Mar de Varna Álvaro Hernando Freile Editorial Baile del Sol, Colección Poesía Tegueste, Tenerife, Canarias, 2021 |
EN UN NO LUGAR
La mirada lírica de Álvaro Hernando Freile (Madrid, 1971), maestro,
periodista y antropólogo, abre ventanas al presente en 2016 cuando publicó su
primer libro de poemas, Mantras para
bailar, en la editorial de Chicago Pandora Lobo Press. Se ha expandido en un
lapso muy breve ya que en apenas cinco años han visto la luz tres entregas, Ex-clavo (2018), Chicago-Express (2019) y la salida más reciente Mar de Varna. Esta trayectoria de paso
firme se completa con la participación en algunas antologías colectivas y con
incursiones en el relato breve.
Álvaro Hernando Freile anticipa el transcurso del libro con una nota prologal, tras el poblado registro de gratitudes, que sondea la condición de ser desde el no ser: “Mi vida es un no lugar (…) La no persona que soy está atravesada por un mar que nunca he pisado”. Desde esa asunción de la paradoja como condición definitoria del estar y de la poesía como territorio de convivencia entre identidad, imaginación y deseo –como escribiera en su manifiesto por un no lugar Juan Carlos Mestre- , se yuxtaponen los cuatro apartados que componen el poemario. El primero “Mar de Varna” acoge en su afán acumulativo “los momentos que nos devuelven la identidad”. Los espejos interiores muestran un magma cambiante en el que se deshilvana lo que fuimos y se diluye lo que queremos ser. La percepción reubica en puntos concretos; establece cercanías y distancias con elementos del espacio; todos alientan espejismos, difunden brotes renovados de ese viaje interior hecho de sensaciones y recuerdos. El discurrir impulsa un pensamiento sumergido que tiende puentes entre el ayer hecho de ausencias y el presente, un silencio que busca ruta en un fluir remansado, donde solo es certeza la posesión callada de lo transitorio: “El conocimiento es una efímera victoria, / una propensión más a darse / de la mano con la muerte”.
El imprevisible vuelo de imágenes convierte la poética personal en una travesía intangible que asume los signos del afuera y su caligrafía de indefinición y finitud: “Poemas que son bandada / de aves temerosas, / símiles gregarios / de los que emigran cuando el frío acecha”. En los trazos del poema buscan salida la sensación crepuscular del exilio y el verbo indeciso de destellos, cuyos significados se velan. La sensibilidad disemina paisajes afectivos. Es un patrimonio de luz deshecha donde se tienden las incertidumbres del acontecer, esas experiencias por las que la mirada inocente de la epifanía permuta en madurez. La geografía ubica el enclave portuario de Varna en Bulgaria y remite a un topónimo con un patrimonio histórico notable; pero el sustantivo funciona en el poema como un lugar lejano, casi ideal, cuya claridad vence a lo oscuro y es capaz de doblegar el tiempo a través de una identidad soñada, dispuesta al deseo y la intensidad emotiva. La composición en prosa poética “De agua” cierra el apartado inicial con un texto introspectivo; la vida en cada instante profundiza en las pérdidas, marca la soledad como un entorno en el que encuentra sitio una sed que no puede apagarse. Poco a poco, los lugares del pasado son vestigios, signos expuestos que aspiran a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido tras haber cumplido su ciclo de permanencia: “La vida os seca, / os mira a los ojos y os los cierra, / devolviendo con su mano el pudor al cadáver, impidiendo que el alma escape por el vidrio / inanimado y transparente de unos ojos mudos”.
