Si preguntan por mí J. R. Barat Editorial Renacimiento Sevilla, 2021 |
INSTANTÁNEAS
La tenacidad creadora de J. R. Barat (Valencia, 1959), Licenciado en
Filología Clásica e Hispánica y Catedrático de Lengua y Literatura con larga experiencia docente, está
marcada por la diversidad. Sus libros viajan de un género a otro con rigor y cadencia
continua. Fruto de este taller abierto es la larga estela de
novedades que el escritor firma este año, marcado por el confinamiento pandémico. Al quehacer narrativo, teatral y crítico se van incorporando otros
andenes, como el poemario Si preguntan por
mí (Renacimiento, 2021). La entrega profundiza en el itinerario abierto, desde el umbral del siglo, por La coartada del
lobo; un cauce de casi una decena de títulos, compilado parcialmente en El héroe absurdo –Poesía reunida- (2004).
En artículos y entrevistas, el autor insiste en la madrugadora vinculación con la poesía y recuerda lecturas iniciales de Juan Ramón Jiménez, Gustavo Adolfo Bécquer y Antonio Machado; y sorprende la sostenida lealtad a estos magisterios. Si preguntan por mí, tras la cita de Salustiano Masó, poeta semioculto en la geografía de urgencia del ahora poético, sale al día con el apartado “Sol de la infancia”. El epígrafe, de claro son machadiano, refrenda su origen recordando la orfandad de aquel verso encontrado en Colliure: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Con modulación evocadora, el poema “Sol de la infancia” reconstruye la biografía sentimental encallada en la niñez, como nítido escenario de felicidad y esperanza. Frente a la aurora sensorial se expandía un porvenir esperanzado, propicio a los surcos de la imaginación y al laboreo entre páginas. La poesía entonces era un espacio habitable para la emoción y el pensamiento. El lector se adentraba en los transparentes versos de Machado, comprendiendo, con curiosa impaciencia, que la razón básica de la escritura es “dar cobijo al corazón de un hombre”.
El poema se aplica en levantar escenarios activos de la memoria que guardan, en el trasiego temporal, una nítida capacidad germinativa. Las secuencias focalizan una época marcada en la memoria colectiva por las últimas décadas de la dictadura. Nacen así estampas en blanco y negro sobrevolando sobre la grisura de la realidad, esa sala oscura que integraba vivencias adormecidas en la pantalla en blanco y negro del NO-DO y en los pasos inciertos de una mitología doméstica. El recuerdo alza muros, con la fragilidad de un escenario de cartón piedra que solo mantenía su equilibrio inalterable en los ojos de un niño.
En la sección “Amor y geometría” el ahora se convierte en tiempo accional y las composiciones adquieren un epitelio celebratorio en el que se define el amor como centro medular. La razón existencial resuelve cualquier situación desde la óptica de lo sentimental. El sentir a dos voces es el sonido común del nosotros y marca la identidad, más allá de la muerte, como subraya, con entralazado de truculencia y verbo irónico, el excelente poema “Prácticas forenses” que concluye: ”No sé. Quiero pensar / que en el fondo de todos los relojes, / más allá de la carne y su fulgor efímero, / cuando ya la materia es ausencia y silencio, / hay un lugar acaso, / al margen de cualquier cartografía, / de toda encrucijada y despropósito, / donde poder querernos para siempre”.
El amplio semillero temático de “Barro solo” tantea exploraciones argumentales. Algunos poemas optan por la incisión reflexiva, como el que da título al apartado, y convierten la línea argumental en un destello del pensamiento, donde se percibe la sensación de fragilidad y estar transitorio que cobija cada identidad: “Si preguntan por mí, / ya saben lo que soy: / una sombra entre sombras. / Barro solo. “. Otros verbalizan sensaciones visuales del entorno, como “Museo arqueológico”, “Besugo”, o “Taza de café”. No falta la conciencia de temporalidad que va coleccionando recuerdos en el tiempo o la mínima mirada culturalista, presente en poemas como “Hexámetros dactílicos” o en “Variaciones sobre un tema de Shakespeare”. En suma, paisajes y ángulos singulares que comparten transparencia expresiva, sentido clásico y esa capacidad intacta de desplegar cualidades líricas en ámbitos coloquiales y cercanos, que tienden sus manos a la complicidad. Así sucede en el tramo de cierre, titulado “El cuento de nunca acabar”, que inicia una propuesta dialogal de compañía y asume una filosofía vital cercana. Todos protagonizamos travesías biográficas de vuelo corto. Sumamos pasos hacia una estación final igualitaria que dejará su tacto de ceniza en los espejos. El ser efímero nos define; y solo alcanza la dicha quien sabe que cada instante es único y acaso justifica el hecho de vivir. Queda la huida hacia adelante, la quietud del que aguarda la nueva amanecida.
