Nombrar la herida Javier Bozalongo Imagen de cubierta de Joaquín Puga Granada, 2022 |
SIN SUTURAS
Nombrar la herida, que tiene como cubierta una expresiva fotografía de Joaquín Puga, amanece con un poema de homenaje a la presencia firme de la madre, siempre costa y refugio, y un segundo texto dedicado a la memoria del padre, como si la voz poética quisiera refrendar una subjetividad compartida, que traza puentes entre el verbo evocativo de lo biográfico y el claro anhelo de una voz confidencial y reflexiva, que trata de entender la condición temporal de la conciencia.
Frente a la asepsia del purismo, que convierte el lenguaje en monopolio de exploración verbal, la estética realista de Javier Bozalongo exige a su escritura un compromiso nítido con los desajustes; el poema se convierte en denuncia y expresión unitaria del yo social; conforma una voz fuerte que dota al núcleo argumental de sentido ético. En el apartado “las heridas” emergen nombres propios que escriben en voz baja su intrahistoria, desde el monólogo dramático, para que nos asomemos al mirador oscuro de su experiencia vital. Todos identifican a rostros concretos cuyas circunstancias se describen en la nota final. Allí están la primera víctima de la violencia de género, la mutilación genital padecida todavía por tantas muchachas africanas o la desmesura invasiva de los asentamientos en Gaza y Cisjordania que divide culturas y genera continuos enfrentamientos; son ejemplos de una convivencia erosionada por el progreso, la desigualdad social, la violencia y perpetuación de estereotipos patriarcales y las catástrofes ecológicas que silencian la rebeldía ante la injusticia de los más desfavorecidos. Una situación que se ha repetido a lo largo de la historia y que abre la lucha por la igualdad, con momentos esenciales como el que protagonizara Clara Campoamor en el Congreso, durante la segunda república.
El poemario, enclavado en la corriente continua del compromiso social, dibuja un amplio mapa de injusticias con preclaros rostros en el espejo de la actualidad informativa, como si la angustiada condición femenina necesitara convertir al poema en portavoz de la ignominia. Cada cicatriz se abre para supurar el dolor, para que fluyan las huellas perdurables de la desolación. En todas, el sentimiento de pérdida, el desarraigo, la existencia agónica que dormita en la sombra de la derrota personal y no encuentra el camino de regreso, las expectativas de una travesía condenada al naufragio.
El apartado final “Epílogo” integra dos citas casi complementarias en torno al discurrir y a la necesidad de asumir la fuerza terapéutica del tiempo remansado. Los textos pertenecen a Ana Blandiana y al poeta joven Juan Javier Ortigosa. Y desde su sensibilidad, el poeta clarifica la postura personal; se trata de asumir el lugar propio, decir no a la indiferencia y protagonizar el papel que corresponde al gesto de coherencia de quien se mirar al espejo. Desde esa necesidad del sujeto activo nacen los versos de “Letanía”, un poema de bellísima factura: "Y tú avanzas con calma, / ocultas el cansancio / y sonríes tranquilo sin dejar traslucir / que perdiste la brújula, / que te guía la inercia de estar vivo, / que conoces oriente y occidente / pero ignoras el rumbo de tu mano derecha / y es el azar quien manda sobre tu mano izquierda”.
Nombrar la herida clarifica los callejones tétricos de un recorrido suburbial, propicio al odio, que acumula intemperie, donde el dolor se refleja en la mirada triste, con nítidos contornos. Ser mujer todavía es atestiguar un existir azaroso, que tiende la mano con la esperanza de entender la carga existencial, para que resuene fuerte en el poema un poco de esperanza.
JOSÉ LUIS MORANTE
Gracias, José Luis. Un abrazo
ResponderEliminarSiempre un placer recorrer tus poemas, buscar en tus palabras el tacto firme de la buena poesía. Feliz jornada, querido Javier.
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