Lo
transcurrido pervive en un reguero de imágenes en el que se asienta la soledad
de la memoria. En el apartado “Tapias” se despliegan los lugares de tránsito
que convierten el pasado en una senda de regreso. Los poemas insuflan vida a un
rastro icónico que expande sus formas desde el ayer, desde aquella tapia que
llevaba al colegio como una distancia rutinaria, hecha de desconchones y
miedos. El verso adquiere una clara función evocativa, se hace reflexión y
reflejo de lo transitorio, como si el tabique desconchado, ese muro que limitaba centros y
periferias, fuera también un límite entre el pasado y el ahora, entre la tierra
fértil y el descampado que precede al bosque: “Pensamos el dolor como una idea.
/ Pensamos el tránsito como un lugar desde el que morar / cuando todos los
alrededores cambian”.
La lución latina “Ab imo pectore” (Desde el fondo de mi pecho) describe ese lugar interno donde lo fugitivo permanece. En los poemas, la voz del sujeto recuerda el camino transitado con un tono intimista en el que resulta reconocible un amplio sustrato sentimental. Se trata de vencer el miedo de un niño asustado, de sumar pasos a otros pasos que dan impulso a la cronología vital. Nada se pierde, solo desaparece sumergido, rompe vínculos previsibles para asumir un legado de óxido y herrumbre, de sombría desolación: “Desaparecer es un impacto que la belleza perdona y absuelve”. La palabra “Holocausto” contiene una semántica repleta de efectos secundarios. Descubre una perspectiva tenebrosa sobre las constantes temáticas del apartado como si los versos reflejaran una quiebra emocional, que recobra el paso en el poema “Ab imo pectore” en el que se hace fuerte el recuerdo del padre y su fragilidad. Con una sugerente cercanía discursiva y ritmo fragmentado, que equilibra los ángulos biográficos, el poema “Tragaluz” define con precisión la soledad ensimismada que hace del tiempo un diario introspectivo.
En el tramo final “Cicatrices” se percibe un deambular caótico que da pie al sarcasmo y la ironía, así sucede en el poema “La cadena Trófica” que alivia el truculento hilván narrativo con la benevolencia del humor. Solo así es soportable el tiempo y su rumor desangelado que nos advierte que la vida es un lugar que va perdiendo el sitio, que se asoma al abismo y corta sus enlaces con la cordura. Que hace de la rabia y las sombras puntos de fuga, una nueva normalidad que ha cercenado la luz azul del mediodía para cancelar abrazos y hacer de lo diario un encierro sin luz.
Mar de Varna opta por el tacto áspero de lo desapacible. Elige como cierre un recuerdo al maestro del nihilismo existencial Emil Cioran y como marco habitual de los poemas la sugestión de una realidad precaria que multiplica el vasto territorio de la soledad. Los poemas divagan, merodean, advierten que solo después del caos llega el orden.
Álvaro Hernando Freile anticipa el transcurso del libro con una nota prologal, tras el poblado registro de gratitudes, que sondea la condición de ser desde el no ser: “Mi vida es un no lugar (…) La no persona que soy está atravesada por un mar que nunca he pisado”. Desde esa asunción de la paradoja como condición definitoria del estar y de la poesía como territorio de convivencia entre identidad, imaginación y deseo –como escribiera en su manifiesto por un no lugar Juan Carlos Mestre- , se yuxtaponen los cuatro apartados que componen el poemario. El primero “Mar de Varna” acoge en su afán acumulativo “los momentos que nos devuelven la identidad”. Los espejos interiores muestran un magma cambiante en el que se deshilvana lo que fuimos y se diluye lo que queremos ser. La percepción reubica en puntos concretos; establece cercanías y distancias con elementos del espacio; todos alientan espejismos, difunden brotes renovados de ese viaje interior hecho de sensaciones y recuerdos. El discurrir impulsa un pensamiento sumergido que tiende puentes entre el ayer hecho de ausencias y el presente, un silencio que busca ruta en un fluir remansado, donde solo es certeza la posesión callada de lo transitorio: “El conocimiento es una efímera victoria, / una propensión más a darse / de la mano con la muerte”.
