Pureza Juan Ramón Jiménez Edición de Rocío Fernández Berrocal Editorial Cátedra, Colección Letras Hispánicas Madrid, 2022 |
DESNUDEZ
La poblada nómina de investigadores
literarios que aglutina la obra de Juan Ramón Jiménez tiene en Rocío Fernández
Berrocal (Sevilla, 1974) su pilar teórico central. Doctora en Filología
Hispánica por la Universidad de Sevilla con la tesis Juan Ramón Jiménez y Sevilla, defendida el 18 de enero de 2006 y
publicada dos años después, ha ido recorriendo, con admirable solvencia y capacidad
de trabajo, los entramados de un espacio creativo complejo, ambiguo en su
semántica y abocado a mutaciones continuas por la incansable exigencia del
escritor, siempre obsesionado con la idea de la obra perfecta. Así se han ido
forjando destacadas publicaciones como Guía del Madrid de Juan Ramón Jiménez (2007); Escalas del regreso. Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, 1958, Madrid: última tarde en la colina de los
chopos, (2009), y Juan Ramón
Jiménez y Andalucía. El sentimiento de eternidad. (2009). Son pautas, entre otras, de un
proceso de análisis e indagación textual que se completa con la edición y
rescate de textos inéditos.
El volumen Pureza compila cuarenta y seis composiciones, con casi una veintena de textos no publicados. Pertenece a la etapa de la poesía pura, cuando Juan Ramón Jiménez moldea un ideario asentado en vértices conceptuales como la desnudez expresiva, el afán de verdad y la belleza; un enfoque de espiritualidad transcendida que despoja al poema de aditamentos retóricos para remansar la evocación y el viaje interior de las palabras. En el marco intimista de Moguer, la observación subjetiva propicia el continuo descubrimiento, la plenitud escueta de lo mínimo expandida en la dermis de los elementos naturales y en esos instantes vividos con la intensidad del goce.
Redactado casi por completo en 1912, Pureza es un poemario inédito que aglutina, como se ha dicho, casi medio centenar de composiciones, diecinueve de las cuales se anticiparon en publicaciones literarias y en antologías selectas y parciales del autor. No se trata, por tanto, de una publicación contingente sino de un título cerrado, de revisión atenta y frecuente, que buscará sitio en el corpus central de Juan Ramón Jiménez para que encuentre solidez y permanencia.
Organizado en tres tramos, marcados con asertos de sensibilidad temporal, “Amaneceres, “Desvelos” y “Tardes”, el libro muestra una compacta senda argumental que convierte a cada poema en una brizna de sol, en un afán de iluminar el proceso creativo, que Juan Ramón Jiménez define en esta breve nota de introducción: “Pureza. El puro afán de poesía pura, con la vaguedad que eso en lírica significaba para mí, me la dieron unas nubecillas rosas y doradas –borreguitos, decía mi madre- que veía las tardes encendidas en el cénit”. Se licúa en el mínimo esqueje reflexivo la mirada del poeta, ese proceso íntimo de nubosidad variable que asumen los sentidos para despertar al pensamiento.
En la entrega cobra una singular relevancia el enclave físico. El poeta se ha retirado a Moguer en 1905 y en estos años de vida retirada escribe con fecundidad inagotable, a pesar de las recaídas de salud y los cambiantes estados de ánimo por las crisis nerviosas. Pasea, contempla, lee y mantiene un cálido contacto epistolar con Unamuno, los Machado, Azorín y otros nombres de primera línea que ya lo consideran un poeta reconocido y que animan los firmes pasos de una vocación literaria que nunca se detiene. El andaluz universal explora, construye un mundo interior que requiere el apoyo de las etiquetas críticas para definir sus rasgos. Rocío Fernández Berrocal integra Pureza en la “época sensitiva”, un momento creador caracterizado por la persistencia en un “modernismo romántico y simbolista”, en el que afloran la proyección de sentimientos en el entorno, un paisaje que remansa el tiempo y concede serenidad, equilibrio y disposición sensorial para captar la esencia de lo sencillo y cobijar en el poema sus sensaciones.
