Haikus nada más Luis Correa-Díaz Prólogo de José Luis Morante Ediciones El Ángel Colección Entre Nubes Chile, 2021 |
IMPLOSIÓN DE HAIKUS
El formato tradicional del haiku encierra una percepción introspectiva. Desde
el hacendoso oficio de la contemplación, la estrofa japonesa dibuja una ventana
abierta, atenta a las pulsaciones cercanas del entorno y los matices
sensoriales depositados en el pensamiento. La caligrafía remansada de esta
práctica versal da cauce al discurrir de las estaciones a partir de destellos
inmediatos con un diálogo cordial entre naturaleza y testigo. Fue Matsuo Bashoo
(1644-1694) quien codificó el sentido y la arquitectura del haiku como camino
de perfección y serenidad espiritual. El monje ha ejercido un sólido magisterio,
compartido con Onitsura, Shiki, Moritake, Issa Kobayashi, Santôka y Tietoku,
entre otros. Aportan estratos argumentales e idearios estéticos renovadores,
como Sookan, quien introdujo en la terna versal los más humildes rincones de lo
cotidiano y el tono humorístico.
A
primeros del pasado siglo, el haiku viaja hasta occidente gracias a José Juan Tablada.
Los nuevos cultivadores trastocan el mensaje literario autóctono y añaden a su
clasicismo genérico espesuras y condensaciones expresivas mudables. Con el
tiempo, la brevedad es un mural, una colección de teselas que tiene el tono de
lo conversacional y la cadencia cercana del intimismo compartido. De la
persistente contracción nace una lírica despojada de transcendencia que expone
el río secuencial de lo vivido. La palabra ratifica el estar a la intemperie, mientras
los sentimientos se convierten en raíz sustentadora, en soportes que aguantan
la condición transitoria de la identidad. El yo se hace otro. Escribe una
estela en el agua que no se borra, sea cual sea la fisonomía del cambiante
escenario donde sembramos nuestros pasos.
Frente al poema de sensaciones sublimadas, el ámbito interior del haiku admite
el carácter subjetivo del yo lírico y su presencia explícita. La sobria belleza
de la estrofa adquiere en Luis Correa-Díaz un tacto distinto. El profesor,
poeta y ensayista entiende la literatura como experimentación; es un tanteo
transformador, una búsqueda alternativa que se hace desde una implosión
especulativa y proteica. Sus poemas no retoñecen en los previsibles surcos de
la ortodoxia sino en las hendiduras de la roca, en el desmonte, en las grietas,
en el suelo asimétrico del reseteo. Interpretan otra manera de entender la cadencia versal sin la ecuación silábica
del esquema 5 / 7 / 5 que calculaba la distancia exacta del poema. La memoria léxica
conexiona versos para entrelazar un cordel fuerte, en el que cada estrofa
tiende la mano a la siguiente, anula su autonomía significativa y se integra en
una unidad mayor. Así se logra la evocación del pasado y el regreso de lo
vivido, que ahora difunde un rostro fragmentario, cubierto a veces por la
silueta gris de la incertidumbre.
La
textura expresiva de Haikus nada más se
manifiesta desde la apertura. En “Haiku de la visitación” inaugura su voz un
protagonista lírico que evoca secuencias biográficas con el aguijón de la
ironía y una polifonía léxica que integra expresiones en inglés e italiano,
junto al cauce habitual del castellano. Los poemas descifran los caminos de la
convivencia. Son indicios de una realidad paradójica y proclive a la
contradicción porque en los caminos del lenguaje conviven el estar común y la
soledad evocadora, el recuerdo de lo vivido y las lindes de una senda seca y áspera
que viaja hacia la ceniza. El paisaje cobra un rumor fuerte en poemas como
“Haiku de allá del campo” donde el sentido estrófico adquiere un trazo constructivo,
cuajado de belleza.
A veces, Luis Correa-Díaz da nueva vida a la mirada infantil. Los versos
se conviertan en crónicas de leves itinerarios, donde persiste la ingenuidad
del niño nunca perdido en la profundidad del tiempo. El verso se rodea de un
bosque de símbolos que renacen en la introspección para ser ahora y presente. Las
piezas adaptables del lego, los lápices para dibujar tebeos o las manos firmes
de los superhéroes construyen cerca un mundo sencillo, que soporta las mudanzas
del tiempo.
En la amalgama de estratos, otro vértice temático es la continua
presencia del yo femenino. Convoca imágenes de plenitud, cercanía y ausencia
expuestas con la sencillez del ideario amoroso y su caminar con paso firme.
Recordando la onomatopeya sonoro de la rana de Bashoo, aquel “plof” al caer
sobre la silenciosa superficie del agua,
Luis Correa-Díaz añade con frecuencia a sus poemas una coda final, un
monoverso que sirve de broche a la cadena y funciona como aserto conclusivo.
Con él intensifica la reflexión y condensa los referentes mediante una
introspección final. Otras veces, para añadir otras secuencias formales, sitúa
el verso suelto entre las estrofas, fijando así una cadencia remansada, un
ritmo, una nube verbal en el aire.
Vigilantes y activos, los pasos de Haikus
nada más promueven un sostenido ritual del desorden, hecho de impresiones
visuales cambiantes y de una combinatoria de asuntos temáticos. Entre ellos
resalta la presencia de una perseverante zoología que encuentra en el poema
memoria, expresión precisa y vuelo renacido. Los versos albergan tortugas,
pumas, gatos, ardillas, pingüinos y medusas; vivas siluetas de cambiante
morfología que soportan asombrosas mutaciones oníricas. Se muestra una fauna
palpitante que da razón a la mínima caligrafía del bestiario o establece un
íntimo coloquio con Pablo Neruda cuando criticaba la soberbia antropocéntrica
del yo, frente a los organismos naturales. La sensibilidad de Luis Correa-Díaz
nunca es ajena a los estímulos sensibles, esos elementos de la fauna y la flora
que sostienen las formas de la materia y abren caminos a reflexiones mayores.
Entrevera el desarrollo del libro un contexto histórico marcado por los
sustantivos virus, pandemia y encierro. Son términos que han generado un viscoso
campo semántico, tendente al derrumbe anímico. De su percepción nace la queja y
el resentimiento, tan nítidos en el poema “Haikus del virus cabrón”. La
composición recorre una dura realidad social, convertida en un registro de
inquietudes y cambios que han logrado otra perspectiva relacional. En las
calles falta lo habitual, la piel cálida y el abrazo, ese puente hacia el otro
que si no se recorre sobreviene un fuerte agotamiento emocional.
Se hace tangible en la visión estética de Luis Correa-Díaz el afán
celebratorio del inconformismo y el zarandeo de la asepsia expresiva. En Haikus nada más las redes de haikus
olvidan el hermetismo para salir al día con un plano lexical ausente de artificio
retórico. Crean un clima de cercanía conversacional, de irónica aceptación de la
realidad como un espacio frío, exasperante; abren una pantalla proclive a la
visión crítica por su depuración de ideales. Las palabras del poeta se miran en
el espejo para mostrarnos un hacedor de versos sin literatura. Sumido en la
experiencia singular de dar voz a lo diario, sale a escena un magma caótico,
repleto de viejas preguntas que corren lejos y conjugan sus novissima verba en el umbral lejano del futuro.
JOSÉ LUIS MORANTE
(Madrid, junio de 2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.