Sosiego Fotografía de Javier Cabañero Valencia |
EL AIRE DE LOS SÁBADOS
Otra vez la franja de Gaza y las ciudades de Israel son escenarios de sangre. Misiles y piedras;
llantos, desolación, muerte. Desde aquí, el despliegue de conflictos del
devenir contemporáneo hace que no pierda vigencia una cuestión controvertida:
la función social de la creación literaria. O lo que es lo mismo, las oscilaciones
que caben entre un arte solipsista y autónomo, encerrando en su fulgor purista,
y un arte incardinado en un contexto, que engloba las condiciones históricas
que lo generan.
La escritura da cauce a las palabras de la conciencia y a sus
interrogantes. Los poemas hilvanan un pensamiento reflexivo que cuestiona el
sentido y coherencia de los actos del sujeto. El hombre a solas consigo mismo
debe descubrir su propia condición y desechar falsificaciones e imposturas.
Deslizando sobre las palabras una apacible complicidad, la música de
jazz constituye un fondo sonoro para el cotidiano devenir. Es un aroma lenitivo
que convierte el desvelo en un paréntesis de conocimiento e indagación. Es un
escenario para los afectos en cuyo ámbito se borra la nebulosa atmósfera del
abatimiento y los embates de la melancolía, para alzar la frágil arquitectura
de los sueños.
El mundo azul y la mirada limpia del niño, cuando los sueños parecen al
alcance de la mano, va acumulando claroscuros en la experiencia. El peso de lo
vivido nos deja un aire de tristeza, un semblante canoso y miope, apropiado para escuchar la voz rota de un
saxo.
Apuntes del diario
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