En artículos y entrevistas, el autor insiste en la madrugadora vinculación con la poesía y recuerda lecturas iniciales de Juan Ramón Jiménez, Gustavo Adolfo Bécquer y Antonio Machado; y sorprende la sostenida lealtad a estos magisterios. Si preguntan por mí, tras la cita de Salustiano Masó, poeta semioculto en la geografía de urgencia del ahora poético, sale al día con el apartado “Sol de la infancia”. El epígrafe, de claro son machadiano, refrenda su origen recordando la orfandad de aquel verso encontrado en Colliure: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Con modulación evocadora, el poema “Sol de la infancia” reconstruye la biografía sentimental encallada en la niñez, como nítido escenario de felicidad y esperanza. Frente a la aurora sensorial se expandía un porvenir esperanzado, propicio a los surcos de la imaginación y al laboreo entre páginas. La poesía entonces era un espacio habitable para la emoción y el pensamiento. El lector se adentraba en los transparentes versos de Machado, comprendiendo, con curiosa impaciencia, que la razón básica de la escritura es “dar cobijo al corazón de un hombre”.
El poema se aplica en levantar escenarios activos de la memoria que guardan, en el trasiego temporal, una nítida capacidad germinativa. Las secuencias focalizan una época marcada en la memoria colectiva por las últimas décadas de la dictadura. Nacen así estampas en blanco y negro sobrevolando sobre la grisura de la realidad, esa sala oscura que integraba vivencias adormecidas en la pantalla en blanco y negro del NO-DO y en los pasos inciertos de una mitología doméstica. El recuerdo alza muros, con la fragilidad de un escenario de cartón piedra que solo mantenía su equilibrio inalterable en los ojos de un niño.
En la sección “Amor y geometría” el ahora se convierte en tiempo accional y las composiciones adquieren un epitelio celebratorio en el que se define el amor como centro medular. La razón existencial resuelve cualquier situación desde la óptica de lo sentimental. El sentir a dos voces es el sonido común del nosotros y marca la identidad, más allá de la muerte, como subraya, con entralazado de truculencia y verbo irónico, el excelente poema “Prácticas forenses” que concluye: ”No sé. Quiero pensar / que en el fondo de todos los relojes, / más allá de la carne y su fulgor efímero, / cuando ya la materia es ausencia y silencio, / hay un lugar acaso, / al margen de cualquier cartografía, / de toda encrucijada y despropósito, / donde poder querernos para siempre”.
El amplio semillero temático de “Barro solo” tantea exploraciones argumentales. Algunos poemas optan por la incisión reflexiva, como el que da título al apartado, y convierten la línea argumental en un destello del pensamiento, donde se percibe la sensación de fragilidad y estar transitorio que cobija cada identidad: “Si preguntan por mí, / ya saben lo que soy: / una sombra entre sombras. / Barro solo. “. Otros verbalizan sensaciones visuales del entorno, como “Museo arqueológico”, “Besugo”, o “Taza de café”. No falta la conciencia de temporalidad que va coleccionando recuerdos en el tiempo o la mínima mirada culturalista, presente en poemas como “Hexámetros dactílicos” o en “Variaciones sobre un tema de Shakespeare”. En suma, paisajes y ángulos singulares que comparten transparencia expresiva, sentido clásico y esa capacidad intacta de desplegar cualidades líricas en ámbitos coloquiales y cercanos, que tienden sus manos a la complicidad. Así sucede en el tramo de cierre, titulado “El cuento de nunca acabar”, que inicia una propuesta dialogal de compañía y asume una filosofía vital cercana. Todos protagonizamos travesías biográficas de vuelo corto. Sumamos pasos hacia una estación final igualitaria que dejará su tacto de ceniza en los espejos. El ser efímero nos define; y solo alcanza la dicha quien sabe que cada instante es único y acaso justifica el hecho de vivir. Queda la huida hacia adelante, la quietud del que aguarda la nueva amanecida.
JOSÉ LUIS MORANTE
Excelente. Como siempre poeta. Solo un poeta comprende y siente a otro poeta. Lectura imprescindible. Gracias por compartir.
ResponderEliminarUn abrazo entrañable por tu complicidad lectora, querido amigo, y la esperanza de seguir disfrutando del espacio abierto de tu amistad. Feliz jornada.
EliminarGracias por abrirnos las páginas de este libro que sinceramente, lo compré y lo tengo en cola de lecturas poéticas, aunque ayer al coger al libro que le tocaba ya ser leído, le vi el rabillo a Si preguntan por mí, eso quiere decir que vi sus rayas amarillas y negras de soslayo y le quedan pocos días para ser leído.
ResponderEliminarGracias 🙂 Luis por tu crítica que me será muy buena a la hora de comprender sus poemas.
Un beso.
¡Excelente! Muchísimas gracias José Luis. Pronto disfrutaremos de Juan Ramón en Buñol. Un besazo de Luz y feliz semana, Emi.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu complicidad lectora y por tu cercanía; la verdad es que la poesía de Juan Ramón Barat es memoria emotiva, ese refugio que tiende puentes a los recuerdos y al pensamiento. Disfrutad mucho en Buñol. Abrazos y feliz día.
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