Apuntes sobre pintura Juan Manuel Uría Prólogo de Eduardo Moga Editorial Polibea Colección La espada en el ágata Madrid, 2022 |
SOBRE ARTE Y ESTÉTICA
La espiral creadora de Juan Manuel Uría (Errentería, 1976) recorre una línea
continua que integra literatura y arte, dos facetas que expanden, al mismo
tiempo, conmoción y sosiego. Su implicación literaria es diversa; ha publicado
ensayo, ficción narrativa, indagación autobiográfica, laconismo aforístico y
poesía, siendo este último género, sin duda, el de mayor proyección con las
entregas Puerta de coral (2005), ¿Quién es Werther? (2009, 2015), Transformaciones (2009, 2016), Manzana de vaho (2012), Las huellas del límite (2014), Hablar porque la muerte (2015), Lilith (2015), Harria (2016), más la compilación de haikus K’amékuarhu. Además es referente presencial del fértil semillero aforístico
contemporáneo. En suma, una voz fuerte, que sube nuevo peldaño con el
volumen Infancia es lugar (2021).
Como artista plástico, Uría ha ilustrado libros propios, preparado algunas exposiciones y alentado tratados estéticos como el libro que nos ocupa Apuntes sobre pintura. La obra una reflexión sobre arte y estética que tantea respuestas e intenta responder a preguntas esenciales sobre el proceso plástico concebido como epifanía y espera, revelación y aprendizaje. La introducción del poeta, traductor y ensayista Eduardo Moga es excelente. Su punto de vista recuerda que la pintura es un lenguaje vivo, capaz de mirar. “Mirar no solo para deslindar un fragmento de la realidad, sino también, y aun sobre todo, para deslindar un fragmento del ser: ese que se proyecta o quiere proyectarse, desde el magma de la psique, en un objeto o un instante, y constituirse en trazo o verso”.
A espaldas del realismo –ese realismo entendido como reproducción y traslación fidedigna de lo percibido- y dando continuidad a una sensibilidad vanguardista, Juan Manuel Uría enuncia secuencias reflexivas que buscan entendimiento y viaje cognitivo en la piel del tiempo. El poeta sabe que las obras “son metáfora de sí mismas, interrogantes que surgen en el propio proceso de crear”.
El apunte conciso se convierte en razón de amanecida y emparenta trazos con la solvente lucidez de un cuaderno de taller. En los párrafos hay aforismos explícitos: “Pintar para acceder a la posibilidad de la pintura”, “El espíritu se hace materia en la obra de arte”, “Pintar es, por supuesto, una función de teatro”, “Lo que ves, a veces, es otra cosa. Lo que no ves siempre estuvo ahí”. La azarosa lógica argumental añade enunciados biográficos que capturan sensaciones, como sucede en la descripción del asombro infantil que causa el cuento con su misterio, junto con la belleza y el amor a la pintura o los libros. Uría cuestiona la dinámica educativa contemporánea y su empeño por despojar al sujeto de esa pureza germinal de la infancia. Otros incisos meditativos contrastan estéticas y exponen las convicciones personales ante el proceso creativo. Las realizaciones plásticas devienen de lo abstracto y sintético; no ejercen ningún quehacer mimético ni capturan fotogramas de realidad; solo se nutren de la misma incertidumbre, la limitación, la certeza de lo desconocido e imposible de conocer, la presencia luminosa de la duda como misterio por resolver y las deliberaciones en la sombra para formar ángulos insólitos.
Para el creador “la composición es resultado de una matemática lírica, de un azar objetivo”. Es un horizonte que se despliega, hecho amanecida, para aseverar un conflicto permanente y complejo con la realidad en su conjunto. El entorno es un espacio temporal y cambiante, que despierta la búsqueda de belleza, ese proceso en el que se unen percepción y pensamiento.
