Yacimiento Óscar Ayala Huerga & Fierro Editores Colección La Rama Dorada Madrid, 2021 |
EXILIOS
Óscar Ayala (Carpio de Tajo, Toledo, 1967), desde el comienzo de su
itinerario poético con Atanor. Parque de
atracciones poéticas (2001), ha hecho de la situación de extrañamiento, ese
exilio en el desconcierto de quien pregunta, un elemento indispensable de su
legado creativo. Y así se percibe de inmediato en Yacimiento, subtitulado Poema
para expandir fragmentada su materia verbal, con textos arrítmicos y versos
cortados con signos gráficos. Pero el hilo argumental pervive; marca una
intensa introspección que incluye la necesidad de una voz que enuncie y sondee
las aristas más dolorosas de la identidad. El lenguaje se concibe como un
legado babélico, capaz de mostrar orfandad y vitalismo, el azaroso deambular de
ser.
De este modo el denso discurso reflexivo se hace búsqueda, asume que el
avance es tanteo y no línea recta y previsible. Corresponde descubrir entre las
ruinas del yo los valiosos estratos que sobreviven a lo contingente. Desde allí
nace una escritura como expresión de pliegues y pulsiones internas, que conecta
con otros itinerarios del acervo lírico; a nadie pasará inadvertida en el
primer fragmento la locución de Bécquer y Cernuda “Donde habite el olvido” y la
inclusión textual en el poemario de incisos de Eliot, Pound, Panero o Claudio Rodríguez. El
poeta se siente cerca de la trinchera del conflicto, del experimentar con la expresión,
porque sabe que el espacio expresivo pierde vuelo y es domesticado si solo se somete a la lógica
como único norte. Sumar palabras es construir suelos conceptuales, yuxtaponer
teselas, enmendar sentidos y carencias. Pero también asumir que cada
experiencia es parcial, se sustenta en un ángulo de subjetividad que tiene
cerca otros ángulos inadvertidos, anticipos de una revelación intuida, como
esas arquitecturas imaginarias que duermen en el subconsciente y que a menudo
somos incapaces de descifrar, por más que se revelen en el pujante onirismo de
los sueños.
En el acto de creación la lectura, como absorción del otro expandido, se convierte en sedimento identitario. Deja en
manos del sujeto verbal una copiosa disolución de signos; esa certeza transforma
la ausencia de camino en claridad y epifanía, en un renacer de ojos abiertos:
“El mundo huidizo / por fin / apresado /
encadenado / al poema se lamenta”.
Emily Dickinson integró en sus versos abundantes guiones, como si fueran
pausas en el transcurrir del poema; del mismo modo, el signo gráfico que
aparece en muchos poemas de Óscar Ayala, más allá de la ruptura rítmica y del
blanco que propicia al final del verso, es una interrupción de la idea
continua. Fragmenta, crea su tensión particular, invita a ser el lector activo
de su peculiar significado o de su posibilidad estética, como un corte inmóvil
en la leve estructura del poema.
Uno de los aciertos de Yacimiento es
la potencia semántica de las imágenes. De un estado de dolorosa postración y de
convaleciente quietud, llega la plenitud poderosa del verso “que no sea el
confortable nido del otoño antibiótico”; al cabo, el lenguaje deja en el taller
de quien escribe “los residuos del deslumbramiento” y “la obligación de
restaurar el ruido / de la luz que transita por el largo camino trazado entre
dos versos”. El pensamiento es liberación y ventana con luz, se hace “víbora
que eleva su veneno a la dignidad de esperanza”, sacude la indigencia para
adentrarse en lo inefable y escuchar el latido atemperado de la conciencia.
Óscar Ayala construye el poema con manifiestos cambios de ritmo, pero
casi siempre confía en el lenguaje como núcleo germinal de cada fragmento. A veces,
el texto recurre al verso dilatado de la prosa poética para que la composición
asuma un tono de denuncia social. La palabra se hace solidaridad frente a la
injusticia, pone en la luz los
claroscuros de una realidad enferma que hace del poder, las ideologías o las
injusticias sociales perpetuos asentamientos de la desigualdad y las carencias,
de exasperante olor a tristeza. Otras veces recurre a los versos elusivos que
confían en las asociaciones sorprendentes para vadear los
entornos del intimismo, ese yacer acallado en el tiempo donde el yo se
busca a sí mismo, como un mundo huidizo y profundo, hecho de luz y ausencia.
Como si fuera un intermedio aforístico, los treinta y tres “milagros”
recuerdas notas o microesferas semánticas. El completo inventario de “gotas de
rocío sobre la mejilla” no pierde los rasgos distintivos del libro: la
potencialidad de las imágenes, los encuadres fragmentarios y la autonomía de un
sentido oculto, subterráneo. Son tiempo remansado, brotes de luz, segundos que
pulsan el existir desde el cabalgar sin rumbo del inconsciente, o desde la
soledad postrada por la fiebre.
Yacimiento es el quehacer de
quien busca la palabra enterrada bajo la luz; concibe al sujeto verbal como un
alucinado fluir en la tierra baldía de los significados, allí donde “toda flor
es esperanza de flor”, nunca realidad tangible, nunca la culminación de un
proceso cerrado. Solo palabras sin función ni oficio, que respiran en silencio
el polvo de ser.
JOSÉ LUIS MORANTE
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