Electra destronada Eliana Dukelsky Ediciones Prensas de la Universidad de Zaragoza Colección La Gruta de las Palabras Zaragoza, 2021 |
LA PIEL CURTIDA
Aunque la capacidad de exploración del decir breve es amplia y
heterogénea, en la geografía proyectiva del aforismo prevalece el pensar
lapidario, esa idea cerrada en la síntesis que se empeña en comprender el mundo
y asomarse a los pliegues de la naturaleza existencial. La brevedad se
intensifica para hacer transitivo lo real y transcender a un nuevo espacio el
devenir del tieempo. Eliana Dukelski (Buenos Aires, 1982) ya es una voz
reconocida en los procedimientos expresivos del aforismo, con dos entregas, La Lengua o el espejo, que se alzó en
2015 con el II Premio Internacional José Bergamín de Aforismos, y el segundo
paso, Crianza (2018). A las dos
compilaciones se suma una amplia presencia en antologías del género y en
proyectos editoriales colectivos.
El título Electra destronada aporta
una clara connotación mitológica. La hija de Agamenón protagonizará una trágica
historia familiar que ha dado pie a la psicología para asentar su actitud como
contrapartida del complejo de Edipo. Pero el aserto no expone ningún dogmatismo
y da título también al décimo tramo, porque el volumen organiza su materia
verbal en doce apartados de corta extensión, a los que se suma un breve
epílogo.
Explicar con palabras con palabras la
identidad es un ejercicio de reconstrucción y retorno. Se trata de ubicar el
lugar propio en el aparente estiaje de la memoria. Los textos no contienen la
realidad sino un reflejo. Así sucede con el largo fragmento inicial en el que
se advierte el entorno casi mítico de la infancia:”(…) que todos los mitos
están desubicados, que la patria es un recuerdo de la infancia”.
Como sucede en los esquejes de Crianza,
Eliana Dukelski acerca sus teselas a lo autobiográfico; la voz que enuncia es
dueña de una conciencia en continuo fluir. Enlaza pasado y ahora en su incisiva
meditación de reconocimiento. Se perciben en la escritura los relieves abiertos
del pretérito. Nunca se cierran porque sus recorridos son el germen de estados
anímicos que encuentran su maduración en el ahora: el desarraigo, la
interrupción y quiebra de un tiempo lineal, la inquietud del estar al paso o la
melancolía. Son sensaciones que hacen sitio a las asimetrías de lo cotidiano,
como el dolor torcido de la infancia sin recursos o las borraduras del sujeto
que va desapareciendo en el tiempo y en sus propios errores.
El aforismo cultiva la
sinceridad, piensa, busca dar coherencia a la dispersión de asuntos dispares. Trata
de impulsar el paso natural de los fragmentos para abrir una senda pensativa
creíble, que pueda ser entendida y trace los rasgos de la vida diaria como
madre, porque “Las facetas no se eliminan, se superponen, como las capas de una
cebolla”, o nieta de lejanos abuelos, casi perdidos en la costa abierta del
tiempo.
Los mínimos destellos que sobreviven al tiempo y que muestran una
memoria volátil dan pie a una percepción melancólica en la que se caligrafía la
inseguridad del sujeto verbal, esas espirales del discurrir biográfico: “Las
obligaciones me insertan en ruedas de hámster. El sospechoso placer que me
produce su pedaleo”. Los contenidos propagan un intimismo confidencial en el
que se funden la rutina diaria y esas invenciones ficcionales de la mente en
las oquedades del pensar, o en los viajes con otros, donde las relaciones son
mínimas y no concluyen en ninguna parte, como si cada pasajero viajara solo, en
un compartimento cerrado.
También permeable el decir breve a las carencias personales, en el
apartado “Dislexias” encontramos aforismos de definición muy atinados:
“Metáfora: dislexia justificada” y otros que expande intereses y circunstancias:
“Los escritores somos hiperbólicos y acumulativos y un poco Diógenes con todas
las cosas de este mundo”. Las secciones dejan ante el lector un escenario
abierto, una representación que permite ir evocando etapas vitales, como la
maternidad que es siempre un venero fuerte en la escritora y que construye el
núcleo central del libro “Electra destronada”: “Para la madre, el complejo de
Electra es una profecía autocumplida que la aleja de su hija”.
En el laborioso ejercicio introspectivo, impera la certeza de que “El
lenguaje encarrila los sentimientos, la fisiología”, además permite mitigar el
impacto de la pérdida, el áspero tacto de la culpa y es un espacio abierto que
permite entender la complejidad de actitudes y sustratos sentimentales.
Entre el aforismo y el fragmento literario Eliana Dukelski deja en Electra destronada un autorretrato cuyas
coordenadas resume el epílogo: la mudanza de quien siente la distancia como un
exilio impuesto, que sobrevive en el recuerdo, entender la labor de madre y la
maternidad, abrir el mundo a la hija y sentir el amor como un refugio de sueños
contra el miedo que abre a diario cada amanecida.
JOSÉ LUIS MORANTE
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