El día que se acabaron las cosquillas María Dolores García Rozalén Prólogo de Lourdes Simarro Chamán Ediciones Colección Chamán en su senda Albacete, 2022 (2ª edición) |
MEMORIA ADENTRO
Profesora de Educación Primaria en la escuela pública, música y letrista,
María Dolores García Rozalén (Albacete, 1978) reúne su primer ramillete de
relatos en El día que se acabaron las cosquillas, un
corpus narrativo muy bien acogido por el público que agotó en apenas dos meses
la primera edición. La segunda integra un liminar de Lourdes Simarro cuyo afán enunciativo
se cimenta en una sólida gama de referencias culturales, en la que aparecen
Irene Vallejo, Ana María Matute o Richard Rorty. En todos los mencionados está
presente la reivindicación de la literatura como viaje existencial que muda la
identidad y hace posible ese caminar memoria adentro en la búsqueda de
imaginación, belleza y conocimiento.
La escritora integra en su quehacer doce
relatos, escritos en ese periodo de ensimismamiento y soledad propiciado por la
pandemia, cuando las calles se vaciaban de abrazos y era preciso mantener firme
el apunte lírico de la inteligencia creativa e invocar, con fuerte apelación
discursiva, el retorno de la esperanza. Así lo entiende también María Dolores
García Rozalén en este primer paso, que deja como amanecida el fluir
testimonial de “Cartas a su otra madre”, una emotiva historia de los días aurorales, que ajusta los latidos de su escritura al discurrir de la memoria. También
como un regreso a la infancia, aunque aquel paraíso idealizado acaba siendo un
rastro de infamia en la convivencia familiar a causa de la estrepitosa
presencia del padre es el relato “Cuando papá puso la semillita en mamá”, donde
la alegría y la felicidad se velan de inmediato, tras la nefasta presencia de
los progenitores.
Los
relatos tantean tramas argumentales que se esfuerzan en dar voz al aprendizaje
sentimental, fragmentado en secuencias con tiempos y protagonistas autónomos.
La tristeza, el disgusto o esa sensación de ruptura del viaje diario de quien
no sabe hacia dónde le conducen los días, se convierten en estados afectivos
discontinuos. Son estridencias que ciegan otros ruidos en el rumor de fondo del
entorno familiar. Desde ese itinerario por la incertidumbre se cuestiona el
papel de los sentimientos impuestos por los adultos y se hace una definición
sin imposturas de la soledad. También de esa fuerte conciencia de finitud que
atestigua que todo es invierno, un puñado de sombras y ceniza, como sucede en
el cuento “El abuelo amarillo”, cuya trama nace de la temprana conciencia de la
muerte.
El quehacer de una vida
baldía se afirma como una labor sin tregua. La familia es un reducto que se
hace fuerte en la jerarquía de ordeno y mando. Las niñas obedecen y aguantan
las infinitas variaciones del dolor: los castigos físicos, el menosprecio o la
ausencia de los que convierten las relaciones personales en espacios
habitables, como los primos. Ese habitar en la penumbra, tiene en las películas
de aventuras de la televisión un horizonte expandido. En “La pirata Bocazul” se
anota ese contraste de las historias visuales y
los pasos cambiantes de lo real, ese territorio donde sobrevivir desde
el recuerdo y la soledad del náufrago.
En la
disolución de la ingenuidad infantil germina con fuerza un epitelio de
inquietud, como si cada etapa vital cobijara una caja de pandora, un puente
cuya oscura cimentación sostiene el aprendizaje como sustrato básico. La niñez
poco a poco va sumando experiencias, aprende a convivir con los ángulos oscuros
de la salud, cuando la enfermedad afecta al padre.
El volumen El
día que se acabaron las cosquillas, de María Dolores García Rozalén, hilvana
sus relatos con una perspectiva continuista. El trayecto completo adquiere la
dimensión de un dietario autobiográfico en el que se exploran, con sensibilidad
intimista y un claro sentido ético, los conflictos generacionales, las
incidencias sociales del personaje principal y los recorridos aleccionadores de
la propia experiencia. El discurrir muestra ángulos oscuros y claves interpretativas donde se va moldeando una manera de mirar el mundo. El anhelo contenido de
la niñez, en el que la inocencia es venero esencial, cambia sus formas y
sensaciones se convierte en un rastro, terroso y polvoriento, que mancha los indicios del futuro, que borra
las cosquillas para siempre.
JOSÉ LUIS MORANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.