Francisco Brines. El otoño de un poeta Pedro García Cueto Prólogo de José Luis Rey Huega & Fierro Editores Colección La Rama Dorada Madrid, 2021 |
SED DE ETERNIDAD
El día 16 de noviembre de 2020, Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932)
era galardonado con el Premio de Literatura en Lengua castellana Miguel de
Cervantes. El jurado destacaba como clave básica la densidad expresiva de un
itinerario poético que enlaza lo carnal y humano con
la dimensión metafísica y espiritual del sujeto en el discurrir existencial, a través de una
persistente aspiración a la belleza. Desde hacía años la propuesta del
reconocimiento era clamor entre los habitantes de la ciudad poética. El
premio es también un refrendo más a la generación del 50, un grupo insular que
ha ejercido un incansable magisterio en el presente lírico, configurando una
tradición plural, ramificada, hecha de elementos heterogéneos.
El escritor Pedro García Cueto (Madrid, 1968), incansable investigador
del pulso lírico mediterráneo, con trabajos referenciales como los dedicados a
Juan Gil-Albert, compendia ahora en Francisco Brines. El otoño de un poeta una
amplia perspectiva crítica del mundo poético de Brines. Lo hace con un enfoque
diacrónico que permite descubrir códigos conformadores y núcleos temáticos en la poética del autor, que ya ha protagonizado estudios clásicos
esenciales como los de José Olivio Jiménez, el primer gran estudioso del poeta,
Dionisio Cañas, José Andújar Almansa y José Luis Gómez Toré.
Precede al trabajo un liminar del poeta José Luis Rey, quien subraya el
recorrido de una obra, nunca separada del pulso vital, y su inclusión en la
mirada elegíaca. En las palabras resuena la conciencia de lo transitorio y las
pérdidas, aunque superando la subordinación al periplo biográfico concreto. Subraya el acierto de Pedro García Cueto al establecer en su andadura
una correlación teórica y práctica, mediante una selecta antología de
composiciones.
El acercamiento comienza con los datos biográficos y la conexión
literaria con dos precedentes esenciales, Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda,
junto a la temporalidad meditativa de Antonio Machado. El estudioso recupera
las trayectorias biográficas de estos hitos referenciales para buscar desde
allí la conexión literaria y personal. En Cernuda, por ejemplo, encuentra un
tema clave de Brines: el amor. Son estratos argumentales compartidos la
arquitectura natural del paisaje, el erotismo como ideal pagano y hedonista, el
vitalismo emergente del jardín, la presencia tamizada de la luz, o el tacto
sensorial de la mirada, como fuente de sensaciones y conocimiento. Esos
vértices no cierran otros referentes de la tradición como la lírica barroca o los
asideros con sus compañeros de generación, Valente, Claudio Rodríguez, Ángel
González o José Manuel Cabañero Bonald, dejando sitio también al intimismo
biográfico de Jaime Gil de Biedma. En el libro en prosa Escritos sobre poesía española (1995) se recoge todo el material
ensayístico de Brines y en él hay una intensa información de lecturas
preferenciales: Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Juan Gil-Albert, Ramón Gaya,
Carlos Bousoño Gastón Baquero y Vicent Andrès Estelles.
El poeta deja una visión unitaria de su poesía en 1974. Tituló el
conjunto Ensayo de una despedida,
aserto que refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos
hechos de pérdidas sucesivas. El sintagma se ha mantenido en ediciones
posteriores que añaden nuevas composiciones y algunos cambios poco relevantes. Pedro
García Cueto se adentra en los registros de Brines libro a libro, según el
orden de publicación. Su paso inicial Las
brasas (1960) obtuvo el Premio Adonais. Las composiciones de esta amanecida
ya son elegíacas, aunque mantienen la intensidad vital. Están escritas desde la
memoria de un sujeto que reflexiona sobre el pasado. Sentimientos y sensaciones
se marchitan dejando en la ceniza una fuerte experiencia interior. En el
presente, la esperanza no tiene sentido. Queda la serena aceptación de la
soledad entre rescoldos y sombras, al
recrear el trayecto que va desde la infancia hasta la madurez.
La segunda entrega El santo inocente cambia de título muy pronto y
se denominará Materia narrativa inexacta.
Hallamos sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos perfilando
meditaciones. El sustrato común de la conciencia permite que el amor
sea recurso liberador. Los poemas expuestos, “El Santo inocente”, “En la
República de Platón” y “la muerte de Sócrates”, con la escueta voz narrativa del
relato, refuerzan la objetividad del
discurso y ensanchan la visión del mundo.
El itinerario se enriquece en 1966 cuando se edita Palabras a la oscuridad, que
se alzó con el Premio de la Crítica. El título sugiere que el misterio de la
noche es interlocutor en quien se deposita la emoción del mundo, esas
perdurables impresiones del paisaje de Elca, la inquietante presencia de los
otros o las grafías desveladas de la soledad y la muerte.
Aún no es un libro renovador. Aparece
en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en él el
conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos,
aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también
están presentes las habituales preocupaciones de Brines como el derrumbe
continuo de la carne y la dolorosa cicatriz del fracaso. Insistencias en Luzbel (1977)
aborda una metafísica centrada en el recorrido que va desde el engaño de la
plenitud de la infancia hasta la nada. El latido diario se convierte en ensayo
de una despedida; solo se vive plenamente en el breve sueño de los sentidos
donde hay una ética de lo celebratorio, un estoicismo que indaga en el carpe diem; que conjuga presente y
captación de la belleza.
Sus últimos libros son el menguado patrimonio del tiempo y tienen la
mirada crepuscular de la elegía. En El
otoño de las rosas un viajero en la parte final de su periplo hace balance;
el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para cantar el
entusiasmo de haber sido.
Un sujeto poético que advierte sobre la estéril razón de la existencia
es el protagonista de La última costa. Ya
el título sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones.
Se divisa el inalcanzable litoral cuando el mar nos ofrece su distancia, como si no fuera posible el
retorno. El viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el
territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la
definieron..
La
breve antología integrada, que se completa con inéditos del libro en
preparación Donde muere la muerte, alimenta unas cuantas certezas. Los
cimientos de la obra son el fluir temporal y la belleza; el tiempo es tránsito
que nos va despojando hasta el vacío final y la oscuridad de la nada. Al
interrogar el entorno, la belleza preserva los reflejos de la infancia y la
identificación del hombre con la naturaleza. En ambos temas cobra sentido la
palabra poética que es revelación y vida. A través de la escritura se aspira lo
real, una realidad creada y emotiva que trasciende el localismo; la palabra
poética es también una respuesta vital que recupera el balance del
pasado en el ahora. La conciencia no acepta el autoengaño, es conocimiento y
voz del tiempo que encuentra en la escritura una superación del olvido, un
plano de permanencia. Palabras que trascienden la mirada fría del tiempo, que
contemplan al yo con la distancia de la incertidumbre, “como si nada hubiera
sucedido”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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