La editora añade en el anexo final cuatro composiciones no integradas en libros, pero con una sensibilidad escritural colindante a Pureza, cuya edición, en el imprescindible catálogo de Letras Hispánicas, añade una nueva aurora al devenir poético del Premio Nobel de 1956. En su rescate emprende vuelo una incisiva estela de plenitud y transparencia. Poesía que exalta el mediodía sensitivo del paisaje y su comunión con el fluir de la conciencia. Reflexión sostenida y anhelo de conocimiento sobre el yo más puro.
El volumen Pureza compila cuarenta y seis composiciones, con casi una veintena de textos no publicados. Pertenece a la etapa de la poesía pura, cuando Juan Ramón Jiménez moldea un ideario asentado en vértices conceptuales como la desnudez expresiva, el afán de verdad y la belleza; un enfoque de espiritualidad transcendida que despoja al poema de aditamentos retóricos para remansar la evocación y el viaje interior de las palabras. En el marco intimista de Moguer, la observación subjetiva propicia el continuo descubrimiento, la plenitud escueta de lo mínimo expandida en la dermis de los elementos naturales y en esos instantes vividos con la intensidad del goce.
Redactado casi por completo en 1912, Pureza es un poemario inédito que aglutina, como se ha dicho, casi medio centenar de composiciones, diecinueve de las cuales se anticiparon en publicaciones literarias y en antologías selectas y parciales del autor. No se trata, por tanto, de una publicación contingente sino de un título cerrado, de revisión atenta y frecuente, que buscará sitio en el corpus central de Juan Ramón Jiménez para que encuentre solidez y permanencia.
Organizado en tres tramos, marcados con asertos de sensibilidad temporal, “Amaneceres, “Desvelos” y “Tardes”, el libro muestra una compacta senda argumental que convierte a cada poema en una brizna de sol, en un afán de iluminar el proceso creativo, que Juan Ramón Jiménez define en esta breve nota de introducción: “Pureza. El puro afán de poesía pura, con la vaguedad que eso en lírica significaba para mí, me la dieron unas nubecillas rosas y doradas –borreguitos, decía mi madre- que veía las tardes encendidas en el cénit”. Se licúa en el mínimo esqueje reflexivo la mirada del poeta, ese proceso íntimo de nubosidad variable que asumen los sentidos para despertar al pensamiento.
En la entrega cobra una singular relevancia el enclave físico. El poeta se ha retirado a Moguer en 1905 y en estos años de vida retirada escribe con fecundidad inagotable, a pesar de las recaídas de salud y los cambiantes estados de ánimo por las crisis nerviosas. Pasea, contempla, lee y mantiene un cálido contacto epistolar con Unamuno, los Machado, Azorín y otros nombres de primera línea que ya lo consideran un poeta reconocido y que animan los firmes pasos de una vocación literaria que nunca se detiene. El andaluz universal explora, construye un mundo interior que requiere el apoyo de las etiquetas críticas para definir sus rasgos. Rocío Fernández Berrocal integra Pureza en la “época sensitiva”, un momento creador caracterizado por la persistencia en un “modernismo romántico y simbolista”, en el que afloran la proyección de sentimientos en el entorno, un paisaje que remansa el tiempo y concede serenidad, equilibrio y disposición sensorial para captar la esencia de lo sencillo y cobijar en el poema sus sensaciones.
La editora añade en el anexo final cuatro composiciones no integradas en libros, pero con una sensibilidad escritural colindante a Pureza, cuya edición, en el imprescindible catálogo de Letras Hispánicas, añade una nueva aurora al devenir poético del Premio Nobel de 1956. En su rescate emprende vuelo una incisiva estela de plenitud y transparencia. Poesía que exalta el mediodía sensitivo del paisaje y su comunión con el fluir de la conciencia. Reflexión sostenida y anhelo de conocimiento sobre el yo más puro.
José Luis Morante
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