Como anota, Juan Manuel Uría, en uno de sus breves iniciales, escritura y pintura son actividades que obedecen al mismo impulso poético, dos facetas de una misma voluntad incomprensible, que ha ido practicando con naturalidad, como si fueran andenes yuxtapuestos en el largo viaje de la creación. La obra Apuntes sobre pintura clarifica puntos de partida de un ideario dual, expuesto con dicción transparente, que aglutina confesionalidad y temporalismo. Impulsa esa voz interior que emerge para encauzar el manantial emotivo del sujeto sobre la vulnerable superficie en calma de lo cotidiano. La pintura se hace símbolo del decurso existencial. Es movimiento que tantea los laberintos del pensamiento. Es también alternativa, fuerza que emplea la posibilidad como energía, para mostrar la verdad y la belleza sin intermediarios, hecha pleno sentido y fuerte abrazo de intuición y deseo.
Como artista plástico, Uría ha ilustrado libros propios, preparado algunas exposiciones y alentado tratados estéticos como el libro que nos ocupa Apuntes sobre pintura. La obra una reflexión sobre arte y estética que tantea respuestas e intenta responder a preguntas esenciales sobre el proceso plástico concebido como epifanía y espera, revelación y aprendizaje. La introducción del poeta, traductor y ensayista Eduardo Moga es excelente. Su punto de vista recuerda que la pintura es un lenguaje vivo, capaz de mirar. “Mirar no solo para deslindar un fragmento de la realidad, sino también, y aun sobre todo, para deslindar un fragmento del ser: ese que se proyecta o quiere proyectarse, desde el magma de la psique, en un objeto o un instante, y constituirse en trazo o verso”.
A espaldas del realismo –ese realismo entendido como reproducción y traslación fidedigna de lo percibido- y dando continuidad a una sensibilidad vanguardista, Juan Manuel Uría enuncia secuencias reflexivas que buscan entendimiento y viaje cognitivo en la piel del tiempo. El poeta sabe que las obras “son metáfora de sí mismas, interrogantes que surgen en el propio proceso de crear”.
El apunte conciso se convierte en razón de amanecida y emparenta trazos con la solvente lucidez de un cuaderno de taller. En los párrafos hay aforismos explícitos: “Pintar para acceder a la posibilidad de la pintura”, “El espíritu se hace materia en la obra de arte”, “Pintar es, por supuesto, una función de teatro”, “Lo que ves, a veces, es otra cosa. Lo que no ves siempre estuvo ahí”. La azarosa lógica argumental añade enunciados biográficos que capturan sensaciones, como sucede en la descripción del asombro infantil que causa el cuento con su misterio, junto con la belleza y el amor a la pintura o los libros. Uría cuestiona la dinámica educativa contemporánea y su empeño por despojar al sujeto de esa pureza germinal de la infancia. Otros incisos meditativos contrastan estéticas y exponen las convicciones personales ante el proceso creativo. Las realizaciones plásticas devienen de lo abstracto y sintético; no ejercen ningún quehacer mimético ni capturan fotogramas de realidad; solo se nutren de la misma incertidumbre, la limitación, la certeza de lo desconocido e imposible de conocer, la presencia luminosa de la duda como misterio por resolver y las deliberaciones en la sombra para formar ángulos insólitos.
Para el creador “la composición es resultado de una matemática lírica, de un azar objetivo”. Es un horizonte que se despliega, hecho amanecida, para aseverar un conflicto permanente y complejo con la realidad en su conjunto. El entorno es un espacio temporal y cambiante, que despierta la búsqueda de belleza, ese proceso en el que se unen percepción y pensamiento.
Como anota, Juan Manuel Uría, en uno de sus breves iniciales, escritura y pintura son actividades que obedecen al mismo impulso poético, dos facetas de una misma voluntad incomprensible, que ha ido practicando con naturalidad, como si fueran andenes yuxtapuestos en el largo viaje de la creación. La obra Apuntes sobre pintura clarifica puntos de partida de un ideario dual, expuesto con dicción transparente, que aglutina confesionalidad y temporalismo. Impulsa esa voz interior que emerge para encauzar el manantial emotivo del sujeto sobre la vulnerable superficie en calma de lo cotidiano. La pintura se hace símbolo del decurso existencial. Es movimiento que tantea los laberintos del pensamiento. Es también alternativa, fuerza que emplea la posibilidad como energía, para mostrar la verdad y la belleza sin intermediarios, hecha pleno sentido y fuerte abrazo de intuición y deseo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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