El imprevisible vuelo de imágenes convierte la poética personal en una travesía intangible que asume los signos del afuera y su caligrafía de indefinición y finitud: “Poemas que son bandada / de aves temerosas, / símiles gregarios / de los que emigran cuando el frío acecha”. En los trazos del poema buscan salida la sensación crepuscular del exilio y el verbo indeciso de destellos, cuyos significados se velan. La sensibilidad disemina paisajes afectivos. Es un patrimonio de luz deshecha donde se tienden las incertidumbres del acontecer, esas experiencias por las que la mirada inocente de la epifanía permuta en madurez. La geografía ubica el enclave portuario de Varna en Bulgaria y remite a un topónimo con un patrimonio histórico notable; pero el sustantivo funciona en el poema como un lugar lejano, casi ideal, cuya claridad vence a lo oscuro y es capaz de doblegar el tiempo a través de una identidad soñada, dispuesta al deseo y la intensidad emotiva. La composición en prosa poética “De agua” cierra el apartado inicial con un texto introspectivo; la vida en cada instante profundiza en las pérdidas, marca la soledad como un entorno en el que encuentra sitio una sed que no puede apagarse. Poco a poco, los lugares del pasado son vestigios, signos expuestos que aspiran a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido tras haber cumplido su ciclo de permanencia: “La vida os seca, / os mira a los ojos y os los cierra, / devolviendo con su mano el pudor al cadáver, impidiendo que el alma escape por el vidrio / inanimado y transparente de unos ojos mudos”.
La lución latina “Ab imo pectore” (Desde el fondo de mi pecho) describe ese lugar interno donde lo fugitivo permanece. En los poemas, la voz del sujeto recuerda el camino transitado con un tono intimista en el que resulta reconocible un amplio sustrato sentimental. Se trata de vencer el miedo de un niño asustado, de sumar pasos a otros pasos que dan impulso a la cronología vital. Nada se pierde, solo desaparece sumergido, rompe vínculos previsibles para asumir un legado de óxido y herrumbre, de sombría desolación: “Desaparecer es un impacto que la belleza perdona y absuelve”. La palabra “Holocausto” contiene una semántica repleta de efectos secundarios. Descubre una perspectiva tenebrosa sobre las constantes temáticas del apartado como si los versos reflejaran una quiebra emocional, que recobra el paso en el poema “Ab imo pectore” en el que se hace fuerte el recuerdo del padre y su fragilidad. Con una sugerente cercanía discursiva y ritmo fragmentado, que equilibra los ángulos biográficos, el poema “Tragaluz” define con precisión la soledad ensimismada que hace del tiempo un diario introspectivo.
En el tramo final “Cicatrices” se percibe un deambular caótico que da pie al sarcasmo y la ironía, así sucede en el poema “La cadena Trófica” que alivia el truculento hilván narrativo con la benevolencia del humor. Solo así es soportable el tiempo y su rumor desangelado que nos advierte que la vida es un lugar que va perdiendo el sitio, que se asoma al abismo y corta sus enlaces con la cordura. Que hace de la rabia y las sombras puntos de fuga, una nueva normalidad que ha cercenado la luz azul del mediodía para cancelar abrazos y hacer de lo diario un encierro sin luz.
Mar de Varna opta por el tacto áspero de lo desapacible. Elige como cierre un recuerdo al maestro del nihilismo existencial Emil Cioran y como marco habitual de los poemas la sugestión de una realidad precaria que multiplica el vasto territorio de la soledad. Los poemas divagan, merodean, advierten que solo después del caos llega el orden.
JOSÉ LUIS MORANTE
Gracias por el comentario. Me leeré el libro, que ya intuyo que me encantará.
ResponderEliminarBuenos días, muchas gracias por tus palabras; el libro de Álvaro Hernando convoca memoria y sueño, ese tiempo que se dispersa entre los pliegues de la identidad para dejar constancia de nuestra existencia. Sí, te encantará el libro de Álvaro, "Mar de Varna"; es un excelente poemario.
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