutina gris del transcurrir deja paso al asombro y la inesperada contingencia que significa un quiebro vital. Son circunstancias visibles en los relatos “Han disparado a Pipe”, “Tres pájaros azules”, “Los silencios del afilador” u otros de mínimo desarrollo argumental como “El encuentro”.
El cuento que da título al conjunto “La teoría del ímpetu” pone en primer plano al joven Galileo Galilei, para dejar paso, en el itinerario biográfico fijado por la Historia, al cauce suelto de la posibilidad. De este modo, el relato humaniza al protagonista y le da una apariencia más cercana y vulnerable, frente a la intransigencia inquisitorial.
Otros relatos comparten su condición de ficciones enunciativas cercanas al recuerdo personal, como lejanos episodios de un yo concreto, o prosas líricas que enaltecen las aceras cotidianas de la realidad, como en el texto titulado “La región más transparente”, que toma el título de la primera novelas escrita por Carlos Fuentes, aunque su avance argumental es muy distinto, y contagia una brisa erótica, vitalista y gozosa, que aleja del tiempo cabizbajo de la realidad.
En la entrega conviven relatos que ponen de manifiesto la tendencia de Luis Liquete a conceder credibilidad al cuento empleando la fuerza narrativa de la primera persona, pero también la Historia sirve como marco accional a relatos como “Lobo Durán ha vuelto”, “Juan Martín El Empecinado” o “A veces es conveniente decir basta”, en el que resuena el tiempo ominoso de la guerra civil, o el microrrelato “Pintxo Lavinca y la pena”, sobre el anarquista Matero Morral.
En La teoría del ímpetu se pone de manifiesto una persistente preferencia por el dibujo de una realidad hecha de aparentes pasos rutinarios, que acercan el pasado al presente en una sosegada convivencia de atmósferas. En ellos germinan esos temas básicos que definen el existir: el amor y el desamor en “Mi primo Antón Calamaro” o “Una tarde tonta”, la muerte, en “Mi tío Aureliano”, o el complejo laberinto de las relaciones personales que hilvana relatos como “La sonrisa de Lucía”.
Luis Liquete rompe la monotonía ficcional con una voz cambiante que cede el cauce argumental al narrador omnisciente, al nosotros oral y a la voz directa del testigo. Esos enfoques capturan al lector con su discurso que explora lo aparente para decirnos que los personajes sortean la fragilidad de su destino en el estar callado de la soledad, o escuchan ese umbral que trazan el onirismo y lo simbólico, que propone sendas abiertas, para que los itinerarios de la memoria se ensanchen con recorridos por explorar. Al cabo lo previsible en el cuento no es sino el color cambiante de la amanecida, el tacto imprevisto del asombro.
Luis Liquete prosigue escritura con La teoría del ímpetu, una compilación de treinta y dos relatos, precedida por las sugerentes citas de Miguel de Cervantes, Roland Barthes y Jorge Luis Borges, nombres que atestiguan la condición insular del lenguaje y el sentido genésico de las palabras como esencia que fusiona cotidianidad e imaginación. Por derecho, memoria y evocación son claves vertebradoras del cuento, y así se define en el primer relato “Don Lucio”. En él, la peripecia vital de un viejo profesor en el devenir histórico del final del franquismo adquiere el aire conjetural de lo autobiográfico, como si el semillero argumental formara parte de un rescate fragmentario de sensaciones, ubicado en el mapa de la memoria.
La voz narrativa de los cuentos iniciales mantiene un enfoque figurativo. Se asienta en la creación de escenas costumbristas protagonizadas por identidades cercanas que trasmiten complicidad y emoción. Son voces que están ahí, dispuestas a compartir esas mínimas experiencias que dan sentido a lo diario, cuando la rutina gris del transcurrir deja paso al asombro y la inesperada contingencia que significa un quiebro vital. Son circunstancias visibles en los relatos “Han disparado a Pipe”, “Tres pájaros azules”, “Los silencios del afilador” u otros de mínimo desarrollo argumental como “El encuentro”.
El cuento que da título al conjunto “La teoría del ímpetu” pone en primer plano al joven Galileo Galilei, para dejar paso, en el itinerario biográfico fijado por la Historia, al cauce suelto de la posibilidad. De este modo, el relato humaniza al protagonista y le da una apariencia más cercana y vulnerable, frente a la intransigencia inquisitorial.
Otros relatos comparten su condición de ficciones enunciativas cercanas al recuerdo personal, como lejanos episodios de un yo concreto, o prosas líricas que enaltecen las aceras cotidianas de la realidad, como en el texto titulado “La región más transparente”, que toma el título de la primera novelas escrita por Carlos Fuentes, aunque su avance argumental es muy distinto, y contagia una brisa erótica, vitalista y gozosa, que aleja del tiempo cabizbajo de la realidad.
En la entrega conviven relatos que ponen de manifiesto la tendencia de Luis Liquete a conceder credibilidad al cuento empleando la fuerza narrativa de la primera persona, pero también la Historia sirve como marco accional a relatos como “Lobo Durán ha vuelto”, “Juan Martín El Empecinado” o “A veces es conveniente decir basta”, en el que resuena el tiempo ominoso de la guerra civil, o el microrrelato “Pintxo Lavinca y la pena”, sobre el anarquista Matero Morral.
En La teoría del ímpetu se pone de manifiesto una persistente preferencia por el dibujo de una realidad hecha de aparentes pasos rutinarios, que acercan el pasado al presente en una sosegada convivencia de atmósferas. En ellos germinan esos temas básicos que definen el existir: el amor y el desamor en “Mi primo Antón Calamaro” o “Una tarde tonta”, la muerte, en “Mi tío Aureliano”, o el complejo laberinto de las relaciones personales que hilvana relatos como “La sonrisa de Lucía”.
Luis Liquete rompe la monotonía ficcional con una voz cambiante que cede el cauce argumental al narrador omnisciente, al nosotros oral y a la voz directa del testigo. Esos enfoques capturan al lector con su discurso que explora lo aparente para decirnos que los personajes sortean la fragilidad de su destino en el estar callado de la soledad, o escuchan ese umbral que trazan el onirismo y lo simbólico, que propone sendas abiertas, para que los itinerarios de la memoria se ensanchen con recorridos por explorar. Al cabo lo previsible en el cuento no es sino el color cambiante de la amanecida, el tacto imprevisto del asombro.
JOSÉ LUIS MORANTE
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