Mientras dure la luz Dionisia García Editorial Renacimiento Colección Calle del Aire Sevilla, 2021 |
ATARDECIDA
Con prolongados contornos de verdad y belleza, la trayectoria poética de
Dionisia García monopoliza algunos rasgos de la escritura figurativa; aspira a
transcender el temporalismo concreto de lo biográfico, adentrándose en la
evocación de lo vivido, siempre cercano y pleno en su retorno. Ya nonagenaria
–por edad podría encuadrarse a la escritora en la indeclinable generación del
medio siglo- Dionisia García vuelve al verso en la entrega Mientras
dure la luz, para sumar pasos en el paisaje sentimental de la memoria, en
la estela de pérdidas y ausencias que alberga lo vivido. Son incisiones fuertes que afectan la sensibilidad del sujeto; a menudo amanecen dispuestas a airear declamaciones y quejas, esos
densos senderos del patetismo que hay que sortear de inmediato con el epitelio
sereno de la reflexión.
El título Mientras dure la luz emplea como apertura los maravillosos versos iniciales de la Oda a Salinas, escritos por Fray Luis de León, desde la claridad transparente de la dicción clásica. Sobre este impulso se hilvana el mínimo texto de introducción escrito por Alfonso Levy, que sintetiza, con calidez precisa, el quehacer de Dionisia García: “En los poemas reunidos bajo el título Mientras dure la luz se oye la lentitud de los brotes de las plantas, la música en lo que se convierte lo que casi regresa y la luz sobre la madera, para saber que todo se torna caricia en la preparación de la palabra”.
La poeta resalta en el título la capacidad simbólica de la luz como expresión de vida y esperanza, como aliento de voluntad y despliegue existencial siempre sometido al discurrir. Así confía en la capacidad vivificadora del poema para aglutinar el sustrato informe de emoción y pensamiento donde se entremezclan el dolor, el desencanto, la soledad o la espera. Son sensaciones que definen el conjunto de poemas del primer apartado “La respuesta en nosotros”, donde alumbra la certeza que Emily Dickinson subrayó con laconismo: “es todo cuanto tengo hoy para traer. Esto y mi corazón, además…”. El excelente poema auroral “ la respuesta en nosotros”, escrito en dos tiempos, deja una indagación en los laberintos interiores del tiempo compartido y es una inmersión en el trayecto cumplido. Toca descifrar los recovecos de una travesía incierta, trazada entre la expectación y la costumbre, entre la amanecida y el estiaje final. La luz propicia compañía y nutre la tierra fértil del recuerdo. Está ahí para que la mirada no recele de lo transitorio y admita su condición perecedera: “Todo pasa por ti, no es entelequia. / Quieto en tu soledad, ni esperas ni diriges, / sencillamente estás: vemos cuerpos muy tensos / de todas las edades. Unos llegan dormidos, / otros con las heridas entreabiertas y espanto en la mirada”. (P. 17).
El discurrir y su continuo quehacer de mudanzas en el entorno es el territorio germinal de muchas composiciones del primer tramo. En ese horizonte abierto caben exilios, encuentros, presencias y enunciados que dan senda libre a la experiencia y sus claroscuros; en el transcurrir conviven la pulsión emotiva y las razones del corazón con el rescate de instantáneas de la niñez, aquel lejano paraíso siempre dispuesto a la voz del canto, abierto al ansia de existir. Toda la sección, en su aparente diversidad, presenta una epidermis reflexiva; quien comparte las líneas de escritura de la intimidad vive en la incertidumbre, se siente a sí mismo un cronista de lo que se va guardando en las manos del tiempo. Todo es recuerdo, melancolía, la columna de humo manso que asciende desde un despertar de soledad.
El breve apartado final “A Pedro Luis. In memorian” integra cuatro composiciones de sensibilidad elegíaca. La ausencia no anula la claridad posible del amanecer; el amor perdura, tantea la azarosa distancia del regreso, vivifica la mirada, y dispone vestigios de otros días que, como un campo fértil, guardan los pasos comunes; esos hechos asentados en el tiempo que ahora son clausura y gratitud, como en el poema “Tarde lo supo”: “ya no está con nosotros. / le seguí en el camino / como sombra a su espalda: / en la mañana fría / con olor a romero, / por rutas naturales, / por montes y declives”
En Mientras dure la luz deambulan las palabras en el fluir de la conciencia para reafirmar la plenitud de lo vivido. Para contemplar un itinerario en el que llegan los recuerdos de un tiempo compartido, sin rendiciones ni abandonos, preservando la levedad de una estela que guarda el resplandor callado de lo que se apaga, el rescoldo con luz de las palabras.
El título Mientras dure la luz emplea como apertura los maravillosos versos iniciales de la Oda a Salinas, escritos por Fray Luis de León, desde la claridad transparente de la dicción clásica. Sobre este impulso se hilvana el mínimo texto de introducción escrito por Alfonso Levy, que sintetiza, con calidez precisa, el quehacer de Dionisia García: “En los poemas reunidos bajo el título Mientras dure la luz se oye la lentitud de los brotes de las plantas, la música en lo que se convierte lo que casi regresa y la luz sobre la madera, para saber que todo se torna caricia en la preparación de la palabra”.
La poeta resalta en el título la capacidad simbólica de la luz como expresión de vida y esperanza, como aliento de voluntad y despliegue existencial siempre sometido al discurrir. Así confía en la capacidad vivificadora del poema para aglutinar el sustrato informe de emoción y pensamiento donde se entremezclan el dolor, el desencanto, la soledad o la espera. Son sensaciones que definen el conjunto de poemas del primer apartado “La respuesta en nosotros”, donde alumbra la certeza que Emily Dickinson subrayó con laconismo: “es todo cuanto tengo hoy para traer. Esto y mi corazón, además…”. El excelente poema auroral “ la respuesta en nosotros”, escrito en dos tiempos, deja una indagación en los laberintos interiores del tiempo compartido y es una inmersión en el trayecto cumplido. Toca descifrar los recovecos de una travesía incierta, trazada entre la expectación y la costumbre, entre la amanecida y el estiaje final. La luz propicia compañía y nutre la tierra fértil del recuerdo. Está ahí para que la mirada no recele de lo transitorio y admita su condición perecedera: “Todo pasa por ti, no es entelequia. / Quieto en tu soledad, ni esperas ni diriges, / sencillamente estás: vemos cuerpos muy tensos / de todas las edades. Unos llegan dormidos, / otros con las heridas entreabiertas y espanto en la mirada”. (P. 17).
El discurrir y su continuo quehacer de mudanzas en el entorno es el territorio germinal de muchas composiciones del primer tramo. En ese horizonte abierto caben exilios, encuentros, presencias y enunciados que dan senda libre a la experiencia y sus claroscuros; en el transcurrir conviven la pulsión emotiva y las razones del corazón con el rescate de instantáneas de la niñez, aquel lejano paraíso siempre dispuesto a la voz del canto, abierto al ansia de existir. Toda la sección, en su aparente diversidad, presenta una epidermis reflexiva; quien comparte las líneas de escritura de la intimidad vive en la incertidumbre, se siente a sí mismo un cronista de lo que se va guardando en las manos del tiempo. Todo es recuerdo, melancolía, la columna de humo manso que asciende desde un despertar de soledad.
El breve apartado final “A Pedro Luis. In memorian” integra cuatro composiciones de sensibilidad elegíaca. La ausencia no anula la claridad posible del amanecer; el amor perdura, tantea la azarosa distancia del regreso, vivifica la mirada, y dispone vestigios de otros días que, como un campo fértil, guardan los pasos comunes; esos hechos asentados en el tiempo que ahora son clausura y gratitud, como en el poema “Tarde lo supo”: “ya no está con nosotros. / le seguí en el camino / como sombra a su espalda: / en la mañana fría / con olor a romero, / por rutas naturales, / por montes y declives”
En Mientras dure la luz deambulan las palabras en el fluir de la conciencia para reafirmar la plenitud de lo vivido. Para contemplar un itinerario en el que llegan los recuerdos de un tiempo compartido, sin rendiciones ni abandonos, preservando la levedad de una estela que guarda el resplandor callado de lo que se apaga, el rescoldo con luz de las palabras.
JOSÉ LUIS MORANTE
Gracias, poeta por esta estupenda reseña que alienta la lectura de da autora. Buen día amigo!
ResponderEliminarQue pases un excelente día, querido Luis; aquí en el sosiego de la Sierra de Gredos, me acerco a la poesía de Dionisia García y a su palabra serena al afrontar la madurez vital. y es admirable sentir su lucidez, esa mezcla de gratitud por lo vivido y de aceptación de las pérdidas. palabra y vida se dan la mano en un hermoso